Cuando llego a Grind, Posey está detrás del mostrador vertiendo un cubo de hielo en el bidón. Jane,
la empleada más veterana de la cafetería, que a veces se refiere a sí misma como a «la anciana de la
tribu»
con voz
cursi y chillona, está fregando
el suelo de madera. Mete
la fregona en el cubo y el
agua jabonosa se desborda. Una niña se levanta de una mesa que hay en la pared del fondo y se acerca
para
ver cómo
Jane recoge el agua. Busco
a sus
padres entre las mesas, pero
la cafetería está casi
vacía. De diez mesas, sólo dos están ocupadas. En una hay dos chicas con sendos portátiles y libros de
texto. En la otra, un chico con cuatro tazas vacías de expreso. No veo a nadie más.
Al verme, Posey me recibe con una sonrisa silenciosa.
La
niña, que tendrá unos cuatro
años, se sienta en el
suelo y se saca algo del bolsillo.
Un
cochecito de juguete rojo se desliza por el charco y se le iluminan los ojos. Jane le dice algo que no
consigo entender.
—Lila, no hagas eso, por favor. —Posey levanta la parte móvil de la barra y sale hacia la sala. Se
acerca a la niña y se agacha para quedar a su altura.
La
pequeña coge el coche antes
de que
Posey pueda quitárselo. Lo estrecha
contra su pecho y
menea la cabeza con furia.
—Quiero cochecito —repica su vocecita.
Posey coge su mejilla con la mano y la acaricia con ternura hasta que el pánico de la pequeña se
torna consuelo. Debe de conocerla.
Es
su hermana, claro. La pequeña
de cabello castaño debe de
ser la
hermana que Posey ha
mencionado un par de veces.
—Puedes quedarte el cochecito, pero no lo metas en el agua. —Su voz suena distinta cuando le
habla a la niña. Más dulce—. ¿De acuerdo?
Luego le toca la punta de la nariz con el dedo índice y la pequeña se ríe. Es muy mona.
—Acuerdo. —Tiene una vocecita monísima.
Me acerco a ellas y me siento a una mesa. Jane termina de pasar la fregona y me saluda antes de
irse al almacén a acabar el inventario. Posey mira a su alrededor para ver si hay mucho trabajo en la
sala,
pregunta educadamente a
ambas mesas si se les
ofrece algo más y vuelve a donde
estamos la
niña y yo.
—Por favor, no le digas a Jacob que la he traído al trabajo —dice mientras se sienta en la silla
que hay delante de mí.
—Descuida
—respondo con una sonrisa. Jacob
puede ser muy capullo.
Creo que es
demasiado
joven
para ser
jefe y
es el
típico tío que, si le
das algo
de poder, lo hace valer.
Es algo
mandón y
puede ser un idiota.
—Mi abuela tenía una cita y yo no podía faltar —se justifica Posey nerviosa.
—Es una suerte, así podrás pasar el día con tu hermana.
Posey sonríe y asiente aliviada.
La pequeña Lila no se vuelve hacia mi voz. La campanilla de la puerta suena para avisar de que ha
llegado un cliente. Posey mira entonces a la niña y asiento para que sepa que puedo vigilarla. Ella se
coloca de nuevo detrás de la barra y saluda a los dos hombres vestidos de traje. Yo me vuelvo para
ver jugar a la pequeña con su juguete. No me presta ninguna atención. El cochecito la tiene fascinada,
y está para comérsela, deslizando el pequeño Camaro por el suelo irregular. Anda a gatas detrás de
él,
pese a
que es
lo bastante mayor para caminar.
Sus pequeñas deportivas se iluminan
cuando los
dedos de los pies golpean el suelo y cuando coge el coche con la mano, lo pone boca abajo y, sin
dejar de sonreír, le da la vuelta para que gire como una peonza.
—Qué coche tan bonito —le digo.
No me mira, pero dice:
—Coche.
Posey
nos observa mientras vierte leche
de soja
en la
batidora. Le sonrío y veo
que se
relaja.
Sonríe
tímidamente y regresa al trabajo.
Lleva las uñas pintadas de
negro con pequeños lunares
amarillos. Dirijo la vista a sus manos mientras añade té verde instantáneo a la leche de soja y al hielo.
Lo mezcla todo bien al tiempo que mueve la cabeza al ritmo de la canción de Coldplay que suena en
los altavoces. Miro de nuevo a la niña, que contempla su pequeño Camaro de plástico con adoración.
—¡Zum! —dice Lila en voz baja. Lanza el coche por los aires y se queda mirando la trayectoria
que sigue.
Permanezco
sentado y en silencio hasta
que los
clientes desaparecen. Posey
está limpiando los
botes de sirope con un paño húmedo. Ocho de las diez mesas están sucias. Me acerco a la zona de los
contenedores y cojo la
bandeja que hay en el
armario, junto al cubo de
basura. Lila continúa
repitiendo cochecito y zum mientras yo limpio la primera mesa. Tres dólares de propina.
No
está mal.
Es sorprendente la de clientes
que dejan la mesa hecha
un asco
pero no
le dan
propina a la persona que tiene que limpiarla. No sé si es mala educación o mera ignorancia. Es como
con los conductores de Uber. Todo el mundo cree que en el importe va incluida la propina, pero hay
quien dice que no. Que aunque marques la casilla del quince por ciento, los conductores no ven un
céntimo, y por eso me dijo un chico de mi clase que hay que darles la propina en efectivo. Aunque
también
me dijo
que era
francés, pese a tener acento
alemán...; es muy posible que
me estuviera
tomando el pelo...
