—Es la cocina —añado cuando alude a la tercera razón por la que no podemos acostarnos juntos.
Me he perdido las dos primeras que ha dicho porque no podía dejar de ser uno de esos tíos que se
quedan mirando, la clase que tío que acabo de decir que no soy. En mi defensa, he de afirmar que ella
no
paraba de balbucear excusas a
gran velocidad mientras se ajustaba
el sujetador. Me resultaba
difícil no mirar cómo sus suaves pechos empujaban hacia adelante, primero uno, y después el otro.
—Esta cocina nos vuelve locos —digo, y luego me vuelvo y casco dos huevos más en el cuenco y
los remuevo con una cuchara.
Si no quiere que la bese, no lo haré. Puedo pasar por alto la sed que mi cuerpo tiene por ella.
Puedo.
Estoy bastante convencido.
Nora
me observa y parece satisfacerle el hecho de
que siga
preparando el desayuno a pesar
de
todo.
Alargo la mano y cojo
un tercer huevo. Cuando vierto
el aceite en la sartén,
ella se
acerca y
agarra la jarra de leche de la encimera. Añade al menos ciento veinte mililitros de leche más y abre el
cajón de los cubiertos. Saca un tenedor y bate los huevos con él. Su tenedor se mueve a mucha más
velocidad que mi cuchara, y me aparto, inclinándome ligeramente ante su maestría de chef.
Ella
agradece el gesto y se
echa a
reír, aunque la lluvia casi
ahoga el sonido. Ojalá dejara
de
llover para poder oír mejor su preciosa risa.
Nora quita la tapa de uno de los recipientes de plástico que contiene verduras troceadas. Añade un
puñado de cebollas a la sartén. Después añade los pimientos y aguarda para incorporar los huevos.
Mientras me da una buena paliza en la cocina, se apoya contra la encimera y me mira.
—Pau es mi amiga y, si esto no sale bien, podría acabar mal con ella.
¿Ésa es la cuarta razón? ¿O es ya la quinta?
—Ambos tenemos una gran carga emocional a nuestras espaldas —añade.
Ya van siete. U ocho, si contamos sus razones y las mías por separado.
—¿Cuántas razones tienes? ¿Diez? —digo en tono de broma—. ¿Quieres venir a correr conmigo
y así terminas de darme todas tus razones por las que no podemos ser amigos?
—Yo no he dicho que no podamos ser amigos. Estaba hablando de todo esto —replica, y agita las
manos haciendo referencia a nuestros cuerpos.
Me
la imagino corriendo a mi
lado, al tiempo que enumera
sus razones una a una.
Yo también
tengo unas cuantas, sin embargo no estoy tan ansioso como ella por pronunciarlas. Sigue agitando
las manos entre nosotros, y decido tomarle el pelo, sólo un poquito.
—¿El aire? ¿Te refieres al nitrógeno, al oxígeno y...?
Acerca la mano y me tapa la boca con ella. Mientras, me lanza una de esas miradas de «Cierra la
puta boca, cerdo encantador» que me atraviesa como una flecha de Cupido.
Uf, menos mal que no he dicho eso en voz alta.
—Me refería a enrollarnos. A las caricias... —Me mira los labios un instante y me quedo inmóvil.
—No veo cuál es el problema de acariciar animales... —empiezo, pero vuelve a taparme la boca.
—No podemos seguir haciendo eso y dejando que las cosas se descontrolen. Comparto piso con
tu ex, vive conmigo, sabe dónde duermo. —Sonríe, y creo que está medio de broma—. Sólo pensaba
que
podíamos ayudarnos mutuamente
a desconectar de la carga
emocional que teníamos. Pau me
contó lo de vuestra ruptura.
Su mirada se llena de compasión...
Y odio que la gente me compadezca.
Pero asiento.
—Ya.
No entendía muy bien en qué estabas
pensando ni lo que sentías,
y yo
estaba intentando
superar lo de Dakota —le explico.
Ella asiente.
—Y me alegro de que lo hicieras, pero seamos sólo amigos. Nada de tocarnos ni de besarnos. —
Su
voz se
ralentiza y su mirada se
torna ausente—. Nada de cogernos
los muslos... Y nada de
mordisquitos en la oreja ni de besitos en el cuello. —Se aclara la garganta y se pone derecha.
Yo también me aclaro la garganta. Me sudan las manos, y busco un trapo con el que secármelas.
Me dejo llevar por sus palabras y retrocedo a hace un par de minutos, cuando me ha poseído el
espíritu
de uno
de esos
tíos de
las novelas románticas.
Otro
gemido por su parte y
habría acabado
diciéndole «Voy a tomarte» con mi mejor intento de voz seductora.
De repente me viene a la cabeza una lista de comedias románticas que guían mis pensamientos.
—El siguiente paso en este acuerdo es que propongas una relación de amigos con derecho a roce,
y
entonces discutiremos sobre
ello durante treinta segundos antes
de acceder —digo—. Un mes
después, uno de nosotros se habrá enamorado y todo será un lío. Un mes más tarde, tendremos una
relación
perfecta y todo se habrá
ido al
garete. No hay término medio.
Es un
hecho científico
demostrado en las películas.
Me gusta poder hablar sin filtros cuando estoy con ella. He hecho el ridículo en su presencia más
de una vez, así que ya debe de estar acostumbrada. No tenemos ningún pasado y no espera nada de mí.
Se ríe y asiente. Su tortilla ya se ha dorado, y huele de maravilla en la cocina. La sirve en el plato y
sopla el ligero vapor que humea de aquel delicioso manjar.
—Es
verdad. —Nora se coloca un
mechón de pelo suelto detrás
de la
oreja—. Podemos evitar
todo eso desde ya si accedemos a ser sólo amigos. No tengo tiempo para pelearme en los restaurantes
con chicas de veinte años que no deberían estar bebiendo en público en primer lugar.
Por su manera de hablar, suena mucho mayor de lo que es, y me siento como un niño al que lo
riñe su madre.
—Estoy iniciando una carrera en una ciudad próspera, y no quiero echarlo todo a perder por un
crío universitario.
Su
uso de
la palabra crío me hiere
en lo
más profundo de mi ego.
Tengo casi veintiún años y
tengo más en común con las personas de la edad de mis padres que con los «críos» universitarios. En
el campus, los estudiantes me han parado un par de veces ya pensando que era un profesor. Tengo un
aspecto maduro. Es verdad, mi madre también lo dice.
Uf... Si uso a mi madre como referencia, tal vez sí que sea un crío. Eso me duele un poco.
Siempre había pensado que Nora me vería como un igual, pero, al parecer, para ella no soy más
que un crío universitario que puede suponer una distracción negativa en su vida.
—Amigos entonces. —Le sonrío, y ella asiente.
De ahora en adelante seré sólo amigo de Nora y de Dakota.
No voy a dejar que se líen las cosas.
Ni hablar.
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