Al final, la aspirina y el Gatorade son los amigos a los que decidí llamar, lo que requería una visita a
la tienda de la esquina.
Ellen está trabajando y, como mañana es su cumpleaños, maté el tiempo preguntándole qué planes
tenía para celebrarlo (ninguno) y qué creía que iban a regalarle sus padres (poca cosa).
Me
pareció horrible. Así
que intenté averiguar qué le
gusta para ver si puedo
comprarle algo
divertido.
De camino a casa, llamo a mi madre y hablo un rato con ella y con Ken.
Al
llegar, cuelgo y oigo ruido
en la
sala de
estar. Me imagino que Dakota
ya se
ha despertado.
Entro y la encuentro mirándome con cara de: «¿Dónde te habías metido?». Dejo el móvil en la mesita
lo más lentamente que puedo.
Me
queda un gesto bastante cómico,
pero me
siento como si estuviera atrapado
en una
sala de
interrogatorios o algo así. Sólo que en esta sala hay galletas de queso y botellas de Gatorade, por lo
que tampoco se parece tanto a una verdadera sala de interrogatorios.
Aunque Dakota sería una poli mala muy sexi. Me la imagino con un traje ajustado, lista para que
yo se lo arranque. Por su mirada sé que, si fuera policía, me pondría bajo arresto. Y no precisamente
para esposarme a la cama y torturarme en plan sexi y juguetón.
—Estaba hablando con mi madre y con Ken por teléfono. Tenían cita hoy con el ginecólogo para
la pequeña Abby —digo con una sonrisa un poco falsa.
No
es falsa porque no me
alegre de los progresos del
bebé, ni
porque Ken siga tonto con
mi
madre, sino porque de repente me entra la paranoia de que Dakota me haya oído hablar con mi madre
sobre Nora justo antes de colgar.
Pero Nora es mi amiga, nada más que eso. Aun así, que Dakota me hubiera oído mencionársela a
mi madre no haría más que alimentar la hoguera de celos que siente hacia su compañera de piso. La
cerilla que tiene en la mano arde con intensidad ahora mismo, y quiero que entienda que no tiene por
qué
preocuparse. Nora no me daría
una oportunidad ni aunque yo
la buscara. Sería un desastre
porque es amiga de Pau y encima apenas la conozco. ¿Por qué me la lía así por nada?
Dakota se levanta y estira la espalda.
—¿Cómo está? —pregunta—. La pequeña Abby. ¿Qué tal le va ahí dentro?
Dejo escapar un suspiro y, con él, toda la tensión que no era consciente de haber acumulado. Me
voy a la cocina con mi botín. Dakota me sigue, me rodea el cuello con los brazos y apoya la cabeza
en mi hombro. Su pelo huele a coco y sus sedosos rizos me acarician la mejilla.
—Está bien. Los he notado un poco preocupados, pero creo que son imaginaciones mías, siempre
le doy muchas vueltas a todo.
Noto el aliento tibio de Dakota en mi piel.
—¿Qué dices? ¡Tú nunca le das mil vueltas a nada! —dice burlándose de mí, partiéndose. Su risa
es tan bonita como el resto de ella.
Le doy un pellizquito en el brazo.
—Me alegro de que esté bien. Se me hace raro pensar que tu madre está embarazada a su edad. —
Se da cuenta de cómo ha sonado eso, e intenta arreglarlo—: No es nada malo. Es la mejor madre que
he
conocido, y Abby y tú
sois afortunados por tenerla, sea
cual sea su edad. A
Ken no
lo conozco
muy bien pero, por lo que tú me cuentas, será un padre estupendo.
—Lo será —afirmo. Le doy un beso en el brazo y guardo la compra en los armarios de la cocina.
—Esperemos
que Abby
se parezca mucho a ti
y poco
a Pedro —declara riéndose, y
siento
pequeñas agujas clavándose en mi piel.
No me ha gustado cómo ha sonado eso que ha dicho. Ni un poquito.
—¿Qué quieres decir? —Le aparto los brazos de mi cuello y me vuelvo para mirarla a la cara.
Su expresión delata que no se lo esperaba.
¿Estoy exagerando?
Me parece que no.
—Era una broma, Landon. No lo decía en serio. Sólo es que sois muy distintos.
