Ya son las siete, y como no sé nada de Dakota desde primera hora de la tarde, le envío un mensaje
para decirle que estoy deseando verla.
Me contesta con una especie de emoticono. No sé cómo interpretarlo, así que decido pensar que
es un smiley feliz y no uno aburrido.
Espero que no me deje plantado.
En serio, espero que no me deje plantado.
Detesto el hecho de que ahora sea tan impredecible. Una gran parte de mí echa de menos formar
parte
de su
vida. Era su mejor amigo,
y su
amante.
Compartía
sus pensamientos conmigo, sus
esperanzas
e incluso sus sueños. Soñábamos
juntos, reíamos juntos; yo conocía
cada pensamiento
que tenía, cada lágrima que derramaba.
Ahora soy un extraño que espera a que ella decida llamarme. Añoro los días en los que no tenía
que preguntarme si mi compañía era digna de su tiempo.
¿Por qué me estoy deprimiendo tanto? Necesito animarme y dejar de pensar en lo peor en lo que
a
ella respecta. Seguro que sólo
está ocupada y que me
llamará o me enviará un
mensaje cuando
pueda.
Si fuese a cancelar nuestra cita, me lo diría.
Creo.
Tumbado en la cama, viendo el partido en la tele, veo cómo estampan a un tipo enorme con una
camiseta de color verde azulado contra el cristal. Son los San Jose Sharks. Reconozco la camiseta de
los Sharks y de su rival. La verdad es que no sigo a ninguno de ellos, pero me aburro como una ostra
y no sé qué otra cosa hacer aparte de mirar el teléfono y esperar a que Dakota me llame.
—Landon —dice una voz suave acompañada de un golpecito en la puerta de mi dormitorio.
Es Pau, no Dakota, e intento no sentirme decepcionado. Casi le digo que pase, pero tengo que
levantarme de la cama. No puedo quedarme aquí sentado esperando a Dakota. Voy a salir al menos al
comedor.
Sí,
sé que
sigue siendo patético, pero sentarme
en el
sofá es
un poco
menos patético que
quedarme tumbado en la cama, ¿no?
Me levanto y me dirijo a la puerta. Cuando la abro, Pau está esperando, vestida con su uniforme
de trabajo. La corbata verde lima hace que sus ojos parezcan aún más claros, y lleva el pelo rubio
recogido en una trenza que descansa sobre su hombro.
—Hola —dice.
—Hola. —Me paso la mano por el vello de mi rostro y camino por delante de ella para ir hacia la
sala de estar.
Pau se sienta en el extremo opuesto del sofá y yo apoyo los pies en la mesita de café.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —le pregunto.
—Sí. —Hace una pausa—. Creo que sí. ¿Recuerdas a ese tal Robert? ¿El chico que conocí cuando
fuimos al lago con tu madre y Ken?
Intento acordarme de los detalles de aquel viaje. Las bragas rojas flotando en el jacuzzi, Pau y
Pedro que apenas se hablaban, la morenita con el vestido negro a juego con su pelo, jugar al veo,
veo con Pedro y Pau en el camino de vuelta...
No recuerdo a ningún Robert, excepto... ¿puede ser el camarero?
Mierda, ya me acuerdo. Pedro casi se vuelve loco.
—Sí, ¿el camarero? —confirmo.
—Así es. Pues adivina quién empieza a trabajar conmigo hoy.
Enarco una ceja.
—No fastidies. ¿Aquí, en Brooklyn?
Menuda coincidencia.
—Sí, un fastidio —dice medio en broma, pero sé que no le hace ninguna gracia—. Cuando entró
me
quedé muy sorprendida de verlo
aquí, al otro lado del
país. Empieza su formación cuando
yo
termino la mía. Qué curioso, ¿eh?
«Sí que es curioso, sí.»
—Un poco, sí.
