El aire es fresco y se huele el otoño en el ambiente. Es mi estación favorita. Siempre me ha encantado esperar a que cambien las estaciones, ver cómo las hojas pasan de verde a marrón, oler el aroma a cedro. La temporada de fútbol deja paso a la de hockey, y la temporada de hockey hace que mi vida sea algo interesante durante un tiempo. Siempre me ha gustado esperar a que empiecen las temporadas deportivas, rastrillar el jardín con mi madre y saltar sobre las montañas de hojas sueltas antes de meterlas en bolsas de plástico con caras de calabaza impresas en ellas.
Habitualmente recogíamos un montón de hojas porque teníamos dos inmensos abedules en el jardín delantero. El otoño en Michigan nunca duraba lo suficiente. Hacia el tercer partido de fútbol, los guantes y los abrigos se convertían en una auténtica necesidad. Y, aunque me daba pena ver que terminaba la estación, me gustaba sentir el aire frío sobre la piel. A diferencia de la mayoría de las
personas, anhelaba la llegada del invierno. Para mí, el frío es sinónimo de deportes, de vacaciones y de un montón de dulces dispuestos sobre la encimera de la cocina. Dakota detestaba el frío.
Odiaba que se le pusiera la nariz roja y el modo en que se le secaba su pelo rizado. Siempre estaba preciosa, envuelta en capas de jerséis, y os juro que llevaba mitones en septiembre.
El mejor parque para ir a correr en Brooklyn está algo alejado de mi apartamento. McCarrenPark une las dos partes más de moda de la ciudad: Greenpoint y Williamsburg. Aquí abundan las barbas pobladas y las camisas de leñador. La gente lleva gafas de pasta negra y monta minúsculos restaurantes de luces tenues y platitos con auténticas delicias. No entiendo muy bien por qué chicos de
veinte años quieren vestirse como hombres de setenta, pero vale la pena observar a esa multitud de tipos con bigotes de magnate con tal de probar la magnífica comida que sirve esta gente tan moderna.
Mi parque favorito está a poco más de veinte minutos, así que suelo correr hasta allí. Luego corro durante una hora más y aprovecho el camino de vuelta para enfriar.
Paso por delante de una mujer que está metiendo a un bebé minúsculo en un cochecito diseñado para ir a correr. Me duele la rodilla, pero si ella puede correr con un bebé en un cochecito, yo
también puedo. Al cabo de dos minutos, el dolor de la rodilla se torna palpitante e intenso. Treinta segundos después, la punzada se extiende hasta los músculos. Siento cada paso que doy desde que me caí en la ducha. Será mejor que pare.
Hoy tengo el día libre y, aunque la pierna me esté jugando una mala pasada, no quiero pasar mi primer festivo desde que empecé en Grind sentado en casa. Pau trabaja. Me lo ha dicho esta mañana,
y lo he visto en el horario que tiene colgado en la nevera. Decido llamar a mi madre, así que saco el móvil y me siento en un banco. Dará a luz en cualquier momento, y siento sus nervios desde aquí.
Será la mejor madre que mi hermanita podría tener, lo crea ella o no.No lo coge. En fin, mi única amiga está ocupada y mi madre no contesta, así que no sé qué hacer con mi vida. Soy oficialmente un pringado. Empiezo a contar los pasos mientras camino. La rodilla
no me duele tanto cuando ando en lugar de forzar a mi cuerpo a correr.
—¡Cuidado! —grita una mujer que corre con un cochecito al pasar por mi lado.
Está embarazada, y lleva a dos bebés regordetes en el cochecito. Dos lacitos a juego me indican que esa mujer está muy atareada. Esto está de moda en Brooklyn: un montón de bebés y cochecitos a
juego. Incluso he visto gente con cochecitos, con bebé incluido, en bares a primeras horas de la noche.
