Han
transcurrido varios días
desde la última vez que
supe algo
de Dakota. No se ha
puesto en
contacto conmigo desde que se marchó de mi cama en mitad de la noche, ni ha respondido a ninguna
de
mis llamadas ni a los
dos mensajes que le he
mandado. Puede que me haya
pasado, que la haya
molestado
demasiado cuando está claro que
no desea hablar, pero quiero
asegurarme de que está
bien. Por más que intento recordarme que ése ya no es mi trabajo, mi cabeza no lo asimila. O tal vez
sea mi corazón, o ambos. Conozco a Dakota lo bastante bien como para saber que, cuando necesita
espacio, se aísla y nadie puede cambiarlo.
Lo que ocurre es que no estoy acostumbrado a que sea de mí de quien necesite distanciarse.
Desde que decidimos ser amigos, he visto a Nora en dos ocasiones, pero sólo he hablado una vez
con
ella. Amigos sin besos. Los
amigos no se besan y,
definitivamente, los amigos
no piensan en
besarse.
Sigo
trabajando en esa parte. No
es que
haya empezado a pasarse menos
por aquí; es que se
marcha antes, y yo llego a casa más tarde que antes. Suelo salir tarde de trabajar porque me quedo a
ayudar
a Posey a cerrar. Ha
estado haciendo tantos
turnos de Jane estos últimos
días que
tengo la
sensación
de que
no le
vendrá mal que le eche
una mano. Parece un poco
agobiada. No quiero
insistirle
demasiado y que piense que
me inmiscuyo en su vida,
pero siempre se me ha
dado bien
calar el estado de ánimo de las personas. Nos hemos hecho un poco amigos después de tantos largos
turnos
juntos, y cada vez me ha ido
contando más cosas de su
vida mientras fregábamos platos y
dejábamos hasta el más mínimo rincón de la cafetería como los chorros del oro.
Estoy
disfrutando de las
horas extras y de su
compañía. Me siento solo, y
absorbo nuestras
conversaciones como si fuera una esponja. Es como si los detalles de su vida me hicieran sentir que
formo
parte del mundo. Nació y
creció aquí, es neoyorquina de
pura cepa, algo que millones
de
personas
en esta
ciudad se esfuerzan por imitar.
Su familia vivía en Queens
y, cuando tenía quince
años, su madre falleció, y Lila y Posey se trasladaron a Brooklyn para vivir con su abuela.
Está
bien tener a alguien con
quien hablar de cualquier cosa.
Me resulta agradable escuchar la
vida
y las
opiniones y los pensamientos de
otra persona cuando no quiero
pensar en los míos
propios.
No quiero pensar en Dakota, y no quiero añorar a Nora. ¿Soy una mala persona porque me gustan
dos mujeres?
Aunque en realidad no sé si me gusta Nora o si sólo me siento atraído por ella. No la conozco lo
suficiente como para comparar mis sentimientos por Nora...
Digo..., Dakota.
Joder, estoy hecho un lío.
¿Estoy siendo demasiado duro conmigo mismo al mantener las distancias con ambas? He querido
a Dakota durante años; la conozco muy bien. Es mi familia. En el fondo de mi corazón, ella posee la
mitad de mi propiedad.
Lo de Nora es otra historia. Es innegablemente sexi y le encanta el flirteo, pero no es clara, no
para
de andarse con medias tintas.
Siento tanta atracción como curiosidad hacia ella, y
no dejo
de
repetirme que liquidamos nuestra posible relación antes incluso de que llegara a florecer, así que no
puedo lamentarme por haber perdido algo que nunca llegó a ser mío.
De modo que han pasado dos semanas de evitar a esas mujeres en cuestión: he cogido turnos de
última
hora en
el trabajo, me he unido
a más
grupos de estudio o me
he quedado en casa viendo
programas
de cocina con Pau. Últimamente
está obsesionada con ellos, y
son un
buen sonido de
fondo mientras hago los deberes para la facultad. Les dedico algún rato de vez en cuando, pero no me
importan lo suficiente como para requerir toda mi atención, y creo que a ella tampoco.