—Es como si me estuvieran poniendo a prueba o algo —dice con la voz cargada de agotamiento
—. ¿Crees que está bien que sea amiga suya? No estoy preparada ni de lejos para salir con nadie. —
Mira alrededor de la sala de estar—. Pero no me vendría mal tener algún amigo más. No pasa nada,
¿verdad?
—¿Qué? ¿Quieres tener más amigos aparte de mí? ¡Qué poca vergüenza! —bromeo.
Pau
me da
una patadita y yo le
cojo el
pie y
le hago
cosquillas en la planta de
sus calcetines
rosas. Ella grita y arremete contra mí, pero es fácil detenerla.
Levanto
los brazos y la atrapo
con ellos para frustrar cualquier
posible venganza por
su parte.
Ella grita y su risa resuena por todo el apartamento.
Dios, cuánto echaba de menos oírla reír.
—Buen intento. —Me río y le hago cosquillas en las costillas.
Ella chilla de nuevo y se retuerce como un pez.
—¡Landon! —grita dramáticamente mientras intenta librarse de mí.
Esto
debe de
ser lo
más parecido que hay a
tener una hermana. Estoy deseando
que la
pequeña
Abby llegue al mundo. Más me vale mantenerme en forma para poder seguirle el ritmo. A veces me
preocupa un poco que nuestra diferencia de edad sea tan grande que no quiera que seamos íntimos.
Pau sigue pataleando y se me ha escapado. Tiene la cara roja y el pelo revuelto. Lleva la corbata
verde
torcida encima del hombro y,
al verla, empiezo a partirme
de risa. Me saca la
lengua, y
entonces oigo algo y miro hacia el pasillo.
Dakota está en la puerta de la sala de estar, mirándonos a Pau y a mí sin expresión alguna.
—Hola. —Le sonrío, aliviado de que no me haya plantado.
—Hola.
—Hola, Dakota. —Pau la saluda con una mano mientras intenta arreglarse la trenza con la otra.
Me
levanto del sofá y me
dirijo hacia Dakota. Lleva una
camiseta blanca con un hombro
al
descubierto
que apenas logra tapar el
sujetador deportivo rosa
que lleva debajo. Lleva un
pantalón
pirata y la tela negra se ciñe a su piel.
—Tengo que volver al trabajo. Si necesitáis algo mientras no estoy, mándame un mensaje —dice
Pau.
Coge su bolso de la mesa y se mete las llaves en el delantal.
No hemos terminado nuestra conversación respecto a Robert, pero no creo que se sienta cómoda
hablando de ello delante de Dakota. Aun así, es muy raro que él esté aquí, viviendo en Brooklyn. Si
esto fuese un cómic, apostaría a que es un acosador loco o un espía.
Un espía sería mucho más interesante, claro.
—Vale —digo mientras sale por la puerta.
Me vuelvo hacia Dakota y veo que no se ha movido del sitio.
—Estás muy guapa —le digo.
Se esfuerza por no sonreír.
—Estás preciosa. —Me acerco y le doy un beso en la mejilla—. ¿Qué tal el día?
Ella
se relaja y no tengo
claro si es que está de mal
humor o nerviosa por quedarse
a solas
conmigo después de todo este tiempo.
—Bien.
Me he
presentado a otra audición, por
eso he
llegado tarde. He venido en
cuanto he
podido. Aunque parece que estabas muy a gusto esperando —dice en tono sarcástico.
—Sí, estaba hablando con Pau. Lo está pasando mal últimamente. —Me encojo de hombros y le
ofrezco la mano.
Cuando me la coge, la guío hasta el sofá.
—¿Aún? ¿Por Pedro? —pregunta.
—Sí, siempre es por Pedro. —Sonrío a medias e intento no pensar demasiado en su visita de este
fin de semana y en el hecho de que soy un gallina y todavía no se lo he contado a Pau. Ella sabe que
va a venir, pero no que será tan pronto.
Intentaré mantener lo del camarero en secreto por el momento.
Aunque sea una coincidencia, seguro que Pedro sacará las cosas de quicio.
—Pues no parece estar pasándolo tan mal —dice Dakota mirando alrededor de la sala de estar.
—¿Qué te pasa? Pareces enfadada o algo. ¿Cómo ha ido la audición?
Niega con la cabeza, y yo le cojo los pies y los coloco sobre mi regazo. Le quito las zapatillas y
empiezo a frotarle el puente. Ella cierra los ojos y apoya la cabeza en el respaldo del sofá.
—Ha
ido bien, pero no creo
que me
lo den.
Cuando he salido por la puerta seguía
poniendo
«Casting abierto». Yo he sido la tercera, así que seguramente ya se habrán olvidado de mí.
Odio que se tenga en tan poca consideración. ¿Acaso no es consciente del gran talento que tiene?
¿De lo inolvidable que es?
—Lo dudo. Es imposible que se olviden de ti.
—Tú no eres imparcial. —Me ofrece una leve sonrisa y yo le devuelvo una de oreja a oreja.
—Venga ya. ¿Tú te has visto?
Pone los ojos en blanco y hace una mueca de dolor cuando le froto con suavidad los dedos de los
pies. Le quito los calcetines y se quedan pegados a sus dedos.
—¿Eso es sangre? —le pregunto mientras despego poco a poco el algodón negro.
—Es probable —dice como si no tuviera la menor importancia.
Como si se hubiera hecho un cortecito con una hoja de papel y no se hubiera dado ni cuenta.
Definitivamente es sangre. Tiene los dedos cubiertos. Ya había visto cómo le dejaban los pies las
zapatillas de ballet antes de que se dedicara a bailar a tiempo completo. Era horrible, pero nunca los
había visto tan tan mal.
—Por Dios, Dakota. —Le despego el otro calcetín.
—No pasa nada. Me he comprado unas puntas nuevas y todavía no se me han amoldado al pie.
Intenta apartar la pierna, pero se la agarro para evitarlo.
—No te muevas.
Le levanto el pie de mi regazo y me incorporo del sofá.
—Voy a por una toalla —le digo.
Parece que quiere decir algo, pero no lo hace.
Cojo una toalla pequeña del armario del cuarto de baño y la paso por debajo del agua caliente.
Busco una aspirina en el armario y agito el frasco. Está vacío, cómo no. No es típico de Pau dejar
frascos vacíos por ahí, así que seguro que la culpa es mía.
Me miro en el espejo mientras la toalla se empapa de agua e intento domar mi pelo. La parte de
arriba está demasiado larga ya. Y la parte de atrás necesita un recorte, está empezando a rizarse a la
altura del cuello, así que, a menos que quiera parecerme a Frodo, tendré que ir pronto a cortarme el
pelo.
Cierro
el grifo y escurro el
exceso de agua. La toalla
está demasiado caliente, pero se habrá
enfriado para cuando llegue a la sala de estar. Cojo otra seca y regreso junto a Dakota.
Pero
cuando llego al sofá, veo
que se
ha quedado frita. Tiene la
boca entreabierta y los ojos
cerrados con fuerza. Debe de estar agotada.
Me
siento despacio, procurando
no despertarla, y limpio con
suaves toquecitos su
piel
ensangrentada. Ella ni se mueve; sigue durmiendo en silencio mientras le curo las heridas.
Por
los pies
ensangrentados y la expresión de
puro agotamiento de su rostro,
sé que
se está
esforzando
demasiado. Quiero pasar tiempo con
ella, pero también quiero que
descanse, así que
recojo
las toallas manchadas de sangre,
me levanto, cojo la manta
que está
en el
sofá y
cubro su
cuerpo durmiente con ella.
¿Qué puedo hacer mientras duerme?
Pau está trabajando. Posey está trabajando... y ahí termina mi larga lista de amigos.
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