No tengo nada que hacer. Soy un universitario de veinte años que vive en la que se supone que es la mejor ciudad del mundo y no tengo absolutamente nada que hacer en mi día libre.
Me compadezco de mí mismo. En realidad, no, pero prefiero regodearme en mi desgracia y quejarme sobre mi aburrida vida a intentar hacer amigos nuevos. No sé por dónde empezar a hacer
amigos. En la Universidad de Nueva York la gente no es tan amigable como en la de Washington y, si Pau no me hubiese hablado a mí primero, casi con seguridad tampoco habría hecho ningún amigo allí. Pau es la primera persona con la que he entablado amistad desde que Carter murió.
No incluyo a Pedro porque esa situación fue algo mucho más complicada. Actuaba como si me odiara, pero incluso entonces tenía la sensación de que su animadversión no era real. Lo que sucedía era que él veía la relación que teníamos su padre y yo como la representación de todo lo malo de su vida. Tenía celos, y ahora lo entiendo. No era justo que yo pudiera disfrutar de la nueva y mejorada versión de su padre, que antes era un alcohólico y un maltratador emocional. Me detestaba por nuestra pasión compartida por el deporte. Odiaba que su padre nos hubiera llevado a mi madre y a mí a vivir a una casa enorme, y odiaba el coche que su padre me había regalado. Yo sabía que Pedro sería una parte complicada de mi nueva vida, pero no tenía ni idea de que acabaría identificándome con su ira y entendiendo su dolor. Yo no crecí en una casa perfecta tal y como él daba por hecho.
Mi padre murió antes de que yo llegara a conocerlo, y todo el mundo a mi alrededor trataba de llenar su ausencia. Mi madre colmó mi infancia de historias sobre él en un intento de compensar su muerte prematura. Se llamaba Allen Michael, y, por lo que me contaba, era un hombre muy querido de pelo largo y castaño y grandes sueños. Mi madre me dijo que deseaba ser una estrella del rock.
Ese tipo de historias hacían que lo añorase incluso sin haberlo conocido. Me dijo que era un hombre humilde que murió de causas naturales a la injusta edad de veinticinco años, cuando yo sólo tenía dos.
Habría tenido suerte de conocerlo, pero no tuve la oportunidad de hacerlo. El origen del dolor de Pedro era diferente, aunque siempre he pensado que el sufrimiento es algo que la gente no debería
comparar.
La principal diferencia ente mi crianza y la de Pedro la constituyen nuestras madres. Mi madre tenía la suerte de tener un buen empleo y contamos con el apoyo del seguro de vida del que disfrutaba
mi padre al trabajar en una fábrica. La madre de Pedro trabajaba muchísimas horas y apenas ganaba dinero para mantenerse los dos. Ellos lo pasaron mucho mucho peor.
Me cuesta imaginarme a mi padrastro, Ken, del modo en que Pedrolo conoció. Para mí, siempre ha sido el hombre amable, alegre y sobrio que es ahora. El rector de la universidad, sin ir más lejos.
Ha hecho mucho por mi madre y la quiere a más no poder. La quiere incluso más que al alcohol, y Pedro odiaba eso, pero ahora entiende que no se trataba de una competición. De haber podido
hacerlo, Ken habría escogido a su hijo antes que la botella hace mucho tiempo. Pero a veces la gente no es tan fuerte como queremos que sea. El dolor de Pedro se había enconado y se había convertido en un fuego cuya intensidad era incapaz de contener. Cuando todo salió a la luz y Pedrp (y el resto de nosotros) descubrió que Ken no era su padre biológico, la intensidad del fuego aumentó de nuevo y lo quemó por última vez. Entonces tomó la decisión de tomar las riendas de su vida, de sus actos y de sí mismo.
No sé qué está haciendo su terapeuta con él, pero está funcionando, y me alegro. Se ha portado de maravilla con mi madre, que quiere a ese chico furioso como si lo hubiera parido.
