domingo, 23 de octubre de 2016
After Todo por ti Cap 26
Tras unos minutos de silencio, oigo música en la cocina.
Conozco la canción. Me siento, listo para levantarme, impresionado porque Nora también conoce
a Kevin Garrett. Es una de mis canciones favoritas.
Irónicamente, la letra me dice mucho más que antes. Escucho a Nora tararear en mi cocina y me
la imagino balanceándose despacio al ritmo de la música, cantando, moviéndose con elegancia.
Vuelvo a echarme en la cama, esta vez con la espalda contra la cabecera de metal. Tardé horas en
montarla y, aun así, chirría cuando me muevo. El día que la compré, Pau y yo nos pasamos toda la
tarde en IKEA y fue un infierno. Estaba lleno a más no poder y era demasiado grande. Mientras
intentábamos seguir el plano, Pau no paraba de hablar de un cucharón rojo que salía en un libro que
estaba leyendo sobre un acosador del que, por alguna misteriosa razón, ella estaba enamorada. Me
contó que Beck —la protagonista, más conocida como su víctima— «no era digna de él». Puse los
ojos en blanco y le dije que tenía que vivir un poco, pero luego busqué el libro en Google y, por lo
visto, mucha gente era de la misma opinión. Es fascinante el modo en que un narrador puede hacer
que uno se cuestione lo que cree saber del mundo.
Por muy bueno que fuera el libro, o por muchos cucharones rojos que venda IKEA gracias a él,
yo preferiría no tener que volver. Tienen unos pequeños lápices con los que anotar las cosas que
quieres y, tras recorrer toda la exposición, lo queríamos todo. Así que cuando regresamos a casa
llevábamos un millón de cosas que nos costó la vida subir por la escalera. Luego tuvimos que
montarlas, lo que fue todavía peor. Para colmo, faltaban un montón de tornillos y me tiré cuarenta
minutos a la espera con atención al cliente antes de colgar y decidir probar suerte en la ferretería al
final de la calle. Y todo eso después de contratar y regatear a un tipo con una furgoneta para que nos
llevara y nos trajera de la tienda, lo cual creó un nuevo lugar que evitar: la sección de manitas y
chapuzas de Craiglist.
El tarareo de Nora se oye cada vez más alto. Cojo el portátil del escritorio y lo enciendo. Necesito
mantenerme ocupado y distraído. No debería salir de mi habitación.
Pero me entra la rebeldía porque, cuanto más me concentro en por qué no debería salir, más me
apetece hacerlo. No pasa nada por ser amigo de Nora. Tampoco es que Dakota vaya a aparecer de
repente.
Podemos ser amigos cuando está Pau, pero Nora tiene algo que huele a peligro y bastante hecho
un lío estoy yo ya. Sé que no vamos a salir juntos ni nada parecido pero, si volviera a besarme, o si
sigo pensando en que me bese, sería muy incómodo para Pau...
Ahhh. No es fácil ni en mi propia casa.
Aprieto el botón de encendido del portátil e intento recordar el password. No paro de cambiarla
porque no consigo recordarla y, cuanto más la cambio, más me obliga Apple a complicarla. Por
ejemplo, el primer password era LANDON123 y la última que puedo recordar, LaNdON123123!@#.
Creía que la había guardado en alguna parte en el móvil, pero tampoco me acuerdo de dónde.
Por fin, tras cuatro intentos, consigo entrar. Mi trabajo de investigación para Historia 2 sigue en
la pantalla, a pesar de que ya lo he acabado. Tengo tres ventanas abiertas: mi iTunes, mi trabajo y
Yelp. Desde que me vine a vivir a Brooklyn, uso Yelp casi a diario..., salvo cuando se me olvidó
buscar el bar al que iba a llevarme Nora, pienso de repente. Qué raro. Normalmente lo busco todo
primero. Parece que fue hace una eternidad, pero tampoco ha pasado tanto tiempo.
