miércoles, 12 de abril de 2017

After Ahora y Siempre Cap 3



En mi dormitorio impera el silencio. De repente, el cuarto se me hace muy pequeño. ¿O quizá soy yo el que se siente pequeño después de otro momento embarazoso con Pau? Esta vez ha sido algo mejor, porque ambos hemos compartido la escena incómoda. 

La hemos provocado. Todavía siento su cuerpo contra el mío, moviéndose con necesidad, con determinación. Oigo sus gemidos en mi oído y noto su cálido aliento en mi piel. Ahora hace calor en la habitación. Demasiado. Me aparto de la puerta y me dirijo a la ventana. Mi escritorio está hecho un desastre, con pilas de libros y post-it por toda la superficie de madera. Bueno, es de IKEA y cuesta menos de cien pavos, así que lo más probable es que no sea «madera» de verdad. Doy unos golpecitos con el dedo sobre la oscura supuesta madera y suena hueco. Sabía que no era auténtica. 

Me tiemblan los dedos cuando cuelo la mano por debajo de la persiana para abrir la ventana. El alféizar está cubierto de pintura desconchada y de polvo. Hay incluso una mosca muerta. Tessa se horrorizaría si lo viera. Me anoto mentalmente que tengo que limpiarlo esta semana. Tiro de la testaruda madera y, por fin, se abre. La levanto más y dejo que los tranquilos sonidos de la ciudad inunden mi dormitorio. Me encanta el nivel de ruido de Brooklyn. 


Se oyen coches y, por lo general, las voces de los viandantes, pero nada demasiado exagerado. Alguna vez se oye el claxon de algún taxi, pero nada comparado con el ruido de Manhattan. Nunca entenderé por qué pitan tanto. ¿De verdad cree la gente que pitando va a mejorar en algo el tráfico? Lo único que consiguen con ese gesto tan grosero es cabrear a los demás y generar más tensión. 

Estos pensamientos aleatorios están consiguiendo alejar mi mente de lo que Pau     y yo acabamos de hacer. Bueno, no ahora que estoy pensando en ello de nuevo. ¿Cómo hemos pasado de idear una escena de película a montárnoslo en una silla? Me quito los pantalones y los calzoncillos y los meto en la cesta de la ropa sucia, que está junto a la puerta del armario. Me cambio de ropa y me siento en el borde de la cama, cerca de la ventana. Tengo el teléfono cargando en la mesilla de noche. Lo cojo. Hardin responde al segundo tono. 

Es demasiado tarde para convencerme de que no vaya. Estaré allí este viernes —son las primeras palabras que salen de su boca. Pongo los ojos en blanco. 

—Hola, estoy bien —digo—. Gracias por preguntar. 

—Vale. ¿En qué puedo ayudarte en esta noche tan agradable? —pregunta él gritando por encima del estridente alarido de la alarma de un coche que suena de fondo.

—En nada. Me está pasando algo muy raro... —No sé cómo explicar lo que sucede ni por qué he llamado a Hardin para hablar de ello. Se echa a reír. 

—Vas a tener que explicarme mucho más que eso. Suspiro al teléfono y escucho a mi alrededor. Oigo levemente las voces de Tessa y de Pau     en la cocina. 

Bien, ¿te acuerdas de Pau, la amiga de Tessa? Bueno, cuando tú la conociste se llamaba Sophia, pero Tessa dice que le gusta que sus amigos la llamen Pau. Bueno, supongo que ninguno de los dos nombres te dirá nada así, de primeras. Hardin guarda silencio durante un instante. Me pregunto si habré hablado demasiado alto. No distingo nada de lo que están diciendo las chicas, así que espero que ellas me oigan todavía menos a mí. 

—Sí, creo que sí. 

—Vale, pues acabamos de hacerlo. —Tiro de la correa de la persiana para subirla—. Bueno, supongo que no lo hemos hecho exactamente. Pero hemos hecho algo muy muy parecido. 

¿Y? Cómo no, no esperaba otra respuesta por su parte. Me aseguro de que mi voz sea sólo un poco más alta que un susurro cuando añado: 

Pues que Pau     me ha dicho un montón de veces que debemos ser sólo amigos, y sólo estábamos hablando, como de costumbre, pero dos segundos después la tenía a horcajadas encima de mí y teniendo un orgasmo, y Tessa ha entrado justo después, y ahora estoy en mi cuarto, y estoy hecho un manojo de nervios porque no sé qué hacer ni qué decir. 

Vaya. Y ¿Tessa os ha pillado? ¿La tía estaba montándote en una silla? En ese caso, no tiene sentido que niegues nada. Espera, ¿te la has follado en la silla de la cocina o sólo te ha montado hasta que se ha corrido? —pregunta Hardin en un tono normal y corriente, como si sus palabras no fueran tan sucias como un baño público. 

