Salgo de mi habitación sin hacer ruido para no despertar a Pau. Sé que va a querer hablar de lo de
anoche, pero yo necesito tomarme un café antes.
Mientras recorro a hurtadillas el corto distribuidor, miro los marcos cuadrados que Pau se pasó
horas colgando con el fin de disponerlos perfectamente en paralelo por toda la pared. Dentro de cada
marco hay una foto distinta de un gato vestido con diferentes tipos de sombreros. El que tengo más
cerca
es un
gato atigrado y lleva un
sombrero gris estilo Panamá con
listas negras y marrones a
juego con su pelaje. Una gran pluma sobresale en la parte delantera.
La verdad es que nunca he prestado mucha atención a estas fotos, pero hoy me encuentro de un
humor
extraño y siento el impulso
de examinarlas, y lo cierto
es que
las encuentro bastante
entretenidas. Me había fijado
en que
tenían relación con
los gatos, pero eso es
todo. El siguiente
felino también es atigrado, pero en lugar de gris y blanco es naranja y crema. Éste está gordo, y me
río al ver el bombín que lleva. Otro lleva un esmoquin, complementado, cómo no, con su chistera.
Están muy bien, y me gustaría estrecharle la mano a quien fuera que se le hubiese ocurrido la idea
por haber hecho de algo tan sencillo algo tan peculiar y por haberme proporcionado la distracción
perfecta
esta mañana. Miro el resto
de las
imágenes y me quedo todo lo quieto
que puedo cuando
llego al final del pasillo.
Me sorprendo un poco al encontrarme a Nora dormida en el sofá. Creía que se habría marchado
después de saber que Dakota y yo no estábamos en su casa.
Y, sin embargo, aquí está, con el brazo colgando por el borde del cojín y rozando con las puntas
de los dedos el suelo de hormigón teñido. Lleva el pelo recogido en lo alto de la cabeza y tiene las
rodillas
flexionadas a un lado. Sus
labios están ligeramente
entreabiertos, como si
estuviera
suspirando.
Tiene los ojos bien cerrados.
Avanzo de puntillas y, gracias
a mis
mullidos calcetines,
apenas hago ruido de camino a la cocina.
Después de ver que Dakota se ha marchado antes de que saliera el sol, he vuelto a dormirme un
rato.
En realidad no me ha
sorprendido que se
marchara. Estaba, más que nada,
decepcionado
conmigo mismo por haberme hecho ilusiones de despertarme con ella a mi lado. Anoche no era ella
misma;
era la
antigua versión de su persona,
aquélla a la que le
gustaba estar conmigo, aquella
alocada
a la
que he
querido durante la mitad de
mi vida. Pero ahora ha
salido el sol y ella
ha
desaparecido de mi cama, llevándose la luz consigo.
En
algún momento de la noche
se ha
levantado un fuerte viento que
ahora aúlla a través de
la
ventana
abierta de la cocina y
hace que
la cortina golpetee contra el
cristal. Conforme me
acerco,
oigo
cómo empieza a llover con
más fuerza. Y, cuando me
asomo por
la ventana y miro hacia
la
calle,
veo un
desfile de paraguas en medio
del aguacero. El verde con
lunares blancos avanza más
rápido que el verde militar, y el rojo es el más lento de todos ellos. Desde aquí, parecen flores, y me
sorprende ver la cantidad de gente que hay en la calle a pesar de la lluvia.
Echo un vistazo a Nora y cierro la ventana despacito para que el sonido de la lluvia y el viento no
la
despierten. Iba a
preparar algo de desayuno, pero
haría demasiado ruido,
así que
supongo que
bajaré un momento y me compraré un bollo en la tienda de la esquina.
Aunque..., si me voy ahora, a lo mejor no estoy aquí cuando se despierte, y me gustaría hablar con
ella sobre lo de anoche. Quiero disculparme por haberme ido tan deprisa con Dakota sin darle una
buena explicación. Creo que en una ocasión dijo que no es la clase de mujer que tiene celos de otra;
mientras
veía programas como «The Bachelor»,
decía que ella sería la
candidata perfecta
precisamente porque no es nada celosa. No es que quiera que se muera de celos, pero no me gustaría
pensar que le dio igual que Dakota fastidiara nuestra cita y que yo fuera un capullo y me marchara
con ella.
Sin
embargo, por otro lado, no
quiero que se sienta mal
ni incómoda conmigo, y necesito
asegurarme de que no está enfadada por lo de anoche. Fue un gran malentendido y estoy convencido
de que lo entiende.
Pero ¿y yo? ¿Lo entiendo yo?
Lo cierto es que creo que no entiendo nada de lo que me ha sucedido con estas dos mujeres en las
últimas
veinticuatro horas... En
estos momentos, mataría
por que
ambas me explicaran cuál es la
situación, o la «no situación», para mí, para los profanos en la materia. No entiendo cómo funcionan
las
relaciones en esta ciudad, a
pesar de que siempre oigo
que son los hombres los
que tienen un
poco el «control».
Intento
analizarlo todo con la mirada
fija en
la cortina amarillo chillón que
cubre ahora la
ventana.
Uno, Nora me tocó el estómago cuando pasó lo de la ducha, después me besó, y luego me invitó a
salir con sus amigas.
Dos, me marché con Dakota en plena «cita», delante de sus amigas; incluso si no le gusto como
pareja, seguro que eso hirió su ego.
Tres,
vio cómo
Dakota entraba en mi habitación
anoche, seguramente oyó
al menos parte de
nuestra conversación y es probable que diera por hecho que hubo sexo.
Esto es muy incómodo. Ni siquiera sé si a Nora le gusto. Le encanta tontear.
Suspiro y pienso que ojalá supiera algo sobre las mujeres y su manera de pensar.
Abro la nevera despacito y me encojo cuando dos botellas de zarzaparrilla chocan entre sí en la
inestable
bandeja de la puerta. Cojo
la que
tengo más cerca y la
sujeto apoyando la
puerta del
frigorífico en mi cadera. Saco una caja de comida para llevar de hace dos días, con tallarines con una
especie de salsa de cacahuetes y unos trozos de algo que representa que es pollo, y cierro la nevera.
Cuando me vuelvo, Nora está ahí de pie, con cara de sueño y el pelo revuelto. Sorprendido, doy
un
brinco y casi dejo caer las sobras
al suelo, pero ella me
está sonriendo. Es una sonrisa
vaga,
matutina. Unas manchas de maquillaje marrón rodean sus ojos como un panda.
—Me has despertado —dice, y se arremanga la sudadera hasta los antebrazos.
Los shorts negros que lleva son tan cortos que, cuando se vuelve y se dirige a la nevera, veo la
curva donde el trasero y el muslo se unen.
Tira de ellos para intentar taparse un poco, pero no hay suficiente tela.
No me quejo.
Aparto
la vista cuando abre la
nevera y se inclina hacia
adelante. Con esos pantaloncitos tan
cortos
se le
debe de
estar viendo medio culo, y
tengo que
obligar a mis pies a
quedarse plantados
aquí para no ir a agarrárselo. Esto es algo nuevo para mí, esta adrenalina, este constante latir desde
mi pecho hasta mi entrepierna. Saca un Gatorade rojo y yo la miro con una ceja enarcada. La señalo
con el índice.
Nora sonríe, pone un gesto serio y tapa la marca de la botella con la mano.
—Dos c-cosas... —empiezo, y me aclaro la garganta cuando se me rompe la voz.
Ahora
que se
ha despertado, ya me da
igual hacer ruido. Además, Pau
seguramente lleve
despierta
en la
cama desde las siete. Las
sobras tienen un aspecto sospechoso,
así que
las tiro
a la
basura.
Abro la
nevera otra vez y saco el cartón
de huevos y la leche
y los
dispongo sobre la
encimera.
—Bueno, tres —me corrijo—. ¿Quieres tortilla?
Abro el cartón de huevos y la miro. Ella mira hacia la sala de estar y vuelve a mirarme como si
estuviera buscando a alguien.
—Se ha ido a casa —digo.
O, al menos, eso creo. Aquí no está, y no tiene muchas otras opciones, que yo sepa. Es probable
que tenga un montón de cosas de las que no me ha contado nada. Por ejemplo, podría estar ocultando
un hipogrifo en su apartamento y yo no lo sabría, porque nunca he estado allí. De hecho, ni siquiera
he visto el edificio en el que vive.
