miércoles, 12 de abril de 2017

After Ahora y Siempre Cap 3



En mi dormitorio impera el silencio. De repente, el cuarto se me hace muy pequeño. ¿O quizá soy yo el que se siente pequeño después de otro momento embarazoso con Pau? Esta vez ha sido algo mejor, porque ambos hemos compartido la escena incómoda. 

La hemos provocado. Todavía siento su cuerpo contra el mío, moviéndose con necesidad, con determinación. Oigo sus gemidos en mi oído y noto su cálido aliento en mi piel. Ahora hace calor en la habitación. Demasiado. Me aparto de la puerta y me dirijo a la ventana. Mi escritorio está hecho un desastre, con pilas de libros y post-it por toda la superficie de madera. Bueno, es de IKEA y cuesta menos de cien pavos, así que lo más probable es que no sea «madera» de verdad. Doy unos golpecitos con el dedo sobre la oscura supuesta madera y suena hueco. Sabía que no era auténtica. 

Me tiemblan los dedos cuando cuelo la mano por debajo de la persiana para abrir la ventana. El alféizar está cubierto de pintura desconchada y de polvo. Hay incluso una mosca muerta. Tessa se horrorizaría si lo viera. Me anoto mentalmente que tengo que limpiarlo esta semana. Tiro de la testaruda madera y, por fin, se abre. La levanto más y dejo que los tranquilos sonidos de la ciudad inunden mi dormitorio. Me encanta el nivel de ruido de Brooklyn. 


Se oyen coches y, por lo general, las voces de los viandantes, pero nada demasiado exagerado. Alguna vez se oye el claxon de algún taxi, pero nada comparado con el ruido de Manhattan. Nunca entenderé por qué pitan tanto. ¿De verdad cree la gente que pitando va a mejorar en algo el tráfico? Lo único que consiguen con ese gesto tan grosero es cabrear a los demás y generar más tensión. 

Estos pensamientos aleatorios están consiguiendo alejar mi mente de lo que Pau     y yo acabamos de hacer. Bueno, no ahora que estoy pensando en ello de nuevo. ¿Cómo hemos pasado de idear una escena de película a montárnoslo en una silla? Me quito los pantalones y los calzoncillos y los meto en la cesta de la ropa sucia, que está junto a la puerta del armario. Me cambio de ropa y me siento en el borde de la cama, cerca de la ventana. Tengo el teléfono cargando en la mesilla de noche. Lo cojo. Hardin responde al segundo tono. 

Es demasiado tarde para convencerme de que no vaya. Estaré allí este viernes —son las primeras palabras que salen de su boca. Pongo los ojos en blanco. 

—Hola, estoy bien —digo—. Gracias por preguntar. 

—Vale. ¿En qué puedo ayudarte en esta noche tan agradable? —pregunta él gritando por encima del estridente alarido de la alarma de un coche que suena de fondo.

—En nada. Me está pasando algo muy raro... —No sé cómo explicar lo que sucede ni por qué he llamado a Hardin para hablar de ello. Se echa a reír. 

—Vas a tener que explicarme mucho más que eso. Suspiro al teléfono y escucho a mi alrededor. Oigo levemente las voces de Tessa y de Pau     en la cocina. 

Bien, ¿te acuerdas de Pau, la amiga de Tessa? Bueno, cuando tú la conociste se llamaba Sophia, pero Tessa dice que le gusta que sus amigos la llamen Pau. Bueno, supongo que ninguno de los dos nombres te dirá nada así, de primeras. Hardin guarda silencio durante un instante. Me pregunto si habré hablado demasiado alto. No distingo nada de lo que están diciendo las chicas, así que espero que ellas me oigan todavía menos a mí. 

—Sí, creo que sí. 

—Vale, pues acabamos de hacerlo. —Tiro de la correa de la persiana para subirla—. Bueno, supongo que no lo hemos hecho exactamente. Pero hemos hecho algo muy muy parecido. 

¿Y? Cómo no, no esperaba otra respuesta por su parte. Me aseguro de que mi voz sea sólo un poco más alta que un susurro cuando añado: 

Pues que Pau     me ha dicho un montón de veces que debemos ser sólo amigos, y sólo estábamos hablando, como de costumbre, pero dos segundos después la tenía a horcajadas encima de mí y teniendo un orgasmo, y Tessa ha entrado justo después, y ahora estoy en mi cuarto, y estoy hecho un manojo de nervios porque no sé qué hacer ni qué decir. 

