jueves, 13 de octubre de 2016

After Todo por ti Cap 13

El club es más pequeño de lo que esperaba. Sólo he estado en uno, en el centro de Detroit, y era del
tamaño del edificio de ladrillo ante el que estamos esperando. No es como en las películas, donde
siempre hay un portero cachas y mandón controlando quién entra. Un tipo en cuyo auricular y en
cuya carpeta se encuentra el poder de alegrarles o destrozarles la autoestima a mujeres que, en otras
circunstancias, no le darían ni la hora. Con un simple gesto de la cabeza, el tipo abre el cordón de
terciopelo y da el visto bueno al resultado de dos horas delante del espejo. Si te hacen esperar más, no
eres nadie. Así es como quiere que te sientas, y me parece fatal.


Es puro teatro, porque se va a la cama él solo noche tras noche sin sentirse mejor consigo mismo
a la mañana siguiente. Sus doce horas de gloria tienen fecha de caducidad. Al fin y al cabo, se odia a
sí mismo y sigue cabreado porque no tuvo la oportunidad que merecía con aquella mujer a la que ni
siquiera se molestó en tratar con un mínimo de respeto. Me entristece saber que en pleno 2016 a la
gente todavía le preocupe quedarse sin entrar en un club por no ser lo bastante atractivos. Yo me
esfuerzo por no entrar al trapo, pero sé que así es como funcionan las cosas.

Dicho esto, es un alivio que este club no sea de ésos. El pequeño edificio de ladrillo rojo está
situado en una esquina, junto a una fila de furgonetas que venden comida en un descampado. La calle
no está tan transitada como la acera, sólo veo pasar un par de taxis verdes y un Tesla.

Mientras contemplo el brillo de la pintura negra del Tesla a la luz de las farolas, una mano me
acaricia el brazo. Me vuelvo y veo a Nora, con los ojos pintados de distintas gradaciones de gris.

Lleva unos pantalones negros que parecen tatuados sobre sus fuertes muslos. Una camiseta negra con
el símbolo de ADIDAS le cubre las caderas. Parece como si le hubiera dado un tijeretazo al suave
tejido de algodón para transformarlo en un cuello de pico. Encima lleva una chaqueta negra y unas
deportivas blancas. Arreglada pero informal, y muy fuera de mi alcance.


Es demasiado guapa.

Está demasiado buena.

Es demasiado.


Cuando Nora suelta mi brazo, se queda de pie, mirándome en silencio, como si esperase algo. No
sé qué hacer, así que le devuelvo la mirada. Varias personas se unen a nosotros en la acera mientras
aguardamos para entrar.

Al rato, Nora se vuelve hacia la puerta del club.

—¿Entramos? —le pregunto nervioso.


Sus labios brillantes se curvan en una sonrisa, y asiente. Observo cómo sus ojos examinan mi
vestimenta y no puedo evitar preguntarme si habré elegido bien. ¿Debería haberme puesto unos
pantalones menos ajustados? ¿Me queda bien la camisa arremangada o es demasiado?

Sus ojos por fin abandonan mi cuerpo y se tornan hacia los ventanales del club.

—Sí, vamos adentro —dice. Luego señala hacia el interior y añade—: Ya tienen mesa.


Me parece que todo el mundo sabe que no estoy en mi salsa. Le mando un mensaje a Pau para
decirle que he llegado mientras sigo a Nora. Me siento un poco mal por haberla perseguido por
mensaje para que viniera con nosotros. Sé que preferiría estar en la cama, leyendo las páginas
subrayadas de su libro favorito. Sería feliz bajo la manta, llorando a moco tendido los errores y
remordimientos de los personajes, deseando que su relación hubiera tenido un final de novela.

Pero hacerse bola en la cama no es bueno para ella. Además, necesito un rostro amigo en este
territorio hostil.

Cuando se abre la puerta del club, una suave música electrónica reverbera en la acera. Es
agradable pero rápida, suave y complicada. Acelero y doy un paso extra para acercarme a Nora e
intentar entablar conversación.

—¿Vienes mucho a bailar aquí? —pregunto cuando entramos.

Se vuelve y me pasa el dedo índice por los labios.