—Uy —dice Nora sorprendida—. Anoche... —empieza, pero yo quiero terminar mis tres cosas, o
de lo contrario se me olvidarán.
—Espera. —Levanto un dedo.
Ella sonríe y cierra la boca con un gesto exagerado.
—Lo primero es lo primero. ¿Tortilla?
Abro el armario que tengo delante y cojo una sartén con una mano mientras enciendo el fogón
con
la otra. Es el movimiento
más fluido y coordinado que he hecho
en las
últimas veinticuatro
horas.
—Sí, por favor —responde Nora con voz de que debería estar durmiendo todavía.
No me imagino cómo sería despertarse al lado de esta mujer todas las mañanas. Llevaría el pelo
alborotado y seguramente recogido en lo alto de la cabeza. Sus piernas serían suaves y bronceadas, y
apuesto a que ni siquiera tiene marcas de bronceado.
—Pero soy vegetariana, así que la mía sólo con queso.
—Tengo un par de cebollas y un pimiento, si quieres —sugiero.
Asiente y me sonríe impresionada.
—No me digas obscenidades ya de buena mañana.
Su
sonrisa es contagiosa, y me
sorprende haber pillado su broma
sobre los alimentos que he
mencionado
al instante. Aunque mi tortilla
de dos
huevos no es para tirar
cohetes, como pastelera
supongo que apreciará que los hombres sepan desenvolverse en la cocina.
Cojo un cuenco pequeño y casco dos huevos en el borde.
—Ahora, la segunda cosa. —La miro para comprobar que me está prestando atención.
Me
mira a
los ojos
mientras se suelta el pelo,
y unas
densas ondas de cabello castaño
caen
alrededor de sus hombros. Cuando sacude la cabeza, me siento como si estuviera en un anuncio de
champú.
«¿Sería raro decirlo? ¿Daría la impresión de que me estoy esforzando demasiado?»
Opto por no decir nada. Seguro que no es un cumplido normal, y no necesito proporcionarle más
motivos para que piense que soy patético.
De modo que, en lugar de hacerlo, me zambullo de lleno en el montón de cosas que me gustaría
aclarar entre nosotros.
—No
sabía que vivíais juntas —empiezo
a explicarle—. No sabía que
Dakota estaría allí. Lo
siento si el hecho de que me marchara te avergonzó delante de tus amigas. Estaba deseando... —se me
seca la garganta y, aunque puede que me atragante a mitad de frase, continúo— pasar un rato contigo.
No sé cuánto sabes sobre Dakota y yo, pero...
Ella
levanta la mano. Cierro la
boca, vierto un chorrito de
leche en el cuenco de
los huevos
batidos y abro la nevera otra vez. Nora se acerca a la cocina y baja el fuego. Seguramente hace bien.
Mira el suelo y después a mí.
—Ya sé que no lo sabías —responde—. Y yo no tenía ni puta idea de que tú eras el chico del que
ella hablaba. Nunca nos dijo nada de ti que me llevara a pensar siquiera que tú pudieras conocerla.
Nunca nos dijo tu nombre.
Eso último lo dice en un tono que no sé cómo interpretar. Se sube de un salto a la encimera de la
cocina, a escasos metros de mí, con los pies colgando sobre los armarios de madera.
—Pero no estoy enfadada ni nada —añade en un tono total y absolutamente plano—. Así que no te
preocupes. Lo entiendo, no pasa nada.
Nora se acaba de mostrar muy comprensiva conmigo, y lo ha hecho con ese aire que la envuelve
de nuevo. Ése en el que parece estar tan aburrida que empieza a mirarse el pintaúñas.
Vale, y ahora ha empezado a descascarillarse el esmalte negro de un pulgar con la uña del otro.
—No hemos vuelto a estar juntos —le digo.
La confesión de Dakota todavía me escuece en el fondo de mi alma.
Nora sonríe y levanta la vista de las manos.
—Eso
no es
asunto mío. —Se encoge de
hombros como si acabara de
decirle algo tan obvio
como que el cielo es azul, y yo ladeo la cabeza.
Los huevos se están cocinando y sisean en la sartén, el queso está casi derretido, así que cojo una
loncha de jamón del paquete de fiambre.
—Carne
—dice con cara de asco—.
Y encima fiambre. Había empezado
a impresionarme
demasiado pronto. Menos mal que el engaño no ha durado mucho.
Cuando se echa a reír, me doy cuenta de que no quiero que cambie de tema. Quiero saber por qué
cree que mi relación no es asunto suyo.
¿Acaso
no salimos juntos anoche? Durante
cinco minutos fue todo bien,
antes de que estallara.
Además, éste no es el típico fiambre envasado. Es de la charcutería, y he pagado bastante más por la
calidad.
—¿Es así como te mantienes tan en forma? —Señalo su cuerpo con la espátula con la que acabo
de dar la vuelta a la tortilla.
—¿No comiendo carne procesada?
Asiente y se encoge de hombros. Entonces se inclina hacia adelante y se acerca un poco a mí.
—No, no como carne, pero tengo que cuidar mi alimentación. Podría comerme un paquete entero
de queso ahora mismo —dice señalando el que hay sobre la encimera.
Sirvo la tortilla en un plato de papel y observo cómo ella me resta un punto más en su hoja. Y, por
hoja, me refiero a esa lista mental que hacen las mujeres cuando conocen a un chico.
Atractivo: 8 puntos. (Si he de ser realista, cualquier punto entre 6 y 10. Yo diría que soy un 7,5.)
Altura: 8 puntos. (Algunas, con un metro ochenta, me darán 8 puntos.)
Habilidades culinarias: 5 puntos.
Usar fiambre en una tortilla: -2 puntos.
Usar platos de papel: -1 punto.
Decido
pasar por alto el hecho
de que
anoche debí de perder al
menos diez puntos. Bueno,
seguramente ahora mismo tendré una media de dos.
—Pero
con la
edad me
he ido
dando cuenta de que para
mantenerme en forma tenía que
esforzarme
un poco
más que
la mayoría de la gente.
—Se toca
la pierna con un dedo y me
quedo
mirando una pequita que tiene en el centro del muslo.
Sus shorts son cortísimos, y mis ojos saltan de esa peca a otra, y después a otra. Es como si las
manchitas marrones se hubiesen alineado a la perfección para formar un camino hasta el extremo de
sus pantalones. Seguir los puntos es algo inevitable.
Ella se vuelve un poco y se mira el culo y los muslos.
—Pero me gusta dejar algunas cosas tal y como son.
Estoy sudando.
Mueve ligera y sutilmente el culo, y la temperatura del ambiente asciende de tal manera que creo
que voy a desmayarme. Y, puesto que estoy mirándole la parte de atrás de los muslos, se agarra el
culo y me mira.
Aparto la mirada, tengo que hacerlo.
Debería hablar.
Debería decirle algo con chispa.
El problema es que no se me ocurre nada y no quiero que piense que estoy pensando que ella está
pensando...
Maldita sea, estoy dándole demasiadas vueltas.
—Y
más teniendo en cuenta que
la pastelería es mi profesión
y también mi afición —continúa,
como si no acabara de dejarme desconcertado—. Preferiría pasar sin wifi antes que sin pasteles.
Se vuelve hacia mí y, no sé cómo, consigo no volver a mirar las pecas que tiene encima de los
muslos.
Lo dice en serio, y lo sé por el modo en que abre los ojos y frunce los labios.
Estoy a punto de fingir que soy una de esas personas tecnomodernas que preguntan la clave del
wifi allá adonde van, pero, después de lo de anoche, no tengo energías para fingir nada.
—Haces que parezca que se trate de una cuestión de vida o muerte —bromeo.
Ella me sonríe con aire despreocupado, y entonces retomo la conversación:
—Segunda cosa: si quieres hablar sobre Dakota, podemos hacerlo.
Nora frunce los labios y me fulmina con la mirada. No hago caso. Quiero que sepa que no soy
uno de esos tíos que no te dicen lo que piensan y que te hacen adivinarlo, y que, para cuando lo has
hecho, ya se te ha olvidado cuál era el problema en un principio. No, yo no soy así.
Me crie con una madre soltera a la que debo mis habilidades comunicativas.
No
soporto las medias verdades, y no las
ofrezco. Jamás me iría con mi ex
sin dar
ninguna
explicación a la chica con la que había quedado. No quiero que se forme una versión de mi persona a
partir de lo que ella cree que sabe. Quiero que base su opinión sobre mí en hechos y experiencias.
