domingo, 23 de octubre de 2016

After Todo por ti Cap 30



Miro a través del espejo unos segundos y al mismo tiempo Nora me mira a mí.

No se acerca. Sólo se queda en la puerta, sus ojos fijos en los míos. Sin dejar de mirarla, cierro el
grifo y cojo la toalla para secarme las manos. Al parecer debía de estar en la habitación de Pau
cuando he llegado.

—Hola —dice el reflejo de Nora.

—Hola —repito.

Hoy nos lo hemos dicho ya unas cuantas veces.

—¿Qué ha pasado? —pregunto. Mi plan era esperar a que ella me lo contara, pero no he podido
contenerme.

Respira hondo y observo cómo su pecho sube y baja. Me vuelvo y ella se adentra un par de pasos
en el cuarto de baño y cierra la puerta.

Cuando se acerca a mí, la noto reservada, no es la misma que era anoche en la cocina. Se coge las
manos a la altura del regazo en vez de agarrarse a mi camiseta. Sus labios están apretados y no
besándome.

Lleva el pelo recogido en una trenza que le cae por el hombro. No lleva maquillaje y veo que
tiene unas pocas pecas en las mejillas, y por su mirada cansada que no ha dormido mucho. Va
vestida con una camiseta blanca que deja un hombro al descubierto y unos leggings negros. Los
calcetines tienen dibujos de pizzas. Es la segunda vez que la veo con calcetines singulares. Me gustan.

—Estoy bien —dice tras humedecerse los labios.


La cojo de la mano y la atraigo hacia mí. Duda un instante, luego da un paso adelante. «La bolsa
de basura llena de ropa dice lo contrario, Nora.»

—No pareces estar bien —replico.

Levanto la mano que tengo libre y le toco la punta de la trenza. Ella entorna los ojos.
—Sabes que puedes hablar conmigo. —Retiro la mano de su pelo y le levanto la barbilla, sólo un
poco, para poder verle bien la cara.

Sendos círculos oscuros enmarcan sus ojos almendrados. Los tiene hinchados, y se me encoge el
estómago de pensar que ha estado llorando. Paso la yema del pulgar por uno de sus ojos cerrados y
ella entreabre los labios.

Tiene las pestañas tan largas que me recuerdan a las alas de un pájaro.

Un pájaro muy muy bello.

Mi mente se pierde por lugares muy extraños.

Asiente y llevo el pulgar a su barbilla. Abre los ojos, lo justo para que vea que oculta algo.

Su voz es dulce y aparta la cara de mi caricia cuando dice:

—Estoy en ello.

Doy un paso atrás para darle espacio y, para mi sorpresa, me coge de la camiseta y me atrae hacia
sí. Me rodea con los brazos y hunde la cabeza en mi pecho. No llora, sólo se queda así, de pie,
cogiendo pequeñas bocanadas de aire sin decir nada.

Le paso la mano por la espalda, arriba y abajo, respetando el silencio.

A los pocos segundos levanta la cabeza y me mira.

«Quiero cuidar de ti», dice mi corazón. Luego mi boca lo repite.

Nora asimila mis palabras con la mirada clavada en la mía.

—No quiero que nadie cuide de mí.

Su sinceridad me duele, pero he de recordar que es unos años mayor y que tiene más práctica que
yo en esto de la vida y apañándoselas por su cuenta.

—No quiero que mis padres me ayuden. No quiero que me ayudes. No quiero que nadie me
ayude. Quiero aclararme y causar el menor número de problemas posible. No voy a traerte más que
problemas; yo soy así, es mi especialidad. No es una advertencia vacía, te lo estoy diciendo muy en
serio, Landon.

Me mira y sus ojos me suplican que la escuche. Que la escuche de verdad.

—Arrastro demasiadas cosas y no estoy buscando a un caballero andante.

No qué decirle. No cómo arreglarlo, ni tampoco si ella necesita que lo arreglen.

No estoy acostumbrado a que no me necesiten. Siempre he sido el que lo solucionaba todo. Sin
eso, ¿qué me queda?

Ni idea.

—Lo sé, princesa —digo intentando quitarle hierro al asunto, barrer parte de esa tensión que me
descoloca.

—Puaj. —Pone cara de mucho asco—. No soy una princesa.

—¿Qué eres? —le pregunto, curioso por saber cómo se ve a misma.

—Un ser humano.

Sabe usar el lenguaje más allá del sarcasmo.

—No soy una damisela en apuros, no soy una princesa. Soy una mujer que es muy humana en el
sentido más amplio de la palabra.

Mi mirada encuentra la suya y me abraza de nuevo.

—¿Podemos quedarnos aquí, así, un momento? ¿Me abrazas un segundo para que pueda recordar
qué es lo que se siente?

Detesto que sus palabras suenen a sentencia, como si fueran más que un adiós.

No contesto. La abrazo hasta que me suelta.

—Me gustaría que me contaras lo que sucede —digo cuando se aleja.

Ella desvía la mirada antes de contestar:

—A también.

Se endereza y abre los ojos del todo.

—Muy bien. Vamos a decorar la tarta y a regalarle a Ellen el mejor cumpleaños de su vida.

El cambio es instantáneo y total. Me preocupa lo rápido que puede zanjar el asunto y pasar a otra
cosa.

Quiero más de Nora. Quiero respuestas. Quiero saber la gravedad de sus problemas para poder
ofrecerle una solución. Quiero cogerla de la mano hasta que esté segura de que puede contar
conmigo. Quiero borrar su dolor con mis besos y hacerla reír hasta olvidar por qué se esconde de
mí. Quiero que sepa que la veo a pesar de que ella no desea mostrarse.

Quiero muchas cosas, pero ella también tiene que quererlas. Le doy lo que quiere y planto una
sonrisa falsa en mi cara.

—Eso.

Alzo la mano para que choquemos los cinco y sonríe.

Levanta la suya y la hace chocar con la mía.

—Eres la persona más cursi que conozco —dice mientras abre la puerta del cuarto de baño.

La sigo.

—No es algo que me preocupe.

Y, sin más, volvemos a ser «amigos».

Pau y Lila siguen en la sala de estar cuando salimos juntos del pasillo. Lila continúa hipnotizada
con su coche y Pau está sentada en el sofá con las piernas cruzadas, observando a la niña con una
sonrisa de oreja a oreja.

Pau me mira, mira a Nora y luego a otra vez. No se molesta en ocultar sus sospechas, pero
no dice una palabra.

—Lila —me agacho para hablar con la pequeña—, vamos a decorar una tarta. ¿Quieres venir a la
cocina con nosotros?

La niña levanta la cabeza, me mira y coge su coche de juguete.

—Cochecito —dice feliz, sosteniendo el pequeño Hot Wheel para que lo vea bien.

—Sí, puedes traerte el cochecito. —Le ofrezco la mano y la agarra.

—Voy a echarme un rato —dice Pau antes de tumbarse en el sofá.

Le digo que vuelva a dormir y me llevo a Lila a la cocina. Nora viene detrás.

—Hola, bonita. ¿Cómo te llamas? —le pregunta.

Lila no la mira, pero le dice su nombre y se sienta junto a la mesa.

—Qué nombre más bonito. ¿Te gusta la tarta? —pregunta Nora.

Lila no responde.

Toco a Nora en el brazo para que me preste atención. Ella se vuelve hacia y me tapo la boca
con la mano para que Lila no me vea hablar.

—Es autista —le explico.

Nora pone cara de entenderlo todo. Asiente y se sienta junto a Lila.

—Bonito coche —le dice.

La pequeña sonríe y desliza el coche por la mano de Nora. «Brrumm, brumm.» Creo que cuenta
con su aprobación.

—¿Recuerdas cómo se hace la cobertura? —pregunta Nora sin levantarse de la silla.

Asiento.

—Azúcar glas, mantequilla, vainilla y...

No consigo recordar cuál era el último ingrediente, y eso que anoche ya hicimos esto dos veces.

—Leche.

Asiento.

—Eso es, leche. Y diecisiete gotas de colorante alimentario.

Me lanza una mirada asesina.

—Una o dos gotas.

—Vale, diez gotas. Entendido.

Se echa a reír y pone los ojos en blanco. Me encanta ver que hay un poco de vida en ellos.

—Dos gotas.

Abro el armario y saco la caja de colorante.

—Si quiero hacerlo bien, voy a necesitar que me supervisen. ¿Conoces a algún cocinillas?