Lo mismo da: los camareros se merecen buenas propinas. Fin del comunicado urgente.
En la siguiente mesa hay una montaña de azúcar equivalente, por lo menos, al contenido de cuatro
sobres. Me quedo alucinado cuando veo los sobres convertidos en hombrecitos de papel. Un trozo de
servilleta
pinchado en un palillo hace
de bandera, clavada en la
cumbre de la montaña de
azúcar.
Intento recordar qué aspecto tenía el tipo que estaba sentado a esta mesa. En realidad, creo que era una
chica, o una mujer. No le he visto bien la cara, pero debe de ser famosa en el mundo de las esculturas
de azúcar.
—Lila —llamo a la pequeña.
Ella alza la vista pero no se mueve. Está tumbada boca abajo en el suelo.
—¿Quieres ver lo que hay aquí? Es muy chulo. —Sigo señalando la montaña de azúcar y mirando
la espada de papel que lleva uno de los hombrecitos hechos con el envoltorio de los azucarillos.
Me
contesta que no y asiento.
No me
sorprende. Con el trapo, allano
la montaña de azúcar.
Alterno
la tarea de vigilar a
Lila con
la de
limpiar mesas. Cuando estoy acabando
con la
antepenúltima, Posey sale de la barra y se coloca delante de mí.
—No tenías por qué hacerlo —me dice. Apenas se le ven las pupilas marrones porque tiene los
ojos rojos—. Es tu día libre.
—¿Estás bien? —pregunto.
Mira a su alrededor y asiente. Suspira y se sienta en la silla más cercana a su hermana.
Se encoge de hombros.
—Cansada.
El trabajo, las clases..., lo de siempre
—dice sin perder la sonrisa.
No le
gusta
quejarse, lo sé, aunque tiene motivos para hacerlo, o al menos para desahogarse.
—Si necesitas que te sustituya en algún turno, avisa. No me importa ayudar, y este semestre tengo
tiempo libre. —Tampoco tengo tanto tiempo libre, la verdad, pero me gustaría poder ayudarla. Está
claro que está más liada que yo.
Posey menea la cabeza y se ruboriza. Los mechones rojizos escapan de una diminuta goma negra
que es demasiado pequeña para sujetarle la melena. Al sol, su pelo parece más claro, como si se lo
tiñera de rojo. Su tez no desvela ninguno de sus secretos.
—Necesito los turnos. Pero, si sabes de alguien que haga burbujas en las que meter a pequeños
diablillos de cuatro años mientras yo estoy trabajando, avisa.
Nos reímos y miramos a Lila, que sigue tumbada en el suelo.
—Es autista —dice. No sé cómo, pero yo mismo había unido los puntos a los pocos minutos de
conocerla—.
No sabemos aún cuán severo
es, pero
está aprendiendo a hablar... —hace
una breve
pausa—, a los cuatro años.
—Bueno,
a veces no es tan
terrible —contesto chocando
mi hombro contra el suyo,
mientras
intento bromear un poco sobre algo que da tanto miedo. Descruza los brazos, sus rasgos se relajan y
sonríe de verdad.
—Cierto. —Se lleva los dedos a los labios.
Entonces se agacha junto a su hermana y apoya las manos en las rodillas. No oigo lo que le dice,
pero sé que hace feliz a Lila.
Miro
el reloj. Son casi las
seis. Si quiero salir con
Nora y sus amigas, tengo
que volver al
apartamento
y darme una ducha. No
estoy nervioso para
nada, sólo es que no sé qué
piensa de mí.
¿Suele besar a la gente porque sí a menudo? De ser así, genial, pero me gustaría saber qué siente o
qué hace cuando sale con alguien. Hoy no ha sido la primera vez que ha coqueteado conmigo, creo
que ésa es su forma de flirtear, pero nunca me había dado la impresión de que estuviera pensando en
besarme
como esta
mañana. Parecía muy segura cuando
se ha
acercado a mí y me
ha acariciado
pegada a mi cuerpo. Sólo de recordar el sabor de su lengua, mi polla da una sacudida. Necesito hacer
algo
al respecto, y esta vez no pienso
arrancar la cortina de la
ducha, caerme de culo, hacerme
un
corte
en la
cara y
llenarme la rodilla de cardenales.
Sexo seguro: me quedaré a
salvo en mi cama.
Con la puerta cerrada. Incluso atrancaré la puerta con la cómoda.
Miro
a Posey, que ha vuelto
a sentarse. Tiene el teléfono
en la
oreja y el ceño fruncido.
La
observo menear la cabeza y hablar en voz baja antes de colgar.+
Quiero comportarme como un cotilla
y preguntarle si está bien, pero, al mismo tiempo, no me gustaría entrometerme en su vida en contra
de su voluntad.
—¿Necesitas algo más antes de que me vaya? —pregunto entrando detrás de la barra para ver mi
horario y prepararme un expreso. Un expreso doble. Pienso en hacerme uno triple, pero puede que
no sea buena idea.
El turno de Posey está a punto de acabar. Niega con la cabeza, me da las gracias y dice que ya se
apaña ella. Luego les digo adiós con la mano a ella y a Lila, y me despido de Jane con un grito que se
oye incluso en el almacén.
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