Pero, hasta ahora, no le he demostrado muy bien la clase de hombre que soy. Le paso un paño a la
sartén
antiadherente y rocío un poco
de espray antiadherente.
Ningún producto funciona
bien del
todo, pero sólo se me pegan la mitad de las comidas que preparo. Eso es todo un logro, teniendo en
cuenta la suerte que tengo con todas las demás cosas.
—Venga. —La animo a entrar en el tema.
Ella me mira con vacilación.
—Como tengo la sensación de que no vas a dejarlo estar, hablaré sobre lo fuerte que es que ella
sea mi compañera de piso y tú el de Pau. El mundo es un puto pañuelo.
Echa la cabeza atrás y la sacude.
El mundo es muy pequeño, demasiado pequeño para mi gusto. Tengo curiosidad por saber cómo
acabó mi ex viviendo con mi... amiga Nora.
—¿Cómo os conocisteis? Si ella va a la academia de ballet y tú eres pastelera...
Ella sube la cabeza y levanta una mano.
—No soy pastelera. Soy chef.
Su tono me indica que le pasa muchas veces y que no le gusta esa generalización. Ups.
—Pero
bueno —continúa—, mi
antigua compañera de la facultad,
Maggy, puso un anuncio
buscando
una tercera persona. Dakota apareció
un día
con una
maleta y con la peor
actitud que he
visto en mi vida.
Por su expresión, sé que se arrepiente de haber dicho eso delante de mí.
—Sin ánimo de ofender... —añade vacilante.
—Tranquila.
Tal vez debería defender a Dakota, pero no quiero hacerlo todavía. Nora tiene derecho a tener su
propia opinión sobre ella, y yo no soy quién para defenderla. ¿Quiénes son los dos tíos con los que
se acostó? ¿Los conozco? Lo más seguro es que no. No conozco a muchos tíos en Nueva York, y ella
ha
estado soltera todo el tiempo
que lleva viviendo aquí. No
quiero empezar a pensar que
se ha
acostado con todos los hombres que conocíamos en Michigan.
—Vaya, pues ya es casualidad que fuera a salir con la compañera de piso de mi ex. Lo siento —
digo entre risas, intentando relajar el ambiente.
Su expresión se torna tensa y ella se encoge de hombros otra vez.
—Da igual. Tampoco es que fuera una cita. La verdad es que no tengo mucho tiempo de salir con
nadie de todas formas. Bueno, ¿cuál es la tercera cosa? Está la tortilla, la incómoda cita que no era
una cita, y había algo más.
Cuando me paro un momento para pensar, ella se inclina hacia adelante y me hunde el dedo en la
mejilla. El corazón me da un brinco.
—¿Cuál-es-la-tercera-cosa?
Cuando se aparta de nuevo y apoya la cabeza contra los armarios superiores, abre la botella de
Gatorade y bebe un trago. Justo a tiempo.
—¡Ésta! —digo y señalo la botella roja que tiene en la mano.
Nora cierra la boca con las mejillas llenas de Gatorade y abre unos ojos como platos.
—¡El
otro día
dijiste que lo odiabas, y
ahora mira! —Le doy un
golpecito a la botella con
los
dedos y ella da un sonoro trago.
Un chorrito desciende por su barbilla. Ella intenta evitarlo. Me echo a reír y me inclino delante de
ella.
Separa los muslos y no
se aparta cuando cojo el
trapo de
la encimera y le seco
la barbilla
dándole suaves toquecitos.
Ahora estoy entre sus muslos, y todo mi cuerpo es muy consciente de ello. Traga, levanta la mano
y
se agarra a mi antebrazo
con ambas manos. Me clava
los dedos y yo me
inclino más cerca. Mi
pecho está rozando el suyo, y sus tobillos empiezan a enroscarse alrededor de mis piernas. Me atrae
tanto
que me
duele, física y mentalmente, en
todas partes. Es un dolor
punzante, de deseo y de
necesidad mezclados en un cóctel de confusión.
