Han pasado menos de diez minutos desde que Dakota salió de mi casa y, a cada minuto, aumenta mi
vergüenza. Detesto que me haya ocurrido esto a mí, a ella.
No puedo imaginarme cómo se ha sentido por mi incapacidad.
Bueno, algo sí que me imagino por el modo en que se ha largado por la escalera de incendios
para
no tener que verme. Ojalá
hubiese hablado conmigo, aunque fuera
a gritos, en vez de
escabullirse por la ventana del cuarto de baño. Me siento fatal.
Imagino que ella aún se siente peor.
Sus palabras resuenan en mi mente: «No lo entiendo. ¿Cómo es posible?».
Me sentía mucho peor que ella en ese momento y ahora no paro de darles vueltas en la cabeza.
No
lo
entiendo.
¿Cómo
es
posible?
Me
siento en el sofá y
entierro la cara entre las
manos. Es probable que Dakota
no vuelva a
hablarme
en una
larga temporada, puede
que nunca. Sólo de pensarlo,
me pongo enfermo. No me
imagino
no tenerla en mi vida.
Se me
hace muy
raro.
Demasiado.
La conozco desde siempre, e
incluso tras la ruptura sabía que seguía ahí, que no me odiaba. No está bien que se sienta mal hacia mí
el resto de su vida. Eso sería como perturbar el orden del universo.
Llaman a la puerta y me sacan de mi ensimismamiento. Me levanto de un brinco.
Debe de ser Dakota, que ha vuelto para darme la oportunidad de disculparme... ¿O tal vez incluso
para disculparse ella?
Corro hacia la puerta. Vuelven a llamar y la abro de un tirón.
Sólo que no es Dakota. Es Nora, con bolsas de la compra en ambas manos.
—¿Puedes cogerme alguna, por favor? —me pregunta, peleando con las bolsas.
Le cojo todas las que puedo, con cuidado de que no se le caiga ninguna mientras intento ayudar.
Cuando
miro el
contenido, veo muchas cosas verdes.
No sabría decir qué, sólo que es
verde y
parece
esponjoso. La bolsa más pesada
tintinea cuando la dejo en
la encimera y echo un
vistazo
dentro: tres botellas de vino.
—Perdona —dice dejando la otra bolsa en la cocina—. Era perder el brazo o el vino y, con el día
que he tenido, prefería perder el brazo.
Empieza
a sacar las cosas como
si estuviera en su casa y la
observo manejarse en mi cocina
y
guardar su comida en mi nevera. Saca las botellas de vino y las mete en el congelador.
Creía que, a diferencia del licor, el vino sí que se congela, pero no voy a preguntárselo porque
quedaría como un idiota.
—¿Estás esperando a Pau? —pregunto, no muy seguro de cómo entablar conversación con ella,
ni de si debería hacerlo.
Hemos estado distantes desde que Dakota le echó la bronca a gritos por pulular a mi alrededor.
Nora asiente.
—Sí.
Ella también está teniendo una
noche de perros. Cuando yo
me iba,
acababa de entrar un
grupo de más de veinte y los han sentado en su sección, a pesar de que todavía es nueva. —Pone los
ojos en blanco—. Me han cantado las cuarenta por cantarle las cuarenta a la maître.
—Parece justo... —Me encojo de hombros y sonrío para que sepa que lo digo en broma.
Sonríe.
—Touchée.
La observo abrir un cajón y sacar la tabla de cortar. No hace nada con ella, sólo la deja ahí, junto
al microondas, mientras vacía la última bolsa.
Me
reclino contra la encimera un
tanto incómodo y
pienso en un plan de
fuga antes de que me
convierta en una molestia.
—Ostras...
—dice Nora tocándose la frente
con las
puntas de los dedos—. Perdona,
¿te pillo
ocupado o con alguien? He entrado sin más y me he puesto a guardar la compra sin preguntarte si
molesto o no.
No molesta. Ahora mismo, no.
Me alegro un montón de que no haya aparecido diez minutos antes.
—Para nada. Iba a estudiar y a acostarme. La cocina es toda tuya —le contesto.