«Ahí lo dejo, señorita chef de repostería.»

Nora niega con la cabeza.

—A ninguno, se siente. —Una sonrisa juguetona le ilumina la cara.

Suspiro con gesto dramático y saco una bolsa de azúcar glas del armario.

—Es una pena, porque no si voy a liarla parda.

Ella me observa con expresión divertida.

—Se le da fatal la repostería —le susurra sin disimulos a Lila.

La niña la mira y sonríe.

Blando una cuchara de madera entre ambas.

—Eh, nada de aliaros en mi contra.

Nora se ríe.

Voy a la nevera y saco la leche y la mantequilla. Luego cojo un cuenco del lavaplatos. que me
acuerdo de cómo se hace la cobertura.

O eso creo.

Nora permanece en silencio mientras empiezo. Mezclo el azúcar con la mantequilla, añado la
leche y la vainilla. Con cuidado, echo dos gotas de colorante verde y Nora aplaude mientras lo
remuevo todo.

Después de un minuto o dos en silencio, se levanta y se me acerca. Le quita el plástico a la tarta y
lo tira a la basura. Hundo la cuchara en la cobertura y unto con ella el bizcocho de vainilla.

—Anda, qué bonito. Estás decorando la tarta solito. Has hecho grandes progresos, pequeño
saltamontes.

Me echo a reír, y entonces Nora me da un golpecito con el hombro.

Mira a Lila.

—¿Quién es? No te lo he preguntado.

—Es la hermana de mi amiga Posey. Le toca trabajar hoy y me he ofrecido a hacerle de canguro.
Vendrá a recogerla dentro de una hora más o menos.

Nora me mira como sólo ella sabe hacerlo y siento que me está leyendo el pensamiento. Se me
acelera el pulso.

—Eres de lo que no hay, Landon Gibson —me dice por segunda vez en dos días.

Me ruborizo por el cumplido y me da igual si lo nota.

—Se te da muy bien —digo señalando a Lila con la cuchara de madera manchada de cobertura
verde.

—¿La niña? ¿A mí? —dice muy sorprendida.

—Sí —le contesto, y con el índice le toco la punta de la nariz.

—¡Eres un copión! —Se vuelve para tenerme frente a frente, a pocos centímetros de mi cara.

Paso la cuchara por la superficie de la tarta y me aseguro de cubrir bien las esquinas.

—No de qué me hablas.

Miro al techo y luego a la tarta.

Nora vuelve a pegarme con el hombro.

—Embustero.

—Yo soy un embustero y guardas un secreto. Somos tal para...

Lo he dicho sin pensar, y detesto el modo en que ella pasa de la felicidad a la defensiva.

—No es lo mismo. Los secretos y las mentiras no son lo mismo —replica.

Me vuelvo hacia ella y dejo la cuchara en el borde de la bandeja de horno.

—No quería decir eso. Perdóname.

Nora no me mira, pero noto que baja la guardia con cada aliento. Por fin, dice:

—Prométeme una cosa.

—Lo que quieras.

—No vas a intentar arreglarme.

—Te... —titubeo.

—Prométemelo. —Se mantiene firme—. Si me lo prometes, yo te prometo no decir mentiras.

La miro.

—Pero ¿guardarás secretos? —le pregunto, aunque ya la respuesta.

—Nada de mentiras.

Suspiro derrotado. No quiero que tenga secretos.

Asiente.

Pienso en la oferta que me ha hecho unos segundos. Si ésta es la única manera de que me deje
acercarme a ella, no me queda otra.

No si seré capaz de mantener mi promesa, pero es mi única oportunidad.

Respiro hondo y asiento muy despacio.

—Te prometo que no intentaré arreglarte.
Exhala y caigo en la cuenta de que no me había percatado de que Nora estaba conteniendo la
respiración.

—Te toca.

Ahora es ella quien vacila.

—Te prometo no mentir.

Me ofrece el meñique y entrelazo el mío con el suyo.

—Trato hecho. No rompas tu promesa —me advierte.

Miro a Lila, que sigue sentada en su sitio, feliz con su cochecito.

—¿Qué pasa si lo hago? —le pregunto.

—Desapareceré.

Las palabras de Nora me atraviesan como cuchillos y me aterran porque sé, porque no tengo la
menor duda, de que lo ha dicho en serio.

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