La que está sentada sobre la encimera de la cocina ya no es la chica loca de las risitas que pestañea
coqueta. De forma temporal se ha convertido en una mujer seductora que me rodea el cuello con los
brazos y que arrastra las uñas tras las suaves yemas de sus dedos. Se me pone todo el vello de punta, y
es
imposible que no haya notado
el escalofrío que me ha
entrado, y es imposible que yo vaya a
preocuparme por eso cuando ella me está agarrando de esta manera. Soy sólo un poco más alto que
ella
ahora que está sentada ahí,
pero en
cuanto bajo la vista para
mirarla, veo que respira con
dificultad y que sus oscuras pestañas descansan sobre sus mejillas porque está mirando hacia abajo.
Desplazo
la mano
hasta su barbilla y se
la levanto un poco hasta
que me
mira a
los ojos. Se
acerca. Siento su respiración en mi boca y, de manera instintiva, la agarro de los muslos. No debería
ser un instinto, porque sólo he tocado a esta mujer una vez antes, aunque no logro convencer a mi
cuerpo de lo contrario. Tiene voluntad propia y no soy capaz de detenerlo.
Ella exhala mi nombre y yo inspiro hondo, disfrutando del modo en que su lengua parece cubrir
mi
nombre de azúcar. Mis manos
ascienden más y más, hasta
que alcanzan la parte de
sus muslos
donde empieza el trasero. Su piel es tan sensible que mis manos han dejado unas marcas rojas a su
paso. Su respiración se acelera de nuevo cuando baja la vista hasta sus piernas y vuelve a mirarme a
los
ojos. Empujo suavemente su mejilla
con el
mentón y ella gira la
cabeza. Mi boca acaricia su
cuello con delicadeza, dejando diminutos besos de adoración y de necesidad.
Nora gime y aprieta las piernas, que envuelven mi cintura con fuerza. Entonces levanta la mano y
me
agarra la mía con su
puño. Mece su cuerpo contra
el mío y yo deslizo
mi boca
hasta su oreja,
embriagado de pasión por ella. Es una pasión que me envuelve y me domina.
Me coge de las manos y las guía con determinación entre sus piernas. Desplaza nuestras manos
unidas más cerca de donde acaban sus muslos y el cordón de mis pantalones se restriega contra ella.
Gime de nuevo, me clava las uñas y casi pierdo el sentido. Esta mujer, de la que apenas sé nada, ha
conseguido que me la esté tirando con ropa en la encimera de la cocina, con Pau en casa y después
de
que Dakota se haya ido a hurtadillas
esta mañana y, a pesar
de todas esas cosas, me
tiene
completamente a su merced.
Es como
si estuviera aspirando gas de
la risa, como si no
supiera
distinguir el blanco del negro o las caricias inocentes de las insinuaciones sexuales. Este beso es lo
bastante intenso como para postrarme de rodillas. A través de mis ojos entornados, la veo como un
ángel oscuro, y nunca he sido religioso, pero ahora le profeso devoción.
No
debería estar haciendo esto, y
ella no
debería estar haciendo esto, pero
quiero seguir
haciéndolo. Lo deseo, lo necesito. En esta encimera, sobre la mesa de la cocina, e incluso en el suelo.
Noto cómo se aparta cuando mis dientes rozan su oreja.
—Esto... es... —Exhala—. Esto no me conviene. A ninguno de los dos.
Me empuja y yo me aparto.
—Joder.
—Se lleva la mano al
pecho e inspira hondo unas
cuantas veces—. No me convienes
naaada. Y yo a ti menos aún.
Se baja de la encimera de un salto y tira de los shorts en un desesperado intento de ocultarme su
cuerpo.
Trato
de no
mirar, pues sé que, con
cada segundo que pasa, la
duda aumenta en su interior
y
empieza a detallar la lista de los motivos por los que el patético compañero de piso de Pau no es lo
bastante bueno para ella. Está intentando no decirme algo, y yo estoy haciendo eso que suelen hacer
todos los hombres de quedarse mirando en lugar de escuchar lo que tiene que decir.
Pero
yo no
soy así.
Estoy tratando de
entender qué es lo que
está pasando entre nosotros.
Afortunadamente no soy ningún patán, y me siento del todo capaz de volver a mirarla a los ojos y de
escuchar
su lista de motivos por
los que
no podemos devorarnos el uno
al otro
cada vez
que nos
encontremos a solas en la cocina.
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