—Nadie viene aquí a bailar. —Me sonríe igual que una madre a su hijo cuando tiene que
explicarle una cosa de lo más evidente.


Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que no es un club. ¿Por qué no se me habrá ocurrido
buscar el nombre del local en Google? Es el típico bar de hipsters, y está lleno. Pequeñas mesas de
madera, poca luz, ambiente industrial. Grupos de gente se congregan en la barra, riendo y bebiendo
cócteles preparados al momento.

Un hombre de pelo cano agita una taza de líquido neón y todo el mundo lo mira y lo anima
mientras lo vierte en un lecho de hielo. Bulle, y una nube de humo brota de la taza. Estoy
impresionado.

De camino a la barra, miro a Nora y observo cómo su expresión pasa de la curiosidad al
escepticismo.

—¡Pero, tío, es el truco más viejo del mundo! —grita lo bastante alto para que el camarero la
oiga pese a la música.


Miro a un lado y a otro, hacia todas las caras que se han vuelto hacia nosotros. Ella no se vuelve,
sino que se queda mirando al hombre a los ojos cuando éste se da la vuelta para ver de dónde procede
la queja.

—Debería haber sabido que eras tú —dice con expresión de enfado, pero es todo mentira. Por el
modo en que no deja de mirarla, sé que la conoce bien, lo bastante para chincharla.

En un momento de desvarío, me pregunto si han salido juntos... O si están saliendo juntos.

Nora sonríe y se apoya en la barra.

—Hola, Mitch.

Usa la barra como soporte para las tetas y él se da cuenta. Le gusta. Observo cómo se las mira, sin
ningún disimulo.

El escote es muy profundo, se lo ha cortado demasiado, y es fácil que lo distraiga a uno. Más aún
combinado con esos vaqueros. Nunca he visto a nadie tan atractivo con un atuendo tan simple.

—No pongas cara de odio, no te pega —me susurra Pau al oído.

¿Tan transparente soy? Pongo cara de inocente e intento racionalizarlo. Nunca he sido celoso.

Dakota habría vuelto loco a un hombre celoso; le gustaba flirtear y el poder que parecía tener sobre
todos los chicos del instituto. Se le daba bien hacerme sentir que no tenía que pelear por ella, que era
mía. Por eso nunca tuve que ponerme celoso como un crío ni montar numeritos.

—¿Cuándo has llegado? —pregunto para distraerme y dejar de mirar a Nora.

—Ahora mismo. Había poco trabajo. —Pau suspira y se encoge de hombros, como si prefiriera
estar en cualquier parte menos aquí. Lleva el uniforme del trabajo: pantalones negros, camisa blanca
y corbata verde. Las tiras del delantal le cuelgan del bolsillo. Hay que reconocer que es una gran
amiga.

El camarero salido se acerca en dos zancadas, sonriendo de oreja a oreja y con el tupé perfecto.

Seguro que es buen chico. Tiene espalda de jugador de fútbol americano, y de tipo se parece a Adam
Levine. Es poca cosa, pero musculoso. Un combinación rara pero con encanto.

Nora se estira para darle un abrazo y él se deja caer en sus brazos. La barra es lo único que les
impide pegarse como lapas. Desvío la mirada y finjo que me interesa el ambiente, pero con el rabillo
del ojo puedo ver que siguen abrazados.

Miro a mi alrededor. La carta de cócteles está escrita en tiza en una enorme pizarra que hay tras la
barra y, cuando oigo a Nora pedir dos, levanto la vista. «Cartas a tu amante» lleva ginebra, frambuesa
y algo que no consigo leer. El «No tan Manhattan» es puro fuego, una mezcla de whisky, vermut y
bíter. Hay un pequeño nudo dibujado a mano junto a la lista de ingredientes.

Sigo leyendo la entretenida lista de cócteles artesanos. Como Nora tiene veinticinco y está claro
que conoce al camarero, no tendremos problemas para que nos sirvan alcohol. No suelo beber, seis
latas de cerveza me duran un mes, pero esta noche me apetece tomarme una copa. Pau y yo hemos
salido un par de veces y nos han ofrecido la carta de bebidas y una copa sin pedirnos el carnet. Sí, de
vez en cuando, nos gusta vivir al límite.

