miércoles, 12 de abril de 2017

After Ahora y Siempre Cap 2



—Ha sobrado un montón de tarta —dice Pau     mientras se lleva un tenedor de plástico lleno a la boca. Unas migas de bizcocho y de cobertura verde caen sobre la mesa. Resulta que a Ellen no le gustan mucho los dulces. Cuando me he lamentado por no haberle llevado un ramo de flores en lugar de la tarta, ha señalado que es una adolescente y que no le gustan las flores. Pero, en serio, ¿cómo puede no gustarle la tarta? No sé qué clase de bicho raro será, pero no tengo ningún problema en comérmela yo por ella. 

A pesar de que detesta la mayoría de las cosas, ha disfrutado de nuestra compañía. Aunque intentaba no sonreír, no lo ha conseguido, y los tres lo hemos pasado bien. 

 Pau     ha cambiado el cartel de ABIERTO a CERRADO y le hemos cantado el Cumpleaños feliz. Hemos descubierto que soy un cantante pésimo. Aun desafinando y sin velas, nos hemos asegurado de hacerle saber que nos importaba que fuera su cumpleaños. Pau         ha sintonizado una emisora de música pop en la radio de su móvil y Ellen ha hablado más con ella que conmigo en todo el tiempo que la conozco. Nuestra fiesta improvisada sólo ha durado una media hora. A Ellen la ponía nerviosa que la tienda estuviera cerrada, y yo tenía la sensación de que estaba cansada de hablar de sí misma. Para mi desgracia. He comprobado con demasiada frecuencia que las personas que no quieren hablar de sí mismas son con las que más quiero hablar yo. 

—Más para nosotros —digo, y cojo otro tenedor de la encimera de la cocina y lo hundo en una esquina de la tarta. Pau        está sentada en la silla que hay a mi lado, con una rodilla apoyada en el asiento. Las pequeñas porciones de pizza de sus calcetines son estrafalarias y adorables a partes iguales. Alargo la mano y le toco la parte superior del pie con la punta del dedo. 

—¿Y esto? —le pregunto. Se lame los labios. 

—La vida es demasiado corta como para vestir calcetines aburridos. —Se encoge de hombros y se lleva el tenedor lleno de tarta a la boca. Observo mis propios calcetines, con los talones y las puntas de los dedos grises. Uf. Qué aburridos. Y encima de tubo. Ya nadie lleva calcetines de tubo. 

—¿Es el lema de tu vida? —pregunto. Ella asiente en respuesta. 

—Uno de ellos —dice con la boca llena. Se ha manchado los labios de cobertura, y desearía que estuviéramos en una comedia romántica para poder alargar la mano y limpiársela con el dedo. Ella se pondría toda sentimental, los dos sentiríamos mariposas en el estómago, y entonces se inclinaría hacia mí. 

—Tienes cobertura en los labios —digo, haciendo precisamente lo opuesto a un gesto romántico. Ella se pasa el pulgar para limpiarse, pero se le escapa precisamente esa parte. 

—¿No vas a limpiármela tú? En las películas, ésta sería la ocasión perfecta para darse un beso.

Ha pensado lo mismo que yo y, por algún motivo, me gusta el consuelo que eso me hace sentir. 

—Estaba pensando en eso. Si esto fuera una película, me inclinaría y te la limpiaría —digo sonriendo. Pau     sonríe también, con los labios aún manchados. 

—Y después te lamerías el dedo, y yo me quedaría observando cómo se separan tus labios. 

—Y yo no dejaría de mirarte —digo. 

—Yo suspiraría mientras tú te lames el dedo, sin interrumpir el contacto visual. Siento un cosquilleo en el estómago. 

—Tú tendrías mariposas en el estómago. 

—Unas mariposas furiosas y salvajes que me harían sentir que me estoy volviendo loca. —Pau me mira a los ojos. Está sonriendo, y es, sencillamente, preciosa.

 —Yo te diría que aún tienes un poco y me inclinaría de nuevo. Tu corazón latiría muy deprisa. 

—Tan deprisa que podrías oírlo. Repito sus palabras, perdido en ellas: 

—Tan deprisa que podría oírlo. Y te acariciaría la mejilla. El pecho de Pau     se hincha y se deshincha despacio. 

—Yo te lo permitiría. —Cerrarías los ojos como lo haces cada vez que te toco. Pau         parece sorprenderse cuando le digo esto, como si no fuera consciente de que lo hace. Me quedo mirando su boca mientras habla, preguntándome qué estará pensando.

—Entonces tiraría de ti hacia mí y me lamería los labios —añade a nuestro pequeño relato. Mi corazón bombea de manera tan frenética que oigo la sangre que corre por detrás de mis orejas. Inspiro hondo. Pau     se ha aproximado. Creo que ni siquiera es consciente de ello. 

—Y yo te rozaría los labios con los míos. Al principio lo haría con tanta suavidad que ni siquiera lo notarías. Después, mi lengua se abriría paso entre los tuyos y te besaría. Pau   tiene los ojos entornados y fijos en mi boca. 

—Me besarías como si nunca me hubieran besado, y probablemente nunca lo hayan hecho, no como tú lo harías. Sería como si fuera mi primer beso, aunque no lo fuese —dice con un hilo de voz, y no puedo no besarla. Me inclino más hacia ella. Apenas nos separan unos centímetros. 

—Nunca te han besado. —Ahora la tengo tan cerca que noto su aliento en mis mejillas—. No como te besaría yo. Olvidarías todos los besos anteriores al mío. Absolutamente todos. Inspiro hondo y sus labios se pegan a los míos antes de que me dé tiempo a exhalar. 

Saben a cobertura. Siento su lengua caliente en mi boca y sus manos se hunden en mi pelo con avidez. Tirándome de las raíces, me estrecha contra sí con fuerza. Con los dos pies apoyados en el suelo, rodeo su cuerpo con los brazos y la traslado de su silla a la mía. Se sienta a horcajadas sobre mi regazo. Me está besando como si nunca me hubieran besado y quiero olvidar absolutamente todos los besos anteriores a ella. Su cuerpo suave se mece contra el mío mientras me muerde el labio. Noto que se me pone dura debajo de ella, y me sorprende no sentir ni la más mínima vergüenza. Capto el momento exacto en que lo nota. Saboreo su gemido mientras rodea mi cuello con los brazos. Corrige su postura sobre mí para sentir mi roce contra ella. Sus pantalones son muy finos, y mi pantalón de chándal difícilmente oculta nada. Cuando se mece contra mí y noto cómo restriega su sexo contra mi erección, no puedo evitar
gruñir de placer. 

 Su tacto es maravilloso, incluso estando vestidos del todo. Joder, me estoy volviendo loco. Ahora me está besando el cuello. Su boca sabe muy bien dónde tiene que besar, dónde tiene que lamer, y conoce el punto exacto de mi nuca donde tiene que chupar. La agarro de las caderas y se las aprieto con suavidad, guiándola para que me roce justo donde necesito que lo haga. Se mueve de una manera tremendamente sexi. Es una diosa, simple y llanamente. Es una diosa, y yo soy un cabrón con suerte por estar aquí con ella en este mismo momento. 

 En definitiva, esta cocina tiene algo que nos vuelve locos el uno por el otro. Jamás habría pensado que la noche iba a dar este giro. Pero, desde luego, no me quejo. Pau      aparta la boca de mi cuello, deslizando todavía su sexo contra mi polla. 

—Joder, ojalá no fueras el compañero de piso de Tessa. Me chupa de nuevo la piel, y entonces se detiene. Le aprieto las caderas y habla de nuevo: —Te follaría, joder, si no fueras su compañero de piso te follaría ahora mismo. El familiar cosquilleo de un orgasmo asciende por mi espalda al oír sus palabras. Es tan sexi, y está tan abierta... Me vuelve loco. Estoy absolutamente loco por ella. 

—Podemos fingir que no lo soy —digo, medio en broma. Ella se ríe y se restriega contra mí. 

—Voy a correrme, joder, Pedro. Esto... no... cuenta... —dice con una voz gutural y sensual, y yo apenas puedo respirar mientras me monta y empuja sus caderas contra mi cuerpo. Traslado las manos a su espalda para estabilizar sus rápidos movimientos. Y , antes de poder evitarlo, me encuentro también a punto. No quiero pensar en ello, no quiero que mi mente me fastidie este momento. Sólo quiero sentirla. Sólo quiero hacer que se corra y unirme a ella en su éxtasis. 

—Yo también, yo también voy a correrme —digo contra su cuello. 

Ojalá se me diesen tan bien las palabras como a ella. La beso donde el cuello se une al hombro, sin saber muy bien qué es lo que estoy haciendo, pero el sonido que emite mientras se corre contra mí me indica que he hecho algo bien. Mi mente se queda en blanco. Ahora sólo hay sensaciones. Soy un mar de sensaciones, y a ella se le da fantásticamente bien silenciar mi cabeza, y esta sensación es maravillosa. Pau     es maravillosa, sobre mi cuerpo, y en mi mente frenética.

Cuando desciende, su cuerpo se ralentiza y su respiración se relaja. Apoya la cabeza sobre mi hombro y siento la humedad entre nuestros cuerpos, pero a ninguno de los dos parece importarnos. 

—Eso ha sido... —empieza—. Yo... De repente, el ruido de la puerta de entrada interrumpe sus palabras.

 —¿Pedro? —La voz de Tessa llega desde el otro lado del pasillo, atraviesa nuestra respiración agitada y corta de cuajo nuestros eufóricos pensamientos. 

—Mierda —masculla Paula     mientras se aparta de encima de mí de un salto y pierde el equilibrio. La agarro del codo y evito que se caiga al suelo. Me levanto, y la mirada de Paula     se dirige a mi entrepierna. Concretamente, a la mancha de humedad que hay en mi pantalón. 

—Corre —me dice, y me apresuro a ir hacia el cuarto de baño. Tessa entra en la cocina justo cuando llego al umbral y trato de salir corriendo, pero me detiene. Al menos, estoy de espaldas a ella. 

—Oye, he intentado llamarte —dice. No quiero volverme. No puedo volverme. —Era para preguntarte si podías traerme mis otros zapatos al trabajo. A alguien se le ha caído un recipiente con aderezo de ensalada sobre mis zapatos, y esta noche cierro —dice Tessa con voz tensa. No necesito mirarla para saber que está estresada, pero no me encuentro en posición de consolarla, ni a ella ni a nadie, en estos momentos. Echo un vistazo a mi alrededor en busca de algo que pueda coger para taparme y darme la vuelta, pero no hay nada aparte de una caja de cereales Lucky Charms. 

—Bueno —añade con voz más calmada—. ¿Qué hacíais? 

Cojo la caja de cereales, me cubro la entrepierna con ella y me vuelvo hacia Tessa. Su mirada se dirige directamente a la caja. La sostengo con fuerza. 

—Estábamos... —Intento buscar las excusas y las palabras adecuadas, y procuro que mis dedos nerviosos no suelten el cartón. Tessa mira a Pau     y luego vuelve a mirarme a mí. 

—Uy, vaya, ¿qué hacéis en la cocina? —pregunta con inocencia. Busco la ayuda de Pau, pero ella no dice nada. Me hundo con este barco que naufraga, y mi único aliado es el duende de la caja de cereales. 

—Pues... —empiezo, todavía sin tener ni idea de qué diablos voy a decirle. Tessa está de pie en la puerta, con unos pegotes de salsa blanca en los zapatos. No es la única que tiene manchas blancas... —Estábamos cocinando —digo, y agradezco mentalmente a Tessa que comprase la caja de tamaño familiar de Lucky Charms. 

—¿Cocinando? —Ella mira a Pau     con una expresión inescrutable. Pau         da un paso hacia adelante. 

—Sí, pollo con... —Pau me mira—. ¿Lucky Charms? —Lo dice con un tono tan vacilante que estoy convencido de que Tessa se va a dar cuenta—. Para el rebozado. ¿Como las pechugas de pollo que rebozamos con Frosties de Kellogg’s en el trabajo? Quería probar a hacerlas con Lucky Charms —explica Pau. Suena tan convincente que casi la creo y, lo que es más importante, Tessa parece hacerlo también. Pau continúa: —¿Tienes que volver al trabajo? Venga, vamos a por tus zapatos —dice, y distrae a Tessa. 

—Ahora vuelvo —les digo a las dos. Qué incómodo. ¿Por qué tiene que ser tan incómodo todo en mi vida? Agradecido de que Pau mienta mejor que yo, desaparezco por el pasillo, sin soltar la caja de cereales. 

—¿Qué le pasa? —oigo que Tessa le pregunta a Pau. No me quedo para escuchar la respuesta.

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