domingo, 9 de octubre de 2016
After Todo por ti Cap 6
Al llegar a mi lado, Dakota me estrecha contra sí. Nuestro abrazo dura unos cuantos latidos más de lo normal y, cuando se aparta, apoya la cabeza en mi brazo. Mide casi treinta centímetros menos que yo, aunque a mí siempre me ha gustado chincharla diciéndole que en realidad hay diez centímetros de su pelo rizado y salvaje, que mide menos.
Tiene la nariz roja y el pelo especialmente revuelto. Aún no hace frío, pero hace viento, y el aire procedente del cercano río East hace que la sensación térmica sea más fresca. No va vestida acorde
con el tiempo otoñal, apenas lleva nada. Y que conste que no me quejo.
—¿Qué haces a este lado de las vías? —pregunto.
Ella vive en Manhattan, pero es la segunda vez que la veo en Brooklyn esta semana.
—Correr. He cruzado el puente de Manhattan y he seguido corriendo. —Me mira a los ojos y después a la frente—. ¿Qué diablos te ha pasado en la cara? —Me presiona la piel con los dedos y hago una mueca de dolor.
—Es una historia muy larga. —Me toco la zona sensible y siento el chichón al lado del corte.
—¿Te has metido en una pelea callejera de camino aquí? —bromea, y siento un cosquilleo en el pecho.
La echo de menos incluso a pesar de tenerla justo delante.
No pienso contarle por nada del mundo la verdadera razón del golpe que me he dado tanto en la cabeza como en la rodilla. Dios, me siento como si fuera un pervertido ahora que la tengo delante
por pensar en ella cada vez que me masturbo.
—Qué va. —Sacudo la cabeza y prosigo—: Me he caído en la ducha. Pero tu versión me gusta más. Me da un aire más guay. —Me echo a reír y la miro.
Mi respuesta le hace gracia y rebota sobre los talones de sus Nike rosa intenso. La marca amarilla de su calzado hace juego con la de su sujetador, y el color rosa, con sus minúsculos shorts.
—¿Qué vas a hacer ahora? ¿Te apetece tomar un café o algo? —pregunta.
Echa una ojeada a la calle y se queda mirando a la pareja que he visto yo antes. Siguen cogidos de la mano mientras recorren las calles de Brooklyn. Es una imagen muy romántica. Entonces, él le
coloca su abrigo sobre los hombros a ella y se inclina para darle un beso en el pelo.
Dakota vuelve a mirarme. Ojalá pudiera oír sus pensamientos. «¿Me echa de menos? ¿El hecho de ver a esa pareja feliz cogida de la mano la hará desear mi afecto?»
Quiere pasar un rato conmigo. «¿Qué significa eso?» No tengo absolutamente nada que hacer, pero tal vez debería fingir tener una especie de vida fuera de la universidad y del trabajo.
—Ahora tengo un poco de tiempo libre. —Me encojo de hombros y Dakota se agarra de mi brazo y dirige el camino.
Durante el trayecto, intento elaborar una lista de temas de conversación normales que sea casi imposible que se tornen incómodos. Digo casi porque, si alguien tiene la capacidad de hacer que una situación normal se vuelva incómoda, ése soy yo.El Starbucks está a tan sólo dos manzanas de distancia, pero Dakota no ha dicho prácticamente nada de camino allí. Le pasa algo, lo sé.
—¿Tienes frío? —pregunto.
Debería habérselo preguntado antes. Seguro que tiene frío, apenas lleva ropa.
Me mira, y su nariz roja como la de Rudolph, el reno de Papá Noel, la delata, a pesar de que niega con la cabeza.
—Toma. —Me aparto con suavidad, me quito la sudadera por la cabeza y se la doy.
Me deja un poco cortado cuando comienza a oler la tela gris, como siempre solía hacer. Estaba obsesionada con llevar mis sudaderas con capucha cuando íbamos al instituto. Cada dos por tres, me
tocaba comprarme una porque me las robaba.
—Sigues usando Spicebomb —afirma.
Fue ella quien me compró mi primera botella de colonia nuestras primeras Navidades juntos, y siguió haciéndolo todos los años.
—Sí. Algunas cosas nunca cambian. —La observo al tiempo que se pone mi sudadera.
Primero pasan sus rizos, y la ayudo a pasar la cabeza tirando de la tela hacia abajo. La prenda le llega hasta las rodillas.
Mira el diseño impreso en la parte delantera.
—Las Reliquias de la Muerte. —Toca la punta del triángulo con su uña sin pintar—. Definitivamente, algunas cosas nunca cambian.
Espero que sonría, pero no lo hace.
Huele la sudadera de nuevo.
—¿Por qué la hueles?, ¿porque te gusta el olor o porque todavía tienes todas las que me robaste?
Dakota se ríe por fin, aunque su sonrisa se desvanece al instante.
—Ve a buscar una mesa y yo pido el café —sugiero.