Pau parece un pez fuera del agua mientras se mete el bajo de la camisa blanca por dentro del
pantalón.

—Voy al baño —dice.


Asiento y permanezco de pie, incómodo, esperando que Nora se acuerde de que estoy aquí.

Me quedo mirando a Mitch, que cada vez me resulta más atractivo y más molesto. ¿No debería
estar preparando las bebidas? Aquí estoy, a solas con Nora y con uno de los hombres más atractivos
sobre la faz de la Tierra.

Esta clase de hombres han sido creados para hacer que los chicos como yo se sientan mal. Tiene
los dientes perfectos y más blancos que unas deportivas nuevas. Los miro otra vez, me pongo de
puntillas e intento no quedarme embelesado. Puede que hubiera sido mejor que me hubiese ido al
baño con Pau, como suelen hacer las chicas.

Antes de que eche a andar, Nora se aleja del Buenorro (que está demasiado bueno para trabajar en
un pequeño bar) y me coge del brazo. Cuando me toca, tiene las manos frías. Se las cojo y las froto
con las mías. Me ruborizo al instante por haber sido tan directo. Menos mal que esto está oscuro.

Ella alza la vista con curiosidad. Mira nuestras manos, mi gesto, y sonríe. Las luces que cuelgan
del techo se mueven, arrojan sombras y luces sobre su cuerpo. La piel desnuda del cuello y del escote
brilla bajo el lento baile de luces. Me mira. La miro y no puedo parar.

Observo al Buenorro, que no nos presta la menor atención. Qué desilusión. Ojalá pudiera ver
esto...

«Pero ¿qué me pasa?» Tengo que dejar de hablar tanto con Pedro. Me está volviendo un
gilipollas.


Un gilipollas neurótico.

Nora sigue mirándome a los ojos.

—¿Nos sentamos?



Es perturbador mirar a alguien a los ojos, sobre todo a una chica bonita a la que ya le he
confesado que me atrae. Cuando me ha besado esta mañana, mi cuerpo me ha convencido de que
llevaba toda la vida esperándola. Ha sido un beso tremendo.

Se vuelve hacia la barra, le da las gracias al tío y me pasa una copa con un regaliz rojo hecho un
nudo dentro. También lleva un palito con un pequeño rascacielos boca abajo en un extremo. Parece
de madera. Es impresionante. La bebida de Nora lleva un pequeño sobre pegado a la copa. Imagino
que es «Cartas a tu amante». Estoy doblemente impresionado.

Nora no deja de mirarme y entonces me acuerdo de que ha dicho que quería sentarse. Asiento,
deseando desaparecer de la zona de la barra. La hilera de mesas también está muy concurrida, pero al
menos podremos sentarnos. La música no está mal, suave, rítmica y constante. No hay pista de baile.
Es un bar de copas con una pequeña carta, no un club. No entiendo por qué no lo he buscado en
Google en vez de imaginarme cosas.


Nora me coge de la muñeca y me lleva a la parte de atrás. Cuanto más nos alejamos de la barra,
más oscuro está todo, hasta que paramos junto a una mesa llena de chicas que alzan la vista, sonríen y
nos saludan. Me sigue sorprendiendo lo cerca que se sientan unos de otros en esta ciudad. Las
pequeñas mesas están colocadas una al lado de la otra y se oye todo lo que hablan, aunque puede que
la música amortigüe las voces y no haya problema. Hay varios sitios vacíos y Nora me indica que me
siente en el último. Ella se coloca delante de mí y alza la copa. Brindamos, saco el regaliz rojo y el
pequeño rascacielos y bebo.

¡Joder, sabe a gasolina! Ya me lo imaginaba.

Le sonrío, pero meneo la cabeza y señalo la copa con ambas manos.

—Creo que paso de bebérmelo.

Se ríe tapándose la boca y asiente.

—¡No te culpo! Están muy fuertes.

Empuja un vaso chato lleno de agua mineral hacia mí y sonríe. Luego coge mi copa y la huele,
arrugando la nariz por el alcohol antes de dejarla al borde de la mesa, lejos de mí.

