Las manos de Dakota ascienden por mis brazos, acariciándolos. Arriba y abajo, entreteniéndose unos
segundos más en mis bíceps.
No
puedo fingir que no me
siento orgulloso de mi cuerpo.
Sobre todo después de haberme
pasado años odiándolo. Me hace sentir fuerte y sexi por primera vez en mi vida, y que sus manos lo
recorran me lleva al séptimo cielo.
—No sabes lo mucho que te he echado de menos —dice Dakota en lo que no sé si es un sollozo o
un gemido. Me lo dice a mí, al hombre que soy ahora, no al muchacho que era cuando la conocí.
—No más que yo a ti —le prometo.
Sus ojos castaños están casi cerrados, tiene los párpados tan pesados que apenas distingo de qué
color son. Pero lo sé muy bien, me los aprendí hace mucho. He memorizado cada centímetro de su
cuerpo, desde la marca de nacimiento del tobillo hasta el color exacto de sus ojos. Son marrón claro
con una peca color miel en el ojo derecho. Solía contarles a los niños del cole que la marca era una
cicatriz de una pelea en su antiguo colegio, pero no era verdad. Siempre se inventaba historias que la
hicieran parecer lo más temible posible, ya que en casa era todo lo contrario.
—Te necesito, Landon. —La voz de Dakota es un susurro desesperado que acompaña sus besos.
Ahora
sus manos están en mi
espalda, tirando hacia arriba de
mi camiseta. Su boca dibuja
mi
cuello y sus pequeños dedos se esfuerzan en quitarme la camiseta. El suelo está frío, pero ella está tan
caliente que sólo soy consciente de lo nervioso y excitado que me siento. Se me va la cabeza.
—Ayúdame —dice sin dejar de tirar de mi camiseta—. No puedo quitártela —añade lamiéndome
el cuello.
Me muevo con rapidez. Detesto tener que separarme de ella, pero estoy listo para quitarme toda la
ropa... y para quitársela también a ella.
Me saco la camiseta de la WCU de un tirón y la lanzo a la otra punta de la habitación, sólo que se
engancha en la lámpara y ahí se queda, coloreando el cuarto de luz roja.
¿Tan raro soy que no soy capaz ni de tirar una camiseta en plan sexi? ¿Va en serio?
Espero que no se haya dado cuenta de que iba de rojo, el color que más le gustaba que me pusiera,
y pantalones de chándal, que le encantaban. Se me hacía raro que le gustara tanto mi ropa de andar
por
casa, pero sabiendo lo mucho
que me
ponen sus sujetadores deportivos y las mallas
de hacer
yoga, lo entiendo a la perfección.
—Ven aquí —dice Dakota con la voz dulce como un caramelo. Dulce y adictiva.
Vuelvo
a ella
y me
pregunto si no sería mejor
ir a
mi cuarto. ¿Es raro que
esté desnudándome
sentado en el suelo de la sala de estar?
Dakota
me da
la respuesta. Se quita la
camiseta y, no sé cómo,
el sujetador deportivo a la
vez.
Entre sus tetas desnudas, los labios húmedos y el modo en que me mira, es posible que acabe antes de
haber empezado siquiera.
Conozco
esa mirada. Cuando se le
caen los
párpados y deja la boca
entreabierta. La he
visto
muchas veces y hoy la vuelvo a ver.
Dakota es deseo bañado en caramelo, y necesito saborearla.
Me acerco a ella y cojo una de sus suaves tetas con la mano mientras me llevo la otra a la boca.
Los pezones se le ponen duros como piedras bajo mi lengua. Demonios, cómo añoraba su cuerpo.
Gime y entonces se me pone dura por segundos. La echaba de menos. La necesitaba. Dakota sigue
gimiendo y presionando su cuerpo contra el mío. Se pone de rodillas para darme mejor acceso. Mi
mano
desciende desde su pecho hasta
las bragas y mis dedos
encuentran su sexo, empapado y
palpitante. Con el índice, trazo círculos pequeños y húmedos.