Es lo que siempre hacíamos en Saginaw: ella escogía la mesa, normalmente junto a la ventana, y yo pedía nuestras bebidas. Dos frappuccinos de moca con extra de azúcar líquido para ella y extra de café para mí. Pedía dos porciones de bizcocho de limón y ella siempre se comía el glaseado del mío.
Mis gustos han cambiado con los años, y ya no soy capaz de tomarme ese batido azucarado disfrazado de café. Pido un frappuccino para ella, un café americano para mí y dos porciones de bizcocho de limón. Mientras espero a que griten mi nombre, me vuelvo hacia la mesa donde se ha sentado Dakota y la veo mirando al vacío con las manos debajo de la barbilla.
—¡Un frappuccino de moca y un americano para London! —grita la camarera pronunciando mal mi nombre.
Deja alegremente las bebidas en el mostrador y me regala una amplia sonrisa, como veo hacer a todos los empleados que trabajan para la cadena de la sirena.
Dakota se reacomoda un poco en el asiento cuando llego a la mesa. Le entrego el vaso grande de plástico y ella se queda mirando el mío.
—¿Qué es eso? —pregunta.
Me siento enfrente de ella y ella se lleva mi vaso a los labios.
—No te va a gustar nada —intento advertirle.
Pero es demasiado tarde. Ya tiene los ojos cerrados y está arrugando la cara. No lo escupe, pero quiere hacerlo. Sus mejillas están repletas de expreso mezclado con agua y parece una preciosa
ardillita mientras intenta tragárselo a duras penas.
—¡Puaj! ¿Cómo puedes beberte eso? —exclama cuando por fin logra ingerirlo.
Empujo ligeramente su vaso hacia ella para que beba un trago.
—Sabe a alquitrán. ¡Puaj!
Siempre ha sido un poco dramática.
—A mí me gusta —digo encogiéndome de hombros, y bebo un sorbo de café.
—¿Desde cuándo te gusta el café pijo? —Arruga la nariz y vuelve a poner cara de asco.
Me río.
—No es «pijo». Sólo es un expreso con agua. —Defiendo mi bebida.
Suelta un bufido.
—Pues eso, un café pijo.
Algo se esconde detrás de sus palabras. No sé qué es, pero creo que está enfadada conmigo por algo que he hecho sin darme cuenta.
Es como si aún estuviéramos saliendo.
—He pedido bizcocho de limón también. Dos porciones. —Deslizo una bolsa de papel marrón hacia su lado de la mesa.
Ella niega con la cabeza y empuja la bolsa en mi dirección de nuevo.
—Ya no puedo comer estas cosas; este café ya cuenta como mi comida de hoy. —Arruga la nariz, y entonces recuerdo cómo se quejaba de los cambios alimentarios que tenía que hacer para la
academia de ballet.
Tiene que mantener una dieta muy estricta, y los bizcochos de limón ya no tienen cabida en ella.
—Lo siento —digo con sinceridad, y doblo los extremos de las bolsas para cerrarlas.
Me los llevaré a casa para comérmelos después, cuando no esté delante para ser testigo de mi glotonería.
—¿Qué tal te va? —le pregunto después de un largo silencio.
Es como si ninguno de los dos supiera cómo comportarse ahora que ya no estamos juntos.
Actuamos como si fuésemos dos extraños. Fuimos amigos durante años antes de salir, y nuestra amistad creció cuando su hermano y yo nos hicimos mejores amigos. Un escalofrío me recorre la
espalda, y espero a que responda.
—Pues bien —suspira.
Cierra los ojos por un instante y sé que está mintiendo.
Alargo la mano y la coloco al lado de la suya. No sería apropiado que la tocara, pero me apetece muchísimo hacerlo.
—Sabes que puedes contarme lo que sea.
Dakota suspira y se niega a hacerlo.
—Soy tu lugar seguro, ¿recuerdas? —Así es como me llamó en su día.
La primera vez que la encontré llorando en los escalones de su casa con sangre en el pelo le prometí que siempre estaría a salvo conmigo. Y ni el tiempo ni una ruptura cambiarían eso.
Pero eso no es lo que ella quiere oír, así que me aparta la mano con un «No».
—No necesito un lugar seguro, Landon, necesito... En fin, ni siquiera sé lo que necesito porque mi vida es un maldito desastre y no sé qué hacer para cambiarlo. —Su mirada se ha vuelto sombría
mientras espera mi respuesta.
¿Que su vida es un desastre? ¿Qué narices significa eso?
—¿Por qué dices eso? ¿Es por las clases?
—Es por todo. Literalmente, por todos los puñeteros aspectos de mi vida.
No la sigo, supongo que porque no me está proporcionando ninguna información que me permita ayudarla.