Me gusta que no le importe que prefiera no beber. Nora le da otro trago a su cóctel y lame el
azúcar rosa del borde. Agarra la carta y abre el sobre. Le doy un momento para que la lea, luego
alargo la mano para cogerla. Resopla y pone los ojos en blanco de lo cursi que es. Juguetea con los
dedos con la cadena que lleva al cuello mientras yo la leo:

Querido Amante: No abras una puerta nueva si algo se esconde tras la otra.

Me echo a reír y se la devuelvo. Es un buen truco publicitario. Me pregunto si las cartas son todas
distintas y cada cuánto las cambian. Nora parece un tanto incómoda cuando me presenta a sus
amigas...

—Melody —dice señalando a una chica asiática muy bonita. Lleva una gruesa raya negra de lápiz
de ojos, recta y puntiaguda.

—Hola —dice Melody mirando primero a Nora y luego a mí.

La siguiente es Raine y luego Scarlett, Maggy..., y las caras se tornan borrosas porque la verdad
es que yo sólo quiero hablar con Nora y a solas. Quiero preguntarle qué ha estado haciendo aquí
desde que llegó de Washington, cómo toma el café, cuál es su estación favorita. Quiero conocerla un
poco más porque, aunque nos presentaron hace tiempo, nunca hemos hablado.

Noto que Maggy dice algo y le da un toque en el hombro a la chica sentada a su lado... Y entonces
me doy cuenta.


Maggy es Maggy.

Maggy.

Lo que significa...

La chica a la que le ha dado el toque en el hombro se vuelve y tuerce el gesto al verme. Esto tiene
que ser producto de mi imaginación...

Dakota me está mirando con unos ojos como platos y los labios apretados.
—¿Landon? —dice confusa. Suena raro, y tengo la impresión de que se había dado cuenta de que
era yo mucho antes de que yo notara su presencia.

Me mira con firmeza, y toda la emoción que he sentido al entrar por la puerta desaparece. Me
encantaría tener un portal, saltar y aparecer en cualquier otro lugar. No me importaría que fuera en
plena batalla del Abismo de Helm. Por desgracia para mí, no he encontrado el modo de
transportarme a mis sagas cinematográficas favoritas.

Aunque a los dieciséis mi tía me regaló un lego de El señor de los anillos e intenté reproducir
dicha batalla. Era demasiado compleja. Dakota aguantó más que yo, les puso arcos y flechas a más de
cincuenta elfos. Cuando éramos pequeños, se le daba mejor el Lego que a mí. Ahora que es una
adulta, se le da mejor que a mí encontrar las palabras adecuadas. Y aquí estamos. Me mira primero a
mí y luego a Nora. Ata cabos, sabe que he venido con ella.

Sus ojos almendrados se tornan finas líneas y se vuelve hacia Nora con un bufido.

—¿Él es el bombón?

«¿El bombón?»

Miro a la barra, quiero esconderme detrás. Esto no marcha bien.

Nora pone los ojos en blanco y se ríe.

Luego le saca la lengua.

—Gracias por aguarme la fiesta, Dakota.

Ay, no. No sabe lo que está pasando aquí. El tono de Nora es distinto cuando se dirige a Dakota,
hay un matiz desagradable en sus palabras.

Pau se acerca entonces a nosotros y se queda de piedra cuando ve a Dakota con Nora y
conmigo. Parece tan confusa como mi ex. De repente he perdido la capacidad de resolver problemas
y estoy aquí plantado como un imbécil.

Dakota mira a Nora e intento pensar en algo que decir que explique todo esto. No tengo ganas de
montar una escena. Quiero un millar de cosas, cualquier cosa menos montar una escena.

—¿Cuánto hace que salís? —pregunta.

—No estamos saliendo —respondo justo cuando Nora, con voz más potente que la mía, dice:

—No mucho. Estamos empezando.


Luego me mira y me cuesta respirar. No le ha gustado mi respuesta.

«¿No mucho?» ¿Qué ha querido decir con eso? ¿Estamos saliendo? ¿Es eso lo que estamos
haciendo?