Se me hace difícil creer que Dakota se ha ido hace menos de una hora. Tengo la sensación de que
ha sido hace mucho rato, incluso días. Esperaré a mañana para llamarla. Sé que, cuando necesita
espacio, he de dárselo. La siguiente canción también es de Kevin Garrett. Canta sobre cuando a uno lo
apartan y se siente solo, y lo adoro desde que oí su versión de Skinny Love, pero nunca antes me había
identificado tanto con él. Ahora que lo pienso, casi todas las canciones de su EP describen por lo que
estoy pasando con Dakota en este momento.
La voz de Nora es más fuerte ahora que canta con la música. ¿Tan terrible sería que fuera allí a
charlar un rato?
Tampoco es que hayamos salido nunca juntos, ni de lejos, y sigo estando..., no sé cómo definirlo,
con Dakota, por lo que no va a besarme ni a intentar nada. Sin pensarlo, me llevo los dedos a los
labios y dejo el portátil a un lado.
Soy un hombre hecho y derecho, capaz de ser amigo de alguien que me atrae mucho. Pasa a todas
horas en el cine.
Sólo que al final lo normal es que acaben juntos...
Debería dejar de comparar las películas con la realidad y el porno con el sexo. Ambos están a
años luz de la vida real, sobre todo de mi vida. Es la segunda vez que pienso en porno hoy. Juro que
no estoy tan obsesionado como parece. En realidad he visto mucho menos porno que la mayoría de
los chicos de mi edad, estoy seguro.
Tengo que dejar de pensar tanto y empezar a salir y a socializar.
Lo primero, debería ponerme una camiseta, ¿no?
Sin duda.
Abro el armario y cojo la primera sudadera que pillo. Es azul y verde y tiene el logo de los
Seahawks en el pecho. Los Seahawks me recuerdan a cuando Pedro y yo fuimos juntos a un partido
el año pasado y estuvo a punto de pelearse con un tío que se había portado como un cretino conmigo.
Por lo general, no apruebo la violencia, pero ese tipo era un imbécil.
Una vez vestido, voy a la cocina. Nora sigue cantando cuando entro. Está de espaldas a mí, delante
de la cocina, encendiendo el fuego. Se ha quitado la camisa de manga larga y lleva una camiseta
negra de tirantes. Se le ven los tirantes blancos del sujetador y en la espalda lleva tatuado un diente de
león con la mitad de las semillas volando al viento, como si alguien hubiera pedido un deseo y
hubiera soplado. No me sorprende que lleve un tatuaje, es como si su cuerpo estuviera hecho para
eso.
Me reclino contra el marco de la puerta y me la quedo mirando, mientras espero que se percate de
mi presencia. Coge una botella de aceite de oliva y echa un chorro en la sartén que tiene al fuego. Sus
caderas se balancean lentamente y su voz es ahora más dulce, como si cocinar y cantar esa canción le
salieran solos.
Coge los trozos de brócoli y los echa en la sartén caliente. Baja el fuego cuando chisporrotea
demasiado, coge una espátula y lo remueve.
Me siento como un mirón, como el tipo del libro de Pau. Nora ni siquiera se ha dado cuenta de
que la estoy observando. ¿Estará absorta en sus pensamientos? ¿O será que cuando cocina se olvida
de todo lo demás? Son pequeños detalles de esta misteriosa mujer que nunca descubriré.
La canción cambia de nuevo y a continuación suena The Weeknd. No sé si puedo quedarme aquí
viéndola bailar, sus canciones ya son bastante sexuales, y con esas caderas tan redondas y esos
pantalones ajustados...
Debería volver a mi cuarto y meterme en la cama.
Pero, treinta segundos después, sigo embelesado. Nora remueve el brócoli, le echa una especie de
salsa, se vuelve y me ve.
No parece sorprendida ni avergonzada cuando me ve apoyado en el marco de la puerta. Sus
labios se curvan en una sonrisa y me saluda con la espátula para que me acerque. El horno pita y va
hacia él cantando. No digo nada, sólo me aproximo y me siento en una silla junto a la mesa. La
cocina es pequeña y la mesa está en un rincón, a pocos metros de los fogones y de la nevera.
Nora coge un agarrador con estampado de girasoles de la encimera y abre el horno. Saca una
tarta y la deja en la parte libre de los fogones. Se le da bien hacer varias cosas a la vez. Yo apenas
puedo preparar un bizcocho precocinado y respirar al mismo tiempo, mucho menos elaborar una
tarta de cero mientras tengo otra cosa al fuego.