Vaya. Y ¿Tessa os ha pillado? ¿La tía estaba montándote en una silla? En ese caso, no tiene sentido que niegues nada. Espera, ¿te la has follado en la silla de la cocina o sólo te ha montado hasta que se ha corrido? —pregunta Hardin en un tono normal y corriente, como si sus palabras no fueran tan sucias como un baño público. 

—Eh..., lo segundo. No hemos practicado el sexo, bueno, no la clase de sexo en la que algo entra dentro de algo... 

—¿En serio? —Su voz es tranquila, con cierto aire divertido—. ¿De verdad acabas de decir eso? ¿Por qué no me enseñas en una muñeca dónde te ha tocado? 

—No sé por qué te he llamado —digo, y suspiro. Me inclino hacia atrás y me quedo mirando el ventilador del techo de colores extraños. Hardin parece percibir algo en mi voz y entonces suaviza el tono. 

—Y ¿te gusta esa tía? Me refiero a que, ¿por qué, si no, iba a ser un problema que te lo hayas montado con ella? Estás soltero y ella también, ¿no? Lo medito durante un momento. ¿Estoy soltero? Sí. Dakota y yo rompimos hace meses. Pero no puedo dejar de pensar en que precisamente anoche estuvo aquí. Joder, soy un capullo. Debería decirle a Pau     que Dakota estuvo aquí. Es lo más justo. Eso es lo que haría un buen tío, y yo soy un buen tío. 

—Los dos estamos solteros. Pero Dakota estuvo aquí anoche —digo. Detesto admitirlo. No soy esa clase de tío. De verdad que no. 

—Uf. ¿Delilah también? ¿Qué cojones está pasando por ahí?
No me molesto en corregirlo respecto al nombre de Dakota. 

No lo sé, pero no se lo cuentes a Tessa. En serio, bastante tiene ya, y Pau     no quiere que Tessa se entere por nada del mundo. Lo digo de verdad. Me da igual que se desnude ante ti y te pida que se lo cuentes..., más te vale fingir que no sabes nada. 

—Si está desnuda, no te prometo nada. 

Hardin... 

—Vale, vale. No diré nada. ¿Ya has hablado con ella sobre su horario? No. Porque soy un cobarde de mierda. 

—Todavía no. Ha estado trabajando mucho últimamente. Ah, y tengo que advertirte sobre algo, pero no puedes perder los estribos. —Hago una pausa—. En serio, no puedes hacerlo. Prométeme que no los vas a perder. Prométemelo —digo en voz baja. No quiero que Tessa y Pau               me oigan marujeando sobre ellas con Hardin. 

—¿Qué? ¿Qué pasa? —pregunta él. Sé que está pensando lo peor. 

—Prométemelo —repito. Resopla con impaciencia y frustración. 

—Bien, vale, lo prometo. 

—¿Te acuerdas del camarero del lago de aquel fin de semana? ¿Cuando Tessa y tú no parabais de pelearos? 

—No nos peleábamos tanto —dice un poco a la defensiva—. Pero, sí; ¿qué pasa con él? 

—Está aquí. 

—¿En tu apartamento? —Hardin eleva la voz y empiezo a pensar que tal vez no haya sido muy buena idea contárselo ahora mismo, así. 

—No. En Nueva York. Trabajan juntos. Lo oigo suspirar, y puedo imaginarme su expresión en estos momentos. 

—¿Han estado..., ya sabes, saliendo o algo? Sacudo la cabeza, aunque él no puede verme. 

—No, qué va. Sólo quería decírtelo porque creo que, por tu bien, sería mejor que no le dieras demasiada importancia y le demostraras a Tessa que estás madurando y todo eso —sugiero. 

También porque no quiero que mi apartamento arda hasta los cimientos en la guerra entre estos dos. Aunque, por otro lado, si ardiera, lo que sucede entre Pau     y yo cada vez que estamos en la cocina dejaría de existir. 

—¿Madurando? Yo soy muy maduro. Capullo. 

—Sí, tu extenso vocabulario es una buena muestra de ello, capullo —bromeo. 

—Oye, tío, estoy orgulloso de que digas palabrotas y de que te hayas medio follado a Paomi, o Sarah, o como quiera que se vaya a llamar la semana que viene, pero espero una llamada dentro de un minuto —dice Hardin. No puedo evitar echarme a reír ante su facilidad de palabra. 

—Gracias por la ayuda —replico. Guarda silencio durante unos segundos antes de añadir: 

—Puedo llamarte después, si de verdad quieres hablar de ello. Su voz suena totalmente sincera, y me incorporo. Esto no me lo esperaba. 

—No, tranquilo. Lo que tengo que hacer es salir y dar la cara, a ver cómo está el ambiente. 

—Huele a tormenta. 

—Calla —digo, y se hace el silencio en la línea.

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