Paso junto a una pareja cogida de la mano que pasea a un perro y me compadezco aún más a mí mismo. ¿Debería salir con alguien? Ni siquiera sabría por dónde empezar. Quiero tener a alguien con
quien poder contar todo el tiempo, pero no estoy seguro de que pudiera salir con alguien que no sea Dakota. Eso de ligar se me hace un mundo, y han pasado sólo seis meses desde que rompió conmigo.
¿Estará saliendo ella con alguien? ¿Quiere hacerlo? Me cuesta imaginar que alguien pueda llegar a conocerme mejor que ella, o a hacerme más feliz que ella. Me conoce desde hace mucho, tendrían
que pasar años para que alguien me conociera tan bien como lo hace ella. Como lo hacía.
Sé que no tengo mucho tiempo que perder, me estoy haciendo mayor. Pero eso no me ayuda a pasar página.
La pareja se detiene para darse un beso, y yo aparto la mirada sonriendo porque me alegro por ellos. Me alegro por los desconocidos que no tienen que pasar la noche solos ni masturbarse en la ducha.
Madre mía, qué amargura.
Parezco Pedro.
Hablando de Pedro, podría llamarlo para matar el tiempo al menos cinco minutos antes de que me cuelgue. Me saco el móvil del bolsillo y tecleo su nombre.
—¿Qué? —responde antes de que suene el segundo tono.
—Vaya, uno de tus cálidos saludos. —Cruzo la calle y sigo andando sin rumbo en la dirección general hacia mi barrio.
Debería familiarizarme con la zona, así que, ¿por qué no empezar a hacerlo hoy?
—Es todo lo cálido que puede ser. ¿Querías algo en concreto?
Un taxista furioso le grita por la ventanilla a una anciana que cruza lentamente la calle delante de su vehículo.
—Estoy viendo a tu yo futuro— le digo, y me río de mi propio insulto.
El mejor parque para ir a correr en Brooklyn está algo alejado de mi apartamento. McCarrenPark une las dos partes más de moda de la ciudad: Greenpoint y Williamsburg. Aquí abundan las barbas pobladas y las camisas de leñador. La gente lleva gafas de pasta negra y monta minúsculos restaurantes de luces tenues y platitos con auténticas delicias. No entiendo muy bien por qué chicos de
veinte años quieren vestirse como hombres de setenta, pero vale la pena observar a esa multitud de tipos con bigotes de magnate con tal de probar la magnífica comida que sirve esta gente tan moderna.
Mi parque favorito está a poco más de veinte minutos, así que suelo correr hasta allí. Luego corro durante una hora más y aprovecho el camino de vuelta para enfriar.
Paso por delante de una mujer que está metiendo a un bebé minúsculo en un cochecito diseñado para ir a correr. Me duele la rodilla, pero si ella puede correr con un bebé en un cochecito, yo
también puedo. Al cabo de dos minutos, el dolor de la rodilla se torna palpitante e intenso. Treinta segundos después, la punzada se extiende hasta los músculos. Siento cada paso que doy desde que me caí en la ducha. Será mejor que pare.
Hoy tengo el día libre y, aunque la pierna me esté jugando una mala pasada, no quiero pasar mi primer festivo desde que empecé en Grind sentado en casa. Pau trabaja. Me lo ha dicho esta mañana,
y lo he visto en el horario que tiene colgado en la nevera. Decido llamar a mi madre, así que saco el móvil y me siento en un banco. Dará a luz en cualquier momento, y siento sus nervios desde aquí.
Será la mejor madre que mi hermanita podría tener, lo crea ella o no.No lo coge. En fin, mi única amiga está ocupada y mi madre no contesta, así que no sé qué hacer con mi vida. Soy oficialmente un pringado. Empiezo a contar los pasos mientras camino. La rodilla
no me duele tanto cuando ando en lugar de forzar a mi cuerpo a correr.
—¡Cuidado! —grita una mujer que corre con un cochecito al pasar por mi lado.