Una noche, durante «Guerra de cupcakes», mi teléfono empieza a sonar sobre el sofá de cuero y
el
nombre de Pedro aparece en
la pantalla. Los ojos de Pau siguen
el sonido y se abren
como
platos al ver su nombre. Entonces se vuelve corriendo hacia la pantalla de la televisión y se muerde el
labio inferior.
Está hecha polvo, y detesto verla así. Pedro también lo está, y se lo merece, pero aun así odio que
esté sufriendo. No sé qué clase de montaña va a tener que mover Pedro para ganarse su perdón, pero
sé que sería perfectamente capaz de construir una si fuera necesario, o toda una cadena, y de esculpir
el rostro de Pau en la roca antes de vivir toda una vida sin ella.
Esa clase de desesperación, ese ardor, ese latir, ese amor... nunca lo he conocido.
He
amado de manera pausada y
profunda a Dakota. Era, y
sigue siendo, un amor constante.
Teníamos nuestros problemas y nuestras peleas, pero el noventa por ciento de las veces luchábamos
juntos
contra el mundo. Yo aguardaba
blandiendo mi espada, con el
cañón cargado, dispuesto
a
arremeter contra cualquier enemigo que osara traspasar cierta línea. Generalmente el enemigo era su
padre, el trol más grande y más desagradable de todos. Pasé muchas noches rescatando a mi princesa
de las paredes amarillentas y las viejas cortinas de estampado de Cenicienta que cubrían las ventanas
de
su casa. Trepaba por el
sucio revestimiento desgastado
por el sol, abría la
ventana cubierta de
polvo y la llevaba hasta la seguridad de las templadas galletas con pepitas de chocolate y la suave voz
de mi madre.
Las cosas estaban mal en su casa y, cuando Carter murió, ni las mejores galletas, ni las voces más
cálidas, ni los abrazos más fuertes lograron consolar a Dakota. Compartíamos el dolor y los buenos
momentos, pero cuanto más lo pienso y más lo comparo con las relaciones que me rodean y que leo
en los libros, más me doy cuenta de que, además de ser familia, no éramos más que unos niños.
¿Se supone que tenemos que pasarnos toda la vida con esa persona que nos ayuda a crecer? ¿O es
sencillamente un alto en el camino
de nuestro desarrollo como seres
humanos? ¿Termina su
papel
cuando aprendemos lo que necesitamos aprender de ellos para lograr llegar a la siguiente parada? En
su día, creía que Dakota era mi trayecto entero y mi destino, pero estoy empezando a sentir que yo no
era más que un alto en su camino.
«Landon
Gibson, participante amateur
en relaciones, ¿tienes la menor
idea de
qué estás
hablando?»
Contesto la llamada justo cuando salta el buzón de voz. Llamo a Pedro de inmediato y lo coge al
instante.
—Hola —digo, y miro a Pau, que se está cubriendo con la manta hasta el cuello como si eso
fuera a protegerla de algo.
—¡Estoy a punto de reservar el vuelo. Es para el mes que viene! —dice Pedro gritando.
Con cada palabra que sale de su boca, Pau tiembla visiblemente. Se levanta y se va a su cuarto
sin mediar palabra.
—No sé si es buena... —susurro para que ella no me oiga.
—¿Por qué? —me interrumpe él—. ¿Qué pasa? ¿Dónde está Pau?
—Acaba de irse a su cuarto después de temblar como si alguien le estuviera gritando en cuanto ha
oído tu voz. —Siento decírselo así, pero es la verdad.
Pedro emite un sonido que me duele.
—Si quisiera hablar conmigo... Odio esta puta mierda.
Suspiro. Sé que lo odia. Y ella también. Y yo. Pero es él quien se ha hecho esto a sí mismo, y a
ella, y no es justo que la fuerce a hablar con él si ella no quiere hacerlo.
—Intenta darle el teléfono —me exige.
—Sabes que no puedo hacer eso.
—Joder, tío.
Me lo imagino pasándose la mano por el pelo.
Me cuelga y no vuelvo a llamarlo.