Sé que eso la vuelve loca.
El
cuerpo de Dakota siempre ha
respondido muy bien a mis
caricias. Siempre me
espera
empapada, así que esto no me sorprende. Lo que me sorprende es que estoy pensando con claridad
mientras la toco. Le estoy chupando los pezones y con el dedo dibujo círculos en su clítoris hinchado
y sigo siendo consciente de todo. Soy consciente de que se ha recogido el pelo sobre un hombro, de
que me está tirando del pelo mientras jadea:
—Más, más, por favor.
No estoy acostumbrado a estar tan presente mientras la acaricio. Siempre estaba tan perdido en las
sensaciones que apenas podía pensar.
Con la punta de la lengua, dibujo la aureola de sus pezones duros y entonces Dakota se aparta de
mí.
Me echo atrás, preocupado por si he hecho algo mal.
Se aleja un poco, tira de sus pantalones y se los baja para enseñarme que todo va más que bien.
Cuando miro su cuerpo desnudo veo que no lleva bragas.
Por el amor de Dios, no lleva bragas y está empapada de las ganas que me tiene. Está tan mojada
que creo que va a dejar un charco en el suelo. Y es mérito mío.
Me siento muy bien.
—Hazme el amor, Landon.
No es un ruego, y lo sé. La conozco bien.
Se
tumba y me acuerdo de
cuando dijo que nuestra vida
sexual era «normalita» y me
ruborizo
avergonzado.
«Normalita, ¿eh?»
Dakota
está completamente desnuda y he
echado el pestillo. Está esperando
que me
encarame
sobre ella y que tengamos sexo normal, sexo «normalito», igual que en el pasado.
Sólo que para mí no era normalito, ni mucho menos.
Aun así, voy a demostrarle que no soy normalito, para nada. Tengo un par de ases en la manga.
He visto tanto porno que ya soy casi un experto.
Aunque si Dakota supiera que veo porno, es probable que se enfadara.
Una
vez rompió conmigo porque encontró
una revista Playboy debajo de
mi colchón.
Honestamente, los adolescentes de hoy no saben la suerte que tienen, disfrutan de todo el porno que
quieran
en el
móvil sin tener que preocuparse
de que
su madre lo encuentre cuando
les limpia la
habitación.
Vale, me estoy distrayendo.
Volvamos a lo de ser atrevido, osado y sexi.
—No te muevas —le digo, y ella alza la vista para mirarme.
Asiente,
pero parece confusa mientras me
quito el pantalón de chándal
y el
bóxer. No intento
lanzarlos por ahí. Los dejo a un lado y actúo como si todo formara parte de mi plan.
Sólo que no hay ningún plan.
Quiero que alucine.
Quiero que me recuerde y que me olvide y que me desee y que me necesite sólo con una caricia.
Es mucho pedir, pero voy a dejarla sin palabras...
—¿Estás bien? —pregunta en tono impaciente.
Asiento y me acerco a ella, desnudo y nervioso. Mis manos tocan la suave piel de sus muslos y se
estremece cuando los acaricio lentamente con la punta de los dedos. Se le pone la carne de gallina,
morena y perfecta. Es tan bonita que me abrasa como el sol.
Le acaricio con ternura las rodillas y las piernas abiertas. Se mueve como si fuera a sentarse, pero
extiendo la mano y se lo impido.
—Quiero probar una cosa.
Me retiro un poco y acerco mi boca a su cuerpo. Su piel sabe a sal y se me ha puesto tan dura que
me duele.
La
beso del
ombligo a las tetas respingonas y vuelvo a
bajar. Dakota tiembla debajo de
mí, su
aliento tan pesado que me estremezco de deseo. Necesito ser paciente, demostrarle que puedo darle
placer, no ser «normalito»...
Mi boca sigue descendiendo y trazando una senda de besos hacia sus caderas y entre sus muslos.