Se aparta un mechón negro de la cara de un soplido, aunque vuelve a caerle justo delante de los
ojos.
Todavía lleva puesto el uniforme.
Es igual que el de
Pau: pantalón negro, camisa blanca
y
corbata verde brillante.
La camisa de Nora es más entallada que la de Tessa, o eso parece.
—Gracias.
Es que
esta noche necesitaba no volver
a mi
apartamento. He tenido
un turno de
mierda y me siento incapaz de lidiar con esas petardas —resopla.
Sus ojos encuentran los míos y se tapa la boca.
—No quería ofenderte.
—No me ofendes —le digo de corazón.
No quiero meterme en la amistad entre Dakota y Nora, o en su enemistad, o en su relación como
compañeras
de piso, o lo que
sea. Preferiría estar en el
despacho de Dolores Umbridge mirando
retratos de gato mientras me tortura.
Tanto Dakota como Nora son de fuego, y prefiero no convertirme en cenizas.
—Voy a preparar algo de comer, ¿te apuntas? He cogido lo primero que he visto y a ver qué se
me ocurre —me ofrece Nora.
No
habíamos hablado tanto en muchos
días, y creo que me
alegro de que vuelva a
hablarme.
Imaginaba
que nos
evitaríamos mutuamente y que todo sería muy
raro, pero esta alternativa es
bastante mejor.
—La verdad es que no tengo hambre —digo pese a que estoy hambriento—. Acabo de cenar —
miento.
Estoy
seguro de que Nora pensaba
preparar la cena para ella y para
Pau, sin
contar con el
compañero de piso de ésta, y no quiero ser un plasta. No hay nada peor que preguntarte si sobras o
no. Es incluso peor que saber que estás de más, porque en ese caso al menos lo tienes claro. Quedarse
con la esperanza de que tal vez desean tu compañía no compensa.
—Pues vale. Dejaré fuera todo lo que sobre para Pau, por si cambias de opinión —dice Nora
con la mirada fija en mi pecho. Debería haberme puesto una camiseta, porque ahora en lo único en lo
que soy capaz de pensar es en la primera vez que me tocó.
Y en la segunda.
Y en cuando me besó.
Y en que sus labios sabían a caramelo y me quedé con ganas de más.
Tengo que pensar en otra cosa. En cualquier cosa.
En tartas. En tartas esponjosas con kilos de helado morado e intrincadas florecillas.
Pero no en la cobertura esparcida en su camiseta. Tartas y cocinar y cosas que no son nada sexis,
como Nora cocinando.
Me encanta la comida de Nora. Es una gran cocinera.
Pensar en su comida me recuerda a tartas, lo que me recuerda que mañana es el cumpleaños de
Ellen. Todavía no sé qué regalarle. Iba a pedirle a Dakota que me ayudara, pero me parece que ahora
mismo eso está difícil.
—¿Se te da bien elegir regalos para otros? —le suelto a Nora de pronto.
Ella se vuelve hacia mí con el ceño fruncido y ladea la cabeza.
—¿Qué?
Tuerzo el gesto al ver lo torpe que soy.
—Para cumpleaños y cosas así.
—Más o menos. Es decir, hace tiempo que no compro un regalo para nadie, pero puedo intentar
ayudarte. ¿Para quién es? ¿Para Dakota? Tal vez podrías comprarle algo relacionado con la danza, o
una colchoneta de hacer yoga nueva o algo por el estilo.
Ni
siquiera sabía que Dakota hiciera
yoga. Es raro que Nora
sepa cosas sobre ella que yo
desconozco.
—No es para Dakota, es para una conocida.
Uy, qué raro ha sonado eso. Puede que deba explicarle que es para una chica de diecisiete años, no
para alguien... No, espera, que eso suena todavía peor. Y ¿quedaría aún peor si diera marcha atrás y le
explicara
que es
para una
vecina, como si esperase que a Nora
le importara, como si, en
cierta
manera, estuviera intentando ligar con ella o algo parecido?
Qué mal se me dan estas cosas.
—¿Y? —Nora parece perpleja, pero no hace comentario alguno al respecto—. ¿Qué le gusta?
Continúa
guardando comida, y me pregunto
si debería echarle una mano.