Está embarazada, y lleva a dos bebés regordetes en el cochecito. Dos lacitos a juego me indican que esa mujer está muy atareada. Esto está de moda en Brooklyn: un montón de bebés y cochecitos a
juego. Incluso he visto gente con cochecitos, con bebé incluido, en bares a primeras horas de la noche.
No tengo nada que hacer. Soy un universitario de veinte años que vive en la que se supone que es la mejor ciudad del mundo y no tengo absolutamente nada que hacer en mi día libre.
Me compadezco de mí mismo. En realidad, no, pero prefiero regodearme en mi desgracia y quejarme sobre mi aburrida vida a intentar hacer amigos nuevos. No sé por dónde empezar a hacer
amigos. En la Universidad de Nueva York la gente no es tan amigable como en la de Washington y, si Pau no me hubiese hablado a mí primero, casi con seguridad tampoco habría hecho ningún amigo allí. Pau es la primera persona con la que he entablado amistad desde que Carter murió.
No incluyo a Pedro porque esa situación fue algo mucho más complicada. Actuaba como si me odiara, pero incluso entonces tenía la sensación de que su animadversión no era real. Lo que sucedía era que él veía la relación que teníamos su padre y yo como la representación de todo lo malo de su vida. Tenía celos, y ahora lo entiendo. No era justo que yo pudiera disfrutar de la nueva y mejorada versión de su padre, que antes era un alcohólico y un maltratador emocional. Me detestaba por nuestra pasión compartida por el deporte. Odiaba que su padre nos hubiera llevado a mi madre y a mí a vivir a una casa enorme, y odiaba el coche que su padre me había regalado. Yo sabía que Pedro sería una parte complicada de mi nueva vida, pero no tenía ni idea de que acabaría identificándome con su ira y entendiendo su dolor. Yo no crecí en una casa perfecta tal y como él daba por hecho.
Mi padre murió antes de que yo llegara a conocerlo, y todo el mundo a mi alrededor trataba de llenar su ausencia. Mi madre colmó mi infancia de historias sobre él en un intento de compensar su muerte prematura. Se llamaba Allen Michael, y, por lo que me contaba, era un hombre muy querido de pelo largo y castaño y grandes sueños. Mi madre me dijo que deseaba ser una estrella del rock.
Ese tipo de historias hacían que lo añorase incluso sin haberlo conocido. Me dijo que era un hombre humilde que murió de causas naturales a la injusta edad de veinticinco años, cuando yo sólo tenía dos.
Habría tenido suerte de conocerlo, pero no tuve la oportunidad de hacerlo. El origen del dolor de Pedro era diferente, aunque siempre he pensado que el sufrimiento es algo que la gente no debería
comparar.
La principal diferencia ente mi crianza y la de Pedro la constituyen nuestras madres. Mi madre tenía la suerte de tener un buen empleo y contamos con el apoyo del seguro de vida del que disfrutaba
mi padre al trabajar en una fábrica. La madre de Pedro trabajaba muchísimas horas y apenas ganaba dinero para mantenerse los dos. Ellos lo pasaron mucho mucho peor.
Me cuesta imaginarme a mi padrastro, Ken, del modo en que Pedrolo conoció. Para mí, siempre ha sido el hombre amable, alegre y sobrio que es ahora. El rector de la universidad, sin ir más lejos.
Ha hecho mucho por mi madre y la quiere a más no poder. La quiere incluso más que al alcohol, y Pedro odiaba eso, pero ahora entiende que no se trataba de una competición. De haber podido
hacerlo, Ken habría escogido a su hijo antes que la botella hace mucho tiempo. Pero a veces la gente no es tan fuerte como queremos que sea. El dolor de Pedro se había enconado y se había convertido en un fuego cuya intensidad era incapaz de contener. Cuando todo salió a la luz y Pedrp (y el resto de nosotros) descubrió que Ken no era su padre biológico, la intensidad del fuego aumentó de nuevo y lo quemó por última vez. Entonces tomó la decisión de tomar las riendas de su vida, de sus actos y de sí mismo.