Sobre los quince años, me di cuenta de que haría lo que fuera para asegurarme de que ellaestuviera bien. Soy la persona que soluciona los problemas de todo el mundo, en especial los de la
vecina de pelo rizado que tiene a un capullo por padre y un hermano que apenas podía hablar en su
casa sin ganarse un moratón por el esfuerzo. Y aquí estamos, cinco años después, lejos de ese triste
lugar, lejos de ese hombre, y es verdad que algunas cosas nunca cambian.
—Dame alguna pista, por favor.
Cubro sus manos con las mías, pero las aparta, tal y como esperaba. Dejo que lo haga, como siempre.
—No he conseguido el papel para el que había estado preparándome durante tantísimo tiempo.
Creía que ya era mío. Entrené tanto para esa audición que incluso dejé que bajaran mis notas —dice sin respirar, y cierra los ojos de nuevo.
—Y ¿qué pasó con la audición? ¿Por qué no te dieron el papel? —Necesito más piezas del puzle para dar con la solución.
—¡Porque no soy blanca! —grita con voz rotunda.
Su respuesta presiona la pequeña burbuja de furia que sólo contiene las cosas que no puedo arreglar. Puedo solucionar muchas cosas, pero la ignorancia no es una de ellas, por más que me
gustaría.
—¿Te dijeron eso? —pregunto manteniendo la voz baja a pesar de que no quiero hacerlo.
Es imposible que le dijeran eso a una alumna.
Niega con la cabeza y bufa.
—No, no hizo falta. Todas las protagonistas que eligen son blancas; estoy harta.
Apoyo la espalda contra el respaldo de la silla y bebo otro sorbo de café.
—¿Has hablado con alguien? —pregunto con timidez.
Ya hemos tenido esta conversación varias veces. Ser una pareja birracial en el Medio Oeste no ofendía a nadie en nuestro barrio, ni en nuestro instituto. La población de Saginaw está bastante
equilibrada en cuestiones de raza, y yo vivía en una zona predominantemente negra. Pero de vez en cuando alguien nos preguntaba a ella o a mí por qué estábamos juntos.
«¿Por qué sólo sales con chicos blancos?», le preguntaban a ella sus amigas.
«¿Por qué no sales con una chica blanca?», me preguntaban a mí esas chicas vulgares que siempre llevaban eyeliner blanco y bolígrafos de gel en sus bolsos de imitación de Kmart.
No tengo nada en contra de Kmart, siempre me había gustado esa tienda antes de que la cerraran.
Bueno, menos por lo del suelo pegajoso, eso era lo peor.
Dakota sorbe por el extremo de la pajita durante unos segundos. Cuando se aparta, tiene un poco de nata montada en la comisura del labio. Reprimo mi impulso de limpiársela con suavidad.
—¿Te acuerdas de cuando nos pasábamos horas en el Starbucks de Saginaw? —dice.
Me gusta el hecho de que por fin me haya revelado su problema. No la presiono para que siga hablando de ello. Nunca lo he hecho.
Asiento.
—Siempre les dábamos un nombre falso. —Se ríe—. Y ¿te acuerdas de aquella vez que una mujer se enfadó porque no sabía escribir Hermione y se negó a seguir escribiendo nuestros nombres en los vasos?
Ahora se está riendo de verdad, y de repente me siento como si tuviera quince años otra vez, corriendo por las calles detrás de aquella Dakota rebelde que acababa de robarle el rotulador a
aquella mujer directamente del bolsillo de su delantal. Aquel día estaba nevando, y llegamos a casa llenos de mugre de revolcarnos en la nieve sucia. Mi madre no entendía nada cuando Dakota se puso a gritar que estábamos huyendo de la policía mientras subíamos por la escalera de mi antigua casa.Me uno a su diversión.
—Creíamos de verdad que la policía iba a perder su tiempo en perseguir a dos adolescentes por haber robado un rotulador.
Algunos clientes miran en nuestra dirección, pero el establecimiento está bastante lleno, así que pronto encuentran otra cosa en la que fijarse, algo más entretenido que un incómodo café entre dos
ex.
—Carter me contó que la mujer le había dicho que teníamos la entrada prohibida —añade, y su mirada se vuelve sombría de nuevo.
Oír el nombre de Carter hace que se me erice el vello del cuello.
Dakota debe de haber notado algo en mis ojos, porque alarga la mano y la apoya sobre la mía.
Siempre he dejado que lo haga.
Siguiendo su ejemplo, cambio de tema.
—Vivimos muy buenos momentos en Michigan.
Ella ladea la cabeza y la luz que hay sobre nosotros le ilumina el pelo y la hace brillar. No era consciente de lo solo que he estado hasta ahora. Aparte de lo de Nora, hace meses que nadie me toca.
Hace meses que nadie me besa. Ni siquiera he abrazado a nadie, excepto a Pauy mi madre desde
la última vez que Dakota vino a visitarme a Washington.
—Sí, es verdad —dice—. Hasta que me abandonaste.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario