Los últimos treinta minutos han sido, como poco, confusos. No sé cómo detener esta espiral que me
lleva de nuevo hasta ella, ni si debería hacerlo. Las palabras de Dakota significan mucho para mí...,
pero tengo la sensación de que algo no encaja, una parte de mí no acaba de conectar con ellas. Estoy
un poco a la defensiva, y no sé si debería saltar tan rápido cuando ella me lo ordena.
Sin
embargo, la espiral me atrae
con tanta fuerza hacia esa
persistente vocecita que
me resulta
casi imposible resistirme.
No quiero que termine este momento.
No quiero que se vaya.
Quiero que se quede y que compense este tiempo sin ella, que me haga sentir normal de nuevo. Es
más fácil centrarse en otras personas y hacer que todos a mi alrededor estén felices que afrontar el
hecho de que tal vez me siento un poco más solo de lo que me gusta admitir. Es tan sencillo volver a
caer en esta rutina con ella... En su día pensaba que mi misión en esta vida era protegerla, que todos y
cada uno de los átomos de mi cuerpo se habían creado con ese único fin. Era feliz cuando la tenía,
cuando tenía a alguien que hacía que me sintiera importante, necesitado, necesario.
Dakota
ha venido aquí, ha venido
corriendo a mí. ¿Ha terminado
ya de
huir de
mí? Tengo su
cuerpo
tan cerca que podría alargar
la mano
y estrecharla entre mis brazos
si quisiera, y quiero
hacerlo. Necesito tocarla. Necesito saber si ese familiar cosquilleo se extenderá por todo mi cuerpo
al
sentir el roce de las
puntas de sus dedos. Necesito
saber si
puede llenar los agujeros vacíos
que
dejó en mi cuerpo.
Doy otro paso y rodeo con el brazo su menuda figura. Ella se inclina hacia mí al instante y mis
labios buscan los suyos con cautela.
Su boca es suave. Ansío perderme en las nubes de sus labios, por encima de la lógica y lejos de
nuestro
mutuo dolor. Quiero flotar en
ese espacio en el que
estamos sólo ella y yo, yo y
ella. Sin
rupturas, sin tragedias, sin padres de mierda, sin exámenes y sin largas horas de trabajo.
En el instante en que mis labios rozan los suyos, Dakota contiene la respiración y noto una ola de
alivio. Mi boca la besa con timidez, procurando no acelerarse. Mi lengua acaricia la suya y ella se
derrite en mis brazos, como siempre lo hacía.
Apoyo la otra mano en su cadera y la acerco más. La tela de su tutú roza mi pantalón de chándal, y
ella usa las dos manos para empujar la centelleante prenda hasta el suelo y, después, se pega a mí. Su
cuerpo es más duro de lo que lo recordaba; todo ese entrenamiento está empezando a dar sus frutos,
y me encanta el tacto que tiene ahora, sólido y mío. Es mía, puede que no para siempre, pero en este
momento sí.
Su
boca es
ligeramente floja, como
si hubiera olvidado cómo besarme.
Le acaricio la espalda
mientras
intenta recordar mi
boca. Dibujo pequeños círculos en
su cadera y ella suspira
entre mis
labios. Su beso es lento y su boca sabe a lágrimas, y no sé si son mías o suyas.
Solloza, y me aparto.
—¿Qué
te pasa? —le pregunto, y
mis palabras surgen lentas, a
través del nudo que tengo
en la
garganta—. ¿Estás bien?
Ella asiente, y yo la miro a la cara para evaluarla. Sus ojos marrones están cubiertos de lágrimas,
y sus labios, húmedos, parecen hacer pucheros.
—Háblame.
—Estoy bien. —Se seca los ojos—. No estoy triste ni nada, sólo estoy emocionada. Te echaba de
menos. —Solloza de nuevo y una única lágrima escapa y desciende por su mejilla.
Se la seco con el pulgar y ella suspira profundamente y apoya el rostro en mi palma.
—Necesito que me des tiempo para resolver mis mierdas. Por favor, Landon, sé que no merezco
otra oportunidad, pero no quiero volver a hacerte daño. Lo siento.
La estrecho entre mis brazos cargado de alivio y de ansiedad. Llevaba meses esperando oír estas
palabras, a pesar de que sólo me haya dado un sí a medias. Aunque necesite tiempo para aclararse, no
esperaba una disculpa por su parte, ni mucho menos una declaración de amor.
Tal
vez por
eso me
resulte todo tan extraño. Llevaba
tanto tiempo deseando oír estas
mismas
palabras que quería que esto sucediera. ¿Será una bendición o una maldición? ¿O las dos cosas?
No puedo dejar de darle vueltas a la cabeza.
Dejo a un lado mis propios pensamientos y la consuelo.
—Shhh —susurro, y apoyo la barbilla en su cabeza.
Al cabo de unos segundos, ella se aparta ligeramente y me mira.
—No
te merezco —dice con voz
suave, y continúa sin mirarme
a los
ojos—: Pero nunca te he
querido tanto.
Apoya la cabeza con fuerza en mi pecho mientras llora. Se aferra a mi camiseta con los puños. El
leve
sonido de una llamada resuena
entonces por el apartamento y
Dakota reacciona al
instante y
levanta la cabeza de mi pecho.
Vaya, qué oportuno.
—Perdona, es mi representante —dice, y corre hacia la sala de estar—. Bueno, aún no lo es, pero
puede que acabe siéndolo.
