Tras encontrar no uno, sino tres Gatorade azules, emprendo el camino de vuelta al apartamento.
Un ruidoso camión de reparto está parado ante mi edificio, en mitad de la calle. La tienda
veinticuatro horas de abajo recibe mercancías de día y de noche. El camión de la basura pasa todas
las noches a las tres de la madrugada, y el ruido del vaciado de los contenedores me despertaba
siempre. Hace poco hice la mejor compra de mi vida: una de esas máquinas que reproducen el sonido
del mar, de la selva del Amazonas, del desierto de noche y, el único que uso, el ruido blanco.
Espero pacientemente que el ascensor llegue a la planta baja y me subo en él. Es pequeño, sólo
caben dos personas de tamaño medio y una bolsa de la compra. Por lo general, no me importa subir
por la escalera, pero está empezando a dolerme un poco la rodilla otra vez.
Subo hasta la tercera planta mientras rechina y chirría, y los ruidos, junto con lo nervioso que
estoy por esta noche, hacen que me pregunte cuándo llegará el día en que me quede encerrado
durante horas en uno de los ascensores ruinosos de la ciudad. Si sucediera esta noche no podría salir
con Nora...
No, esta noche voy a pasármelo bien.
«Será muy divertido», me digo mientras guardo la compra y los Gatorade en la nevera.
«Es normal salir con una mujer y sus compañeras de piso, a las que no conozco», pienso mientras
me ducho y me relajo bajo el agua caliente. Una ducha sin accidentes, sin cortinas ni egos que salgan
malparados en el proceso. Una ducha que disfruto mucho.
Es muy normal. No hay por qué ponerse nervioso.
Pero, en cuanto me quedo convencido, mis planes sufren una vuelta de tuerca. Tirado en la cama,
con el pelo húmedo tras ducharme, miro los mensajes de texto. Hay dos nuevos. Uno es de Pau, que
va a coger un turno extra. Dice que nos verá luego si puede, y que Nora me enviará en breve los
detalles de la noche.
El otro es de Dakota:
Hola, ¿qué haces?
Lo repito en voz alta, un tanto confundido.
Me quedo mirando la pantalla y espero un momento antes de responder. No quiero decirle que
tengo planes, y menos aún que son con otra mujer. No es que tenga intención de mentir, haría
cualquier cosa antes que eso. Sólo es que no le veo nada positivo a contarle lo que voy a hacer. Ni
siquiera sé si hay motivos para decírselo. No estamos saliendo juntos. Nora y yo sólo somos amigos,
aunque no me la quite de la cabeza.
Miento de todos modos:
Estudiar. ¿Y tú?
Cierro los ojos antes de pulsar «Enviar» y mi memoria guía a mi pulgar para que apriete el
gatillo. De inmediato, me siento culpable por haberle mentido, pero es tarde para desdecirse.
Pongo el móvil a cargar, me acerco al armario y empiezo a arreglarme. Saco unos vaqueros con
rotos en las rodillas. Son más ajustados que los que suelo llevar, pero me gusta cómo me quedan.
Hasta hace dos años, no podría habérmelos puesto sin parecer un muñeco Michelin. Ni siquiera un
muñeco Michelin, sino un muffin rebosando por encima del papel. Un muffin feo.
Me quedo mirando el armario, intentando encontrar algún dato sobre moda en mi cerebro. Nada.
Sé de elfos, de magos, de discos de hockey, y tengo mucha información sobre brujos en la cabeza.
Pero ni un solo truco de moda. En el armario no tengo más que camisas de cuadros y demasiadas sudaderas con capucha de la WCU. Me acerco a la cómoda y abro el cajón superior. Me pondré los
calzoncillos grises; casi todos los demás tienen algún agujero. En mi habitación hay un poco de
humedad, así que abro la ventana.
El segundo cajón está lleno de camisetas, la mayoría con algo escrito. ¿Debería ir de compras?
¿Dónde está Pau cuando la necesito?
No estoy acostumbrado a arreglarme para salir de fiesta. Normalmente llevo camiseta con vaqueros o pantalones de hilo y, desde que me vine a vivir a Brooklyn, he añadido un par de
chaquetas a mi guardarropa. Diría que estoy empezando a vestirme sin ayuda.
No sé a qué clase de club vamos a ir ni qué se pondrá Nora. No sé casi nada de clubes en general.
Cojo una camisa gris y me la pongo. Las mangas son demasiado largas; me arremango y me
pongo el bóxer.
Me ha crecido mucho el pelo por delante y se me riza un poco en la frente, pero no me decido a
cortármelo. Me pongo un poco del acondicionador de Pau e intento peinar la maraña. Me gusta el
rollo desaliñado, pero ojalá no tuviera claros en la cara en los que la barba se niega a crecer.
Para cuando termino de vestirme y consigo domar mi pelo, hay un mensaje de Nora.
Sólo ha escrito la dirección y el emoticono de un corazón.
Me gusta, y me pone un poco más nervioso.
Entonces me doy cuenta de la hora que es y de que necesito darme prisa o llegaré tarde. Me arremango a toda prisa y me pongo las botas marrones. Introduzco la dirección en la aplicación de
mapas del móvil y siento un gran alivio al ver que sólo está a media hora andando.
Aprovecho el paseo para calmarme y pensar en temas de conversación con los que intentar
entretener a Nora y a sus amigas. Espero que no les guste hablar de política porque nunca acaba bien.
Estoy tan preocupado que ni me acuerdo de que Dakota no me ha contestado.
No sé a qué clase de club vamos a ir ni qué se pondrá Nora. No sé casi nada de clubes en general.
Cojo una camisa gris y me la pongo. Las mangas son demasiado largas; me arremango y me
pongo el bóxer.
Me ha crecido mucho el pelo por delante y se me riza un poco en la frente, pero no me decido a
cortármelo. Me pongo un poco del acondicionador de Pau e intento peinar la maraña. Me gusta el
rollo desaliñado, pero ojalá no tuviera claros en la cara en los que la barba se niega a crecer.
Para cuando termino de vestirme y consigo domar mi pelo, hay un mensaje de Nora.
Sólo ha escrito la dirección y el emoticono de un corazón.
Me gusta, y me pone un poco más nervioso.
Entonces me doy cuenta de la hora que es y de que necesito darme prisa o llegaré tarde. Me arremango a toda prisa y me pongo las botas marrones. Introduzco la dirección en la aplicación de
mapas del móvil y siento un gran alivio al ver que sólo está a media hora andando.
Aprovecho el paseo para calmarme y pensar en temas de conversación con los que intentar
entretener a Nora y a sus amigas. Espero que no les guste hablar de política porque nunca acaba bien.
Estoy tan preocupado que ni me acuerdo de que Dakota no me ha contestado.
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