La verdad es que no
tengo ni idea de dónde se guardan esas cosas ni cómo va a preparar la cena con una lata de almendras
y una bolsa de coles de Bruselas.
Tengo
unos recuerdos horribles de la
infancia en los que me
obligaban a comer coles de
Bruselas.
Me pregunto si Nora consigue que sepan algo mejor.
—No lo sé. Sé que estudia mucho y que no le gustan las flores —respondo.
—Chica lista. Yo también detesto las flores. Al principio son bonitas, pero enseguida te toca ver
cómo
se marchitan y se mueren
y al
final tienes que tirarlas a
la basura. Y ensucian mucho.
Una
pérdida de tiempo. Como las relaciones.
Lo dice con un tono tan neutro que no sé si está bromeando o no.
Intento defender el amor, a pesar de que no estoy en posición de hacerlo.
—No todas las relaciones lo son.
Nora le quita el plástico a un ramillete de brócoli y observo cómo mira a todas partes menos a
mí.
—¿Cuánto hace que la conoces? ¿Qué más sabes de ella?
—Poca cosa, la verdad. —Me encojo de hombros.
Nora lleva el brócoli al fregadero y abre el grifo.
—¿Nada más? —pregunta—. Entonces ¿por qué vas a comprarle un regalo? ¿Sois muy amigos?
Tengo
la impresión de que intenta
sonsacarme información, pero
estoy complicando las
cosas
tontamente. Como me ha dado la oportunidad de explicarme, le digo:
—Trabaja en la tienda veinticuatro horas de abajo. No es que seamos amigos, pero mañana es su
cumpleaños y me parece que no le importa a nadie más.
Nora se vuelve desde el fregadero, con el brócoli llenándome de gotas el suelo de la cocina, y
dice:
—Espera, ¿cómo dices?
Me encojo de hombros sin saber cómo interpretar su tono.
—Sí,
es horrible. Cumple dieciocho y lo único
que hace
es trabajar en la tienda
y estudiar.
Siempre está estudiando.
Nora levanta la mano sin soltar el brócoli chorreante.
—¿Es para la chica de abajo? ¿La que siempre lleva diadema?
Asiento. Sus ojos encuentran los míos y se quedan ahí. Se muerde el labio inferior y tengo que
desviar
la mirada. Sus densas cejas
se fruncen de nuevo y
le resplandecen las mejillas. Va
más
maquillada que de costumbre, pero le sienta bien.
Me
recuerda a las mujeres de
los vídeos que Pau pone
siempre en YouTube. Dice que
quiere
intentar imitar el maquillaje que llevan, pero al final acaba tirando todos los potingues a la basura y
con los ojos hinchados de tanto llorar.
—Eres de lo que no hay, Landon Gibson —declara Nora, y me ruborizo.
Me vuelvo fingiendo tener sed y abro la nevera para coger un Gatorade.
No digo nada más. No sé qué decir, y sé que si no me marcho voy a quedar como un tonto. Ya la
he
liado bastante por
hoy y
no quiero que Nora salga
también huyendo del
apartamento. Pau
necesita todos los amigos que pueda encontrar, y parece que Nora vale la pena.
—Voy a terminar un trabajo.
«Ese que ya tengo acabado.»
—Si necesitas cualquier cosa, estaré en mi cuarto —añado metiéndome las manos en los bolsillos
del pantalón de chándal.
Nora asiente y se vuelve hacia el fregadero, a enjuagar el brócoli de nuevo.
Cuando regreso a mi habitación, cierro la puerta y me apoyo en ella.
Siento
la fría
madera contra la piel. Estoy
agotado. Qué asco de día.
Me alegro mucho de que
haya acabado.
No
me molesto en abrir un
libro de texto ni en
fingir que estoy estudiando. No
me molesto
siquiera
en encender la luz. Me
tumbo en la cama y
cierro los ojos. Me revuelvo
un rato,
obligándome a coger el sueño, pero no puedo dejar de pensar en Dakota.
Y ahora en Nora. Está en mi cocina y tengo que guardar las distancias..., aunque no sé si quiero.
excelentes, cada capitulo mejor que el anterior
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