«¿Su representante?»
¿Desde cuándo tiene un representante? O ¿desde cuándo quiere tener uno? ¿Qué narices hace un
representante para una alumna
de ballet? Sé que se
está presentando a audiciones para
papeles
pequeños en anuncios, pero a lo mejor ha decidido que quiere empezar a actuar.
De repente, desde la sala de estar, grita e interrumpe mis pensamientos.
—¡Tengo que irme!
Entonces su cabeza asoma por la entrada de la cocina.
—Lo siento mucho, ¡pero esto es muy importante!
Sus lágrimas han desaparecido, y donde antes había un gesto compungido ahora hay una radiante
sonrisa.
Es
posible que mi rostro refleje
la absoluta confusión que siento,
porque Dakota entra en la
cocina y dice:
—Volveré mañana, ¿vale?
Se pone de puntillas y me da un suave beso en la mejilla.
Me aprieta la mano y parece una persona totalmente distinta. Está feliz, está exultante. Echaba de
menos esta versión de ella, y no sé si debería sentirme decepcionado por el hecho de que vaya a dejar
a medias... lo que sea que estuviésemos haciendo, o emocionado ante la oportunidad que sea que se le
presenta.
Decido alegrarme por ella y no cuestionar sus motivos.
—Mañana tengo que trabajar, pero estaré aquí el viernes, después de las clases —le digo.
Dakota sonríe de oreja a oreja.
—¡Entonces vendré el viernes! —Y luego añade—: ¿Te parece bien que me quede a dormir?
Me mira con timidez, como si nunca se hubiese quedado a dormir conmigo antes. Se muerde los
labios, y no puedo dejar de recordar la última vez que estuvo en mi cama. Bueno, la última, última
no, porque estaba borracha y no le toqué un pelo, sino la vez anterior.
Estaba preciosa; su piel desnuda resplandecía bajo la tenue luz de mi habitación en casa de Ken.
Me había despertado en mitad de la noche con mi polla metida en su boca. Era tan cálida, tan húmeda,
y yo estaba tan empalmado que sentí vergüenza por correrme con sólo unos cuantos chupetones.
—¿Landon? —Dakota me devuelve a la realidad.
—Sí, claro. —La sangre se me concentra en la polla.
Las hormonas son algo traicionero y embarazoso.
—Claro que me parece bien que te quedes.
—Genial. Nos vemos el viernes —dice, y me da un pico en los labios.
Me aprieta la mano y se dirige a la puerta a toda prisa.
Me cuesta dormir. No dejo de pensar en el pasado.
Aquí tumbado, mientras miro el ventilador del techo, tengo dieciséis años y le estoy escribiendo
notas
a Dakota en clase y
esperando que no me pillen.
A ella le da la
risita al leer mis palabras,
insinuaciones sexuales que sabía que le harían gracia. La mayor parte de los días, nuestro profesor
estaba en la parra y no se enteraba de nada, así que nos pasábamos todo el rato enviándonos notitas.
Ese día en concreto, para mi desgracia, se dio cuenta. Me pilló con las manos en la masa y me obligó
a leer el mensaje delante de toda la clase.
Mientras
hablaba, me ardían las mejillas.
Decía algo como que sabía a chocolate
cubierto de
fresas y que ansiaba por devorarla.
Madre mía, qué patético era.
La
clase se moría de la
risa, pero Dakota se quedó
sentada con la espalda muy
erguida,
sonriéndome. Me miraba como
si no
tuviera la menor vergüenza, como
si estuviese deseando
abalanzarse sobre mi cuerpo.
Pensé
que sólo
estaba intentando que me sintiera
menos avergonzado, para
mostrar solidaridad
frente a un profesor que me había obligado a revelar tal cosa ante todo el mundo.
Pero, de camino a casa, me paró y me empujó contra un rincón de su jardín y se abalanzó sobre
mí.
Cuesta creer que éramos sólo adolescentes cuando estábamos juntos. Vivimos tantas cosas, tantas
primeras
veces, buenas y malas. Estábamos
bien juntos, y aún podemos
estarlo. Los recuerdos no
cesan de inundar mi oscura habitación, y nunca me había sentido tan solo en mi cama.
Me muero por que llegue el viernes.
El viernes ya ha llegado. Se me ha pasado más rápido de lo que esperaba.
Ayer,
después de clase, trabajé hasta
tarde. Tenía turno con Posey
y Aiden, pero Aiden estaba
sorprendentemente callado, cosa rara en él. Parecía estar con la cabeza en otra parte, o a lo mejor es
que va a algún psicólogo que le ha dicho que ser un capullo insufrible es la principal fuente de sus
problemas.
Fuera cual fuese la razón, me alegré de ello.
Dakota
me mandó dos mensajes de
texto ayer, y uno esta
mañana, para decirme que estaba
deseando verme. Sigo algo confundido con sus muestras de afecto, pero mi sentimiento de soledad se
disipa con cada una que me ofrece.
Necesitar
compañía es algo innato. Nunca
me había considerado una persona
que necesitase a
nadie más, y a veces me pregunto por qué nos hicieron así a los humanos.
Por
qué desde los albores de
la historia hemos necesitado la
compañía y anhelado el amor.
El
objetivo de la vida, tanto si se es religioso como si no, es encontrar la compañía de los amigos y de
los amantes.
Los humanos son criaturas dependientes, y resulta que yo soy muy muy humano.
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