No sé qué está haciendo su terapeuta con él, pero está funcionando, y me alegro. Se ha portado de maravilla con mi madre, que quiere a ese chico furioso como si lo hubiera parido.
Paso junto a una pareja cogida de la mano que pasea a un perro y me compadezco aún más a mí mismo. ¿Debería salir con alguien? Ni siquiera sabría por dónde empezar. Quiero tener a alguien con
quien poder contar todo el tiempo, pero no estoy seguro de que pudiera salir con alguien que no sea Dakota. Eso de ligar se me hace un mundo, y han pasado sólo seis meses desde que rompió conmigo.
¿Estará saliendo ella con alguien? ¿Quiere hacerlo? Me cuesta imaginar que alguien pueda llegar a conocerme mejor que ella, o a hacerme más feliz que ella. Me conoce desde hace mucho, tendrían
que pasar años para que alguien me conociera tan bien como lo hace ella. Como lo hacía.
Sé que no tengo mucho tiempo que perder, me estoy haciendo mayor. Pero eso no me ayuda a pasar página.
La pareja se detiene para darse un beso, y yo aparto la mirada sonriendo porque me alegro por ellos. Me alegro por los desconocidos que no tienen que pasar la noche solos ni masturbarse en la ducha.
Madre mía, qué amargura.
Parezco Pedro.
Hablando de Pedro, podría llamarlo para matar el tiempo al menos cinco minutos antes de que me cuelgue. Me saco el móvil del bolsillo y tecleo su nombre.
—¿Qué? —responde antes de que suene el segundo tono.
—Vaya, uno de tus cálidos saludos. —Cruzo la calle y sigo andando sin rumbo en la dirección general hacia mi barrio.
Debería familiarizarme con la zona, así que, ¿por qué no empezar a hacerlo hoy?
—Es todo lo cálido que puede ser. ¿Querías algo en concreto?
Un taxista furioso le grita por la ventanilla a una anciana que cruza lentamente la calle delante de su vehículo.
—Estoy viendo a tu yo futuro— le digo, y me río de mi propio insulto.
Observo la escena que se desarrolla ante mí para asegurarme de que la señora consigue cruzar sana y salva.
Pedro no se ríe ni me pregunta de qué narices estoy hablando.
—Me aburría y quería hablar sobre tu visita —añado.
—¿Qué pasa con mi visita? Todavía no he reservado el vuelo, pero estaré allí hacia mediados de mes.
—¿De septiembre?
—Pues claro.
Casi puedo ver cómo pone los ojos en blanco al otro lado del teléfono.
—¿Te quedarás en un hotel o en mi casa?
La anciana llega al otro lado de la calle y observo cómo sube unos escalones hasta la que supongo que será su casa.
—¿Ella qué quiere que haga? —pregunta con voz grave y cautelosa.
No necesita pronunciar su nombre, lleva un tiempo sin hacerlo.
—Dice que puedes quedarte en el piso, pero, si cambia de idea, sabes que tendrás que irte.
No tomo partido por ninguno de los dos, sin embargo Pau es la prioridad en esta situación. Es a ella a la que oigo llorar por las noches. Es ella la que está intentando recomponerse una vez más.
No soy idiota, Pedro seguramente lo esté pasando aún peor, pero él se ha buscado un sistema de apoyo y un buen terapeuta.
—Sí, joder, ya lo sé.
No me sorprende en absoluto su enfado. No soporta que nadie, ni siquiera yo, intente rescatarla.
Para él, ésa es su misión. A pesar de que es de él de quien la estoy protegiendo.
—No voy a hacer ninguna estupidez. Tengo unas cuantas reuniones y quería quedar para veros a ella y a ti un poco si es posible. En serio, me conformo con estar en el mismo puto estado que ella.