Al cabo de unos minutos, llamo a la puerta de Pau. La abre casi inmediatamente, y yo doy un
paso
atrás hacia el distribuidor. Me
quedo mirando el cuadro del
gato atigrado y sigo sin
entender
cómo es posible que hasta el otro día no me hubiera fijado en esas imágenes tan singulares.
—¿Estás bien? —le pregunto a mi amiga.
Ella se mira los pies y luego vuelve a mirarme a la cara.
—Sí.
—Mientes fatal —replico.
Ella retrocede hacia su habitación y deja la puerta abierta para que pase. Se sienta en el borde de la
cama y yo echo un vistazo a mi alrededor. El cuarto está perfectamente limpio y ordenado, como de
costumbre,
y lo
ha decorado un poco más
desde que estuve aquí por
última vez. La tele ya no está
sobre la cómoda y, en su lugar, hay un montón de libros dispuestos por autor. Me llama la atención
ver tres copias muy usadas de Orgullo y prejuicio.
Pau se tumba en la cama y se queda mirando al techo.
—De
verdad que me parece bien
que venga de visita. Es
tu hermanastro y
no voy
a impedirle
verte.
—Tú también formas parte de mi familia —le recuerdo entonces.
Me
siento en el otro extremo
de la
cama, cerca de la cabecera
tapizada de azul. El color
hace
juego con las cortinas, y no se ve ni una mota de polvo en la repisa.
—No hago más que esperar y esperar, y no sé cómo lograr... —dice con voz plana y distante.
—¿Esperar a qué?
—A que deje de ser capaz de hacerme daño. El mero hecho de oír su voz...
Aguardo a que recobre el aliento y entonces digo:
—Supongo que necesitas tiempo.
Ojalá lo odiara también para poder decirle lo poco que le conviene y que está mejor sin él, pero
no soy capaz. Y tampoco soy capaz ni voy a fingir que ambos están mejor cuando están juntos.
—¿Puedo preguntarte algo? —dice Pau con voz suave.
—Claro. —Subo los pies a su cama, los apoyo en su blanco edredón y espero que no se dé cuenta
de lo sucios que llevo los calcetines.
—¿Cómo
superaste lo de Dakota? Me
sabe fatal pensar que tú
te estabas sintiendo así y
que yo
apenas te serví de consuelo. Estaba tan sumida en mis propios problemas que en ningún momento se
me pasó por la cabeza que tú te estabas sintiendo como yo me siento ahora. Lamento haber sido tan
mala amiga.
Me río suavemente.
—No eres mala amiga. Mi situación era muy distinta de la tuya.
—Eso
es muy
típico de Landon. Sabía que
me dirías que no soy
mala amiga. —Sonríe, y no
recuerdo
cuándo fue la última vez
que lo
hizo—. Pero, en serio, ¿cómo
lo superaste? ¿Todavía te
duele cuando la ves?
Buena pregunta. ¿Cómo lo superé?
Ni siquiera sé cómo responder. No quiero admitirlo, pero creo que nunca llegué a sentirme tan
mal como se siente Pau. Me dolió cuando Dakota rompió conmigo, sobre todo por el modo en que
lo hizo, pero no me hundí en la miseria. Mantuve la cabeza alta, intenté seguir siendo un apoyo para
ella y continué con mi vida.
—En mi caso fue muy diferente. Dakota y yo apenas nos habíamos visto en los últimos dos años,
así
que no
estaba siempre con ella como tú con
Pedro. No llegamos a vivir
juntos, por lo que
supongo que ya me había acostumbrado a sentirme solo.
Pau se vuelve, quedándose de lado, y apoya la barbilla en el codo.
—¿Te sentías solo mientras estabais juntos?
Asiento.
—Vivía al otro lado del país, ¿recuerdas?
Ella también asiente.
—Sí, pero no deberías haberte sentido solo.
No sé qué decir. Me sentía solo, incluso a pesar de que hablábamos todos los días. No sé qué dice
eso sobre mí, o sobre nuestra relación.
—¿Te sientes solo ahora? —me pregunta Pau, y me mira fijamente con sus ojos grises.
—Sí —respondo con sinceridad.
Vuelve a tumbarse boca arriba y a mirar al techo.
—Yo también.
Excelentes buenisimos
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