Gime cuando la punta de mi lengua encuentra su clítoris. Tengo la polla dando saltos de emoción y
creo que me sudan las palmas de las manos.
¿Lo estaré haciendo bien?
Lucho
por eliminar toda duda de mi mente
y pego
la lengua a su piel.
Ella gime
mi nombre
cuando trazo un círculo, le doy un lametón y con los labios chupo su clítoris henchido. Me clava las
uñas
en los
hombros y repite mi nombre
una y
otra y
otra vez. Algo debo de
estar haciendo bien.
Dakota tensa las piernas y yo muevo la lengua más rápido, luego más despacio, saboreando su dulzor
en mi boca.
Cuando
sus piernas me estrechan el
cuello con fuerza, llevo una
mano a
su pecho y otra a su
entrepierna. Muy despacio, acaricio
su entrada con un dedo.
Ella jadea, dócil y ansiosa,
y yo
me
siento el rey del mundo.
—No puedo esperar más. —Me tira del pelo, luego de los hombros, y consigo darle otro lametón
antes de levantarme y cubrir su cuerpo con el mío.
—Por
favor —me suplica y coloco
la punta de mi polla
entre sus muslos. Está jadeando
y me
muero por estar dentro de ella. Intento besarla, pero aparta la cabeza y lleva el cuello a mi boca.
Le chupo lo justo para hacerla enloquecer, pero no lo bastante como para dejarle marca.
Me sujeto con fuerza y me coloco, listo para entrar, pero no pasa nada.
Me llevo la mano a la entrepierna, me agarro la polla con la mano y me retraigo.
Retraerse es la palabra exacta... «¿Por qué no la tengo dura?»
¿Es que el universo se está riendo de mí?
Me
la sacudo un poco, vuelvo
a mirar el cuerpo escultural
de Dakota, el modo en que su
pelo
rizado y salvaje le enmarca la obra de arte que tiene por cara, sus labios carnosos... Observo cómo
sus pechos suben y bajan cuando respira, los pequeños pezones, que siguen duros.
¿Qué diablos me pasa? Es muy sexi, me está esperando, y ¿se me ha quedado flácida?
Continúo masturbándome, rezando para que se me ponga dura. No me había pasado nunca.
¿Por qué, por qué, por qué?... ¿Por qué tiene que pasarme esto ahora?
—¿Qué ocurre? —pregunta Dakota al darse cuenta de que estoy inquieto.
Niego con la cabeza y maldigo mi cuerpo traidor.
—Nada, sólo es que... me está costando un poco.
Odio
tener que admitirlo y siento
una vergüenza que no había
sentido nunca, pero no estoy
en
posición de mentir. Se trata de un problema que es imposible de ocultar.
Sí,
nunca antes me había sentido
tan avergonzado. Ni siquiera cuando
mi madre nos pilló
haciéndolo en mi habitación un día en que se suponía que no iba a volver hasta tarde del trabajo. Ni
siquiera cuando Josh Slackey me bajó los pantalones delante de toda la clase de quinto.
Ni
siquiera cuando me caí en la bañera
mientras me masturbaba y Nora
entró corriendo a
ayudarme.
Y mira que ése ocupa un lugar muy alto en la escala de momentos vergonzosos de mi vida.
—¿Qué te pasa? —me pregunta Dakota.
Se
incorpora y quiero que me
trague la tierra. Quiero que
me lleve a las profundidades
más
oscuras, donde nadie pueda encontrarme.
—No, nada —es todo cuanto consigo decir.
—¿No se te pone dura? —Lo ha adivinado, y ahora sí que quiero desaparecer.
Levanto las manos y me quedo de rodillas.
—La tenía como una piedra hace un momento y no sé por qué...
Dakota alza una mano para hacerme callar.
—No lo entiendo. ¿Cómo es posible?
Se me queda mirando la polla, flácida y colgante, y me siento como una mierda.
—Lo
siento. No sé qué demonios
me sucede. —Me paso la
mano rápidamente por el pelo,
rezando
para que
la siga
con la
mirada y deje de prestarle
atención a lo de ahí
abajo—. ¿Y si
probamos otra cosa?
Dakota asiente, pero ya no tiene nada que ver con cómo estaba hace un momento. Sus ojos ya no
parecen los de un animal salvaje dispuesto a devorarme. Parece confusa y avergonzada, y espero que
no crea que esto tiene algo que ver con ella o con su aspecto.
Es preciosa y muy sexi, y el que no lo vea es que es idiota. No sé qué demonios me pasa, pero sé
que no es culpa suya.
—No..., a ver si ahora... —dice cambiando de postura y agachándose para que su boca quede a la
altura de mi polla.
Se la mete en la boca e intento concentrarme en el calor de sus labios, en su lengua revoloteando
en la punta, en lo mucho que la deseo, en lo mucho que quiero hacerlo...
Nada.
Para a los pocos segundos y se aparta. Me mira con una expresión indescifrable un momento y
rápidamente desvía la mirada.
—Lo siento mucho —insisto—. No sé qué me pasa, pero no es culpa tuya ni tiene nada que ver
con lo que siento por ti.
Ella no me mira, y noto cómo empieza a cerrarse.
—Puedo... —No sé cómo articular lo que intento decir—. Puedo satisfacerte... ¿con la lengua? —
me ofrezco.
Dakota gira la cabeza con fuerza y me lanza una mirada afilada como un cuchillo. Está claro que
no le ha gustado la idea.
—Lo siento mucho —repito.
—Calla, por favor. —Se levanta y recoge su ropa.
La conozco y sé que no debo seguirla cuando sale de la sala y va primero al pasillo y luego al
baño.
Da un portazo que hace eco en mi interior, pero me quedo donde estoy.
Me siento imbécil y no tengo ni idea de cómo arreglar esto. No sé cómo solucionar lo ocurrido y
sé
que, cuando Dakota se cierra
en banda, no se abre
ni con abrelatas. Se acabó.
La he
dejado en
ridículo y no era mi intención. De verdad que ésa no ha sido nunca mi intención.
Recojo los pantalones del suelo y me los pongo.
No puedo creer que no se me haya puesto dura cuando por fin la he tenido a tiro después de todo
el tiempo que he pasado pensando y fantaseando con ella.
Miro mi polla, la saboteadora...
—Te has lucido.
Intento pensar. «¡Piensa, Landon!»
Lanzo
una mirada asesina a los
gatos con sombrero de los
cuadros que cuelgan del pasillo,
ordenándoles que me ayuden. Las extrañas imágenes no me ofrecen consejo alguno. Era de esperar.
Me quedo de pie en la puerta del baño, pensando en qué voy a decir, en una disculpa que le haga
comprender lo mucho que lamento haberle hecho sentir que no es lo bastante buena para mí.
Porque me basta y me sobra con ella, es todo lo que siempre he querido.
Es la única con la que he estado.
Mi primer amor, mi único amor.
—Dakota... —Llamo a la puerta con los nudillos.
Permanece en silencio. A los pocos segundos, abre el grifo del lavabo y espero.
El tiempo transcurre increíblemente despacio cuando uno ha quedado como un tonto y, de paso,
ha
dejado mal a otra persona.
Vuelvo a llamar a la
puerta, pero no hay respuesta.
El grifo sigue
abierto y han pasado por lo menos tres minutos. Llamo otra vez.
No contesta.
—Dakota, ¿estás bien? —pregunto junto a la puerta del baño.
Lo único que se oye cuando pego la oreja a la puerta es correr el agua.
«¿Estará bien? ¿Por qué sigue el grifo abierto?»
Por instinto, giro el pomo y abro la puerta.
—Perdona...
—empiezo otra vez, pero en
cuanto miro a mi alrededor,
compruebo que no hay
nadie más en el pequeño cuarto de baño.
La ventana está abierta.
Las cortinas ondean al viento.
Maldito sea mi edificio por tener escalera de incendios.
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