Me centro en la primera parte de su frase.
—¿Qué clase de reuniones? ¿Estás intentando mudarte aquí ya?
Espero que no. No estoy preparado para estar en medio del terreno de combate otra vez. Creía que disfrutaría de al menos unos cuantos meses más antes de que las mágicas fuerzas de la locura
unieran a esos dos de nuevo.
—No, joder. Es sólo una mierda para algo en lo que he estado trabajando. Ya te lo contaré cuando tenga tiempo de explicártelo bien, ahora no puedo. Me está llamando alguien por la otra línea —dice,y cuelga sin darme opción a responder.
Miro el tiempo de duración de la llamada en la pantalla. Cinco minutos y doce segundos, todo un récord. Cruzo la calle y me meto el móvil en el bolsillo de nuevo. Cuando llego a la esquina, miro a
mi alrededor para ubicarme. Una hilera de casas de ladrillo y una fila de casas de arenisca a ambos lados de la calzada. Al final de la manzana, una pequeña galería de arte expone copias de figuras
abstractas de colores chillones colgadas de un hilo en el escaparate.
—Sí, joder, ya lo sé.
No me sorprende en absoluto su enfado. No soporta que nadie, ni siquiera yo, intente rescatarla.
Para él, ésa es su misión. A pesar de que es de él de quien la estoy protegiendo.
—No voy a hacer ninguna estupidez. Tengo unas cuantas reuniones y quería quedar para veros a ella y a ti un poco si es posible. En serio, me conformo con estar en el mismo puto estado que ella.
Me centro en la primera parte de su frase.
—¿Qué clase de reuniones? ¿Estás intentando mudarte aquí ya?
Espero que no. No estoy preparado para estar en medio del terreno de combate otra vez. Creía que disfrutaría de al menos unos cuantos meses más antes de que las mágicas fuerzas de la locura
unieran a esos dos de nuevo.
—No, joder. Es sólo una mierda para algo en lo que he estado trabajando. Ya te lo contaré cuando tenga tiempo de explicártelo bien, ahora no puedo. Me está llamando alguien por la otra línea —dice,y cuelga sin darme opción a responder.
Miro el tiempo de duración de la llamada en la pantalla. Cinco minutos y doce segundos, todo un récord. Cruzo la calle y me meto el móvil en el bolsillo de nuevo. Cuando llego a la esquina, miro a
mi alrededor para ubicarme. Una hilera de casas de ladrillo y una fila de casas de arenisca a ambos lados de la calzada. Al final de la manzana, una pequeña galería de arte expone copias de figuras
abstractas de colores chillones colgadas de un hilo en el escaparate.
No he entrado nunca, pero me imagino lo caras que deben de ser.
—¡Landon! —grita una voz familiar desde el otro lado de la calle.
Me vuelvo y veo a Dakota. ¿Por qué tiene que ir siempre tan ligera de ropa? Va vestida igual que el otro día, con unas mallas ceñidas, unos shorts de correr y un sujetador deportivo. Su pecho es más
bien pequeño, pero tiene las tetas más firmes que he visto en mi vida. No es que haya visto muchas, pero las suyas son maravillosas.
Me saluda con la mano mientras cruza la intersección. Si este encuentro no es cosa del destino, no sé qué otra cosa puede ser.
—¡Landon! —grita una voz familiar desde el otro lado de la calle.
Me vuelvo y veo a Dakota. ¿Por qué tiene que ir siempre tan ligera de ropa? Va vestida igual que el otro día, con unas mallas ceñidas, unos shorts de correr y un sujetador deportivo. Su pecho es más
bien pequeño, pero tiene las tetas más firmes que he visto en mi vida. No es que haya visto muchas, pero las suyas son maravillosas.
Me saluda con la mano mientras cruza la intersección. Si este encuentro no es cosa del destino, no sé qué otra cosa puede ser.
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