—Me ha escrito Pau. Acaba de servirle la cena al grupo de veinte. Tardará en volver —me
informa.
La miro y asiento, intentando desesperadamente ignorar cómo las tetas amenazan con salírsele de
la camiseta que lleva puesta.
¿Es de mala educación pedirle que vuelva a ponerse la camisa?
Sí, seguro que lo es, y además resultaría evidente que he estado mirándola más de lo que parece.
—Qué mal. —Dejo de mirarle las tetas—. ¿Le gusta el restaurante? A mí me dice que le gusta,
pero ya sabes que no es de las que se quejan.
Mantengo la conversación en terreno neutral, alejada de su cuerpo..., por muy sexi que sea.
Nora coge un tenedor y lo clava en una de las esquinas de la tarta. Lo echa al fregadero y se
vuelve hacia mí.
—Dice que le gusta, y ahora que tiene allí al doctor Rubiales, seguro que le gusta aún más.
La miro, luego miro la pared y la miro a ella otra vez.
—Hummm... —No sé qué decir.
No sé cuánto sabe Nora acerca de la ruptura de Pau y Pedro, y no quiero irme de la lengua. No
me corresponde a mí.
—Es muy mono. Pau dice que ya lo has visto. ¿Verdad que es muy mono?
¿Es atractivo? No me acuerdo de qué aspecto tiene.
—Venga, hombre. No me digas que eres de esos que se sienten tan inseguros con su sexualidad
que no pueden admitir que un hombre es atractivo —dice Nora poniendo los ojos en blanco.
Me da la risa.
—No, no es eso. Es que no me acuerdo de su cara.
Sonríe.
—Mejor, no te pega nada. Pues está muy bueno, te doy mi palabra.
Tampoco era para tanto. Sólo recuerdo que era rubio. Seguro que no está tan bueno. ¿Será que lo
de estudiar Medicina lo hace más atractivo? Ni idea.
—Ya. —Me encojo de hombros.
Nora agarra la sartén y sirve el brócoli humeante en una bandeja.
—Oye, sé que Pedro es tu hermano y todo eso —empieza a decir—, y también sé que Pau
sigue locamente enamorada de él, pero no creo que le venga mal volver al mundo de los solteros.
Ahora mismo no está lista para salir con nadie pero, como amiga, siendo del todo imparcial y muy
leal, quiero verla feliz.
No esperaba que la conversación fuera por estos derroteros.
—Ya he intentado buscarle a alguien, pero... —No acaba la frase. Se interrumpe como si se
hubiera pillado a sí misma diciendo lo que no debía.
—Tienes derecho a tu opinión completamente parcial. —Le sonrío a continuación para que deje
de sentirse incómoda por lo que sea que tiene en la cabeza—. Por muy equivocada que estés.
Se echa a reír al oírlo, se acerca y se sienta en la silla que hay a mi lado.
—¿Cómo es Pedro?
—Llegaste a conocerlo, ¿no?
Tengo que hacer memoria, volver unos meses atrás. Sí, lo ha visto una o dos veces. Que yo sepa,
no han hablado nunca, pero se han cruzado alguna vez. Creo recordar que la llamó por un nombre
que no era el suyo.
—Sí, llegué a conocerlo, pero ¿cómo es en realidad? ¿Es una de esas situaciones en las que ella
estaría mejor sin él y, como amiga, debo darle un empujoncito hacia el buen camino, o van a poder
arreglar sus respectivos problemas y estar juntos?
Nora habla deprisa, como si fuera importante para ella, como si el bienestar de Pau le
preocupara. Eso me gusta.
—Es complicado. —Rasco la pintura cuarteada de encima de la mesa. Otro suspenso para IKEA
—. Pero, como soy el mejor amigo de Pau y el hermanastro de Pedro, intento permanecer lo más
neutral posible. Los dos me importan mucho y, si pensara que cualquiera de los dos está perdiendo el
tiempo, se lo diría. Sin embargo, creo que no es así. Creo que les irá bien. No sé cómo, pero saldrán
adelante. De lo contrario, mi familia estaría jodida porque los queremos mucho a los dos.