—Todos somos distintos, Dakota. No eres quién para juzgarlo, ni a él ni a nadie.
Suspira y se sienta a la mesa.
—Lo sé. No pretendía juzgarlo. Sé que soy la menos indicada para juzgar a nadie. —Agacha la
cabeza y se mira las manos—. Ha sido una broma de mal gusto que no volveré a repetir. Sé que lo
quieres mucho.
Me
relajo y empiezo a preguntarme
por qué
me enfado tanto y tan
rápido. Me ha salido solo,
aunque la verdad es que estoy harto de que la gente se meta con mi hermanastro.
Dakota parece arrepentida... Y Pedro no es precisamente un osito de peluche. No puedo culparla
por pensar así de él. Para ella, es el tío que hizo añicos la vitrina donde mi madre guardaba la vajilla
de mi difunta abuela, el tío que se niega a llamar a Dakota por su nombre.
Pedro tiene la manía de fingir que no recuerda el nombre de otra mujer que no sea Paula, así que
siempre llama a Delilah a Dakota. No sé por qué lo hace, y a menudo me pregunto si de verdad se le
han olvidado los nombres de todas las mujeres a excepción del de Pau.
Cosas más raras se han visto cuando se trata de esa pareja.
Preferiría no pasarme la noche de morros con Dakota por un simple comentario.
—Será mejor que cambiemos de tema; hablemos de cosas sin importancia —sugiero.
Como se ha disculpado y parecía sincera al decir que no era un comentario hiriente, es hora de
pasar a otra cosa. Quiero hablar con ella. Quiero que me cuente sus días y sus noches.
Quiero
tumbarme en la cama a su lado y recordar
nuestra adolescencia, cuando
hacíamos
maratones
de pelis malas entre semana
y competíamos a ver quién
comía más minicalzoni en mi
futón. Mi madre nunca me preguntó por qué las bolsas de minicalzoni de pepperoni desaparecían del
congelador.
Le di
motivos para sospechar cuando empecé
a pedirle que comprara la
bolsa de
minicalzoni
variados porque sabía que ésos no me
gustaban. Aun así, nunca me
preguntó por qué
Dakota comía tanto cuando venía a nuestra casa. Creo que sabía que la bolsa de minicalzoni costaba
lo
mismo que un par de
botellas de litro de cerveza
y que, por tanto, era
poco probable que en la
nevera de Dakota hubiera comida, mucho menos minicalzoni de marca.
—Gracias. —Dakota baja la mirada y yo le sonrío.
—Ven aquí. —Me agacho, la cojo en brazos y suelta un gritito agudo.
Pesa menos que una pluma, mucho menos de lo que recordaba, pero me encanta volver a tenerla
en mis brazos.
Los
veintidós pasos que hay hasta
el sofá
no bastan para recuperar los
meses perdidos, pero la
dejo sobre él. Aterriza con suavidad, su cuerpo rebota en los almohadones y deja escapar otro gritito.
Doy un paso atrás, ella se levanta en un abrir y cerrar de ojos y echa a correr detrás de mí con una
enorme sonrisa. Está muerta de la risa, con la cara roja y el pelo revuelto.
Se
abalanza sobre mí y me
zafo de
un brinco. Me deslizo por
la gruesa alfombra que debería
haber
pegado al día siguiente de
mudarme aquí y salto sobre
una silla. No me coge
por los
pelos,
pero algo cruje a mis pies.
Espero no romper la puñetera silla.
Me
bajo de
un salto y patino por
el suelo con ayuda de
los calcetines. Pierdo el equilibrio
mientras mis músculos se retuercen. Estos pantalones son tan estrechos que me doblan las piernas de
un modo doloroso y antinatural. Encojo una de ellas y retuerzo el torso mientras Dakota corre hacia
mí. Con gesto preocupado, pone una mano en mi hombro y la otra bajo mi barbilla para obligarme a
mirarla.
Me duele la tripa de tanto reír y no puedo parar, pero la pierna no me duele nada.
Dakota pasa del pánico a la risa. Su risa es mi canción favorita.
La cojo por los hombros y la siento en mi regazo. Ella lleva la mano a mi nuca y me atrae hacia
sí para que la bese.
Su boca es más suave que mi caricia. Me muero por ella mientras entrelazo su lengua con la mía.
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