Sólo me ha besado una vez y, aparte de unos minutos a solas mientras Pau se ducha o de camino
al trabajo, no nos hemos visto siquiera. Apenas hemos hablado, la verdad.

Dakota parece estar a punto de llorar, y sé que está cargando los cañones. Está preparando
acusaciones, una teoría que lo explique todo. Casi nunca he sido el blanco de su ira y, por algún
motivo, una parte de mí se siente realizada. Apenas nos peleábamos. Ella gritaba mucho y a menudo,
pero no a mí. A mí no me gritaba nunca.

—No estamos saliendo. —Siento la necesidad de repetírselo.

Las otras tres empiezan a cuchichear, a crear su propia versión del culebrón que tienen delante.

Miro a Nora, que está empezando a comprenderlo.

—¿Ya os conocíais?

—¿Si nos conocemos? —la voz de Dakota es grave, comedida. Con la mano, nos señala a Nora y
a mí.

«Ábrete, portal. Ábrete para que pueda largarme de aquí.»

Dakota me mira como si fuera un depredador del que tuviera que escapar. Lo odio. Está sentada
muy lejos de mí, pero noto lo enfadada que está. Se coge al borde de la mesa y me mira como si los
ojos se le fueran a salir de las órbitas, pinchándome para que responda.

—Sí, nos conocemos. Nos conocemos desde hace mucho tiempo. —Dakota está haciendo teatro.

Se ha distanciado emocionalmente. Intenta parecer tranquila y trata de que las demás, Nora y yo no
sepamos lo mucho que esto la cabrea. Coge una copa de encima de la mesa y se la bebe de un trago
sin mirar ni cuál era.

Los hombros de Nora suben y bajan mientras respira hondo, sin decir nada. Todo el mundo me
está mirando a mí.

Una mirada asesina.

Una mirada expectante.

Dos miradas asesinas.

Pau está mirando el móvil, no ayuda mucho.

Otra mirada asesina, ya llevamos tres...

Y alguien pone los ojos en blanco.
Dakota coge el bolso que colgaba del respaldo de su asiento y me empuja para pasar. Intento
detenerla, pero me aparta de un empellón y casi tropieza con el asiento de al lado.

La veo marcharse. Y, cuando me vuelvo, me encuentro cara a cara con Nora.

—Eres el chico de las narices. Su ex, el empollón de Michigan —dice con voz monótona, poco
impresionada, un tanto avergonzada.

Me levanto.

«¿Su ex, el empollón?» ¿Así es como me ve Dakota?

¿Así es como se refiere a mí? ¿Así me describe ante las nuevas amistades que ha hecho en esta
ciudad?

Miro atrás, hacia la puerta, y veo cómo Dakota desaparece.

No quiero ni imaginar lo que siente. Cree que estoy saliendo con Nora y que le he mentido
cuando le he dicho que tenía que estudiar.

Por eso nunca miento. No sé por qué me ha parecido que mentir era buena idea. Debería haber sabido que me iba a salir el tiro por la culata. Las mentiras nunca traen nada bueno. Jamás le había
mentido a Dakota, salvo un par de mentirijillas cuando intenté fingir que sabía de qué me estaba
hablando.

Una mano me coge del hombro y me da la vuelta. Estoy cara a cara con Nora otra vez. Me está
desafiando, quiere que elija. Tiene las cejas enarcadas por encima de su penetrante mirada. Y yo que pensaba que iba a pasarme la noche mirándola a los ojos... Creía que iba a conocer al fin a esa mujer
cuya confianza en sí misma no cabe en este bar, que basta para iluminar toda la ciudad.

¿Cómo voy a elegir? Apenas la conozco.

Nora permanece inmóvil y en silencio, sólo me habla con la mirada. Si me voy con Dakota,

¿volverá a dirigirme la palabra?

¿Por qué la sola idea me preocupa tanto?

Pero no puedo permitir que Dakota se marche sola, es muy tarde y de noche. Está enfadada, y
tengo la impresión de que no soy consciente de lo voluble que puede llegar a ser. Sus tendencias
autodestructivas son su peor enemigo.

—Lo siento —es lo único que me da tiempo a decirle a Nora antes de seguir a Dakota hacia la noche.

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