Nora me mira con fijeza, como si estuviera examinando cada centímetro de mi cara.
—¿Siempre dices exactamente lo que sientes?
La pregunta me pilla por sorpresa. Ella apoya los codos en la mesa y deja la barbilla entre las
manos.
Me encojo de hombros.
—Lo intento.
«Excepto que no voy a decir que no puedo dejar de pensar en lo preciosa que eres.»
—Sólo que, a veces, menos es más.
—Yo creía que esa regla únicamente se aplicaba a la cirugía plástica y a las camisas de cabrones
—señala Nora.
—¿Qué rayos es eso de las «camisas de cabrones»? —He de saberlo.
Ella sonríe, feliz por ser quien me enseñe qué son las «camisas de cabrones».
—¿Sabes esas camisas que llevan los hombres que llevan cruces y piedras falsas? ¿Esas que
siempre son demasiado ajustadas y que los tíos que las llevan siempre tienen un aspecto grasiento y
como de haberse inyectado esteroides en el baño?
Ni siquiera intento contener la risa.
Ladea la cabeza y levanta una mano, me toca la punta de la nariz con el dedo índice y se ríe. Qué
gesto más raro, pero es adorable.
—Sabes exactamente a qué me refiero.
Lo sé. A Dios gracias, nunca me he puesto una, pero la mitad de mi instituto las llevaba. Ha
clavado la descripción y, en cuanto vuelvo a pensarlo, me parto.
—Lo sé —confieso.
Vuelve a sonreír y, cuando cierra la boca, sus labios parecen un corazón, llenos, carnosos y
sonrosados.
—¿Quieres ayudarme a decorar la tarta? Después de lo que me has contado, he hecho una para tu
amiga de abajo. Todo el mundo debería disfrutar de una tarta de cumpleaños —dice Nora, y la
bondad gotea de cada una de sus palabras como si fueran gotas de miel.
Me encanta que le haya hecho una tarta a Ellen, aun después de haberse pasado el día
preparándolas en el trabajo y de haber tenido un día horrible.
—¡Qué detalle tan bonito! —señalo con una sonrisa. Luego añado—: ¿Cuándo es tu cumpleaños?
—No sé por qué lo pregunto.
—La semana que viene. Pero si vamos a ser amigos, tienes que prometerme una cosa —dice en
tono grave, casi severo.
—¿Sí?
—Nunca, jamás, prepararás nada para celebrar mi cumpleaños.
Es una promesa muy rara.
—Hummm... Vale.
Se revuelve en la silla y se pone de pie.
—Va en serio: ni tarjetas de felicitación, ni tarta, ni flores. ¿Trato hecho?
Su mirada se ha vuelto misteriosa y está apretando los labios.
—Trato hecho.
Y, con eso, asiente y me deja saber que está satisfecha con mi promesa. Al instante, se desvanece
la tensión que llenaba la cocina.
No sé por qué me ha pedido que se lo prometa, o si era broma, pero no la conozco lo suficiente
para preguntar. Si llega el día en que somos lo bastante amigos para que me lo cuente, la escucharé
encantado, pero tengo la sensación de que muy poca gente sabe nada de esta mujer.
—Bien, ¿de qué color la quieres? —Nora se aleja de la silla y se dirige al armario más remoto de
la cocina.
No lo he abierto nunca, puede que por eso no supiera que estaba lleno de comida.
Nora saca una bolsa de azúcar glas y una caja con un pequeño arcoíris en la tapa. ¿Será colorante
alimentario? Me lo confirma cuando abre la caja y saca cuatro pequeños frascos con las tapas
blancas. Rojo, amarillo, verde y azul.
—¿Puedes coger la mantequilla y la leche de la nevera? —me pide.
Abre la bolsa de azúcar glas y el cajón que tiene delante. Saca las tazas de medir y me parece muy
gracioso el hecho de que yo vivo aquí y no sabía que las tuviéramos siquiera.
—A sus órdenes —le digo, y da media vuelta con una sonrisa pícara en los labios. Soy demasiado
inocente para que me mire así.
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