—Eh..., lo segundo. No hemos practicado el sexo, bueno, no la clase de sexo en la que algo entra dentro de algo... 

—¿En serio? —Su voz es tranquila, con cierto aire divertido—. ¿De verdad acabas de decir eso? ¿Por qué no me enseñas en una muñeca dónde te ha tocado? 

—No sé por qué te he llamado —digo, y suspiro. Me inclino hacia atrás y me quedo mirando el ventilador del techo de colores extraños. Hardin parece percibir algo en mi voz y entonces suaviza el tono. 

—Y ¿te gusta esa tía? Me refiero a que, ¿por qué, si no, iba a ser un problema que te lo hayas montado con ella? Estás soltero y ella también, ¿no? Lo medito durante un momento. ¿Estoy soltero? Sí. Dakota y yo rompimos hace meses. Pero no puedo dejar de pensar en que precisamente anoche estuvo aquí. Joder, soy un capullo. Debería decirle a Pau     que Dakota estuvo aquí. Es lo más justo. Eso es lo que haría un buen tío, y yo soy un buen tío. 

—Los dos estamos solteros. Pero Dakota estuvo aquí anoche —digo. Detesto admitirlo. No soy esa clase de tío. De verdad que no. 

—Uf. ¿Delilah también? ¿Qué cojones está pasando por ahí?
No me molesto en corregirlo respecto al nombre de Dakota. 

No lo sé, pero no se lo cuentes a Tessa. En serio, bastante tiene ya, y Pau     no quiere que Tessa se entere por nada del mundo. Lo digo de verdad. Me da igual que se desnude ante ti y te pida que se lo cuentes..., más te vale fingir que no sabes nada. 

—Si está desnuda, no te prometo nada. 

Hardin... 

—Vale, vale. No diré nada. ¿Ya has hablado con ella sobre su horario? No. Porque soy un cobarde de mierda. 

—Todavía no. Ha estado trabajando mucho últimamente. Ah, y tengo que advertirte sobre algo, pero no puedes perder los estribos. —Hago una pausa—. En serio, no puedes hacerlo. Prométeme que no los vas a perder. Prométemelo —digo en voz baja. No quiero que Tessa y Pau               me oigan marujeando sobre ellas con Hardin. 

—¿Qué? ¿Qué pasa? —pregunta él. Sé que está pensando lo peor. 

—Prométemelo —repito. Resopla con impaciencia y frustración. 

—Bien, vale, lo prometo. 

—¿Te acuerdas del camarero del lago de aquel fin de semana? ¿Cuando Tessa y tú no parabais de pelearos? 

—No nos peleábamos tanto —dice un poco a la defensiva—. Pero, sí; ¿qué pasa con él? 

—Está aquí. 

—¿En tu apartamento? —Hardin eleva la voz y empiezo a pensar que tal vez no haya sido muy buena idea contárselo ahora mismo, así. 

—No. En Nueva York. Trabajan juntos. Lo oigo suspirar, y puedo imaginarme su expresión en estos momentos. 

—¿Han estado..., ya sabes, saliendo o algo? Sacudo la cabeza, aunque él no puede verme. 

—No, qué va. Sólo quería decírtelo porque creo que, por tu bien, sería mejor que no le dieras demasiada importancia y le demostraras a Tessa que estás madurando y todo eso —sugiero. 

También porque no quiero que mi apartamento arda hasta los cimientos en la guerra entre estos dos. Aunque, por otro lado, si ardiera, lo que sucede entre Pau     y yo cada vez que estamos en la cocina dejaría de existir. 

—¿Madurando? Yo soy muy maduro. Capullo. 

—Sí, tu extenso vocabulario es una buena muestra de ello, capullo —bromeo. 

—Oye, tío, estoy orgulloso de que digas palabrotas y de que te hayas medio follado a Paomi, o Sarah, o como quiera que se vaya a llamar la semana que viene, pero espero una llamada dentro de un minuto —dice Hardin. No puedo evitar echarme a reír ante su facilidad de palabra. 

—Gracias por la ayuda —replico. Guarda silencio durante unos segundos antes de añadir: 

—Puedo llamarte después, si de verdad quieres hablar de ello. Su voz suena totalmente sincera, y me incorporo. Esto no me lo esperaba. 

—No, tranquilo. Lo que tengo que hacer es salir y dar la cara, a ver cómo está el ambiente. 

—Huele a tormenta. 

—Calla —digo, y se hace el silencio en la línea.

After Ahora y Siempre Cap 2



—Ha sobrado un montón de tarta —dice Pau     mientras se lleva un tenedor de plástico lleno a la boca. Unas migas de bizcocho y de cobertura verde caen sobre la mesa. Resulta que a Ellen no le gustan mucho los dulces. Cuando me he lamentado por no haberle llevado un ramo de flores en lugar de la tarta, ha señalado que es una adolescente y que no le gustan las flores. Pero, en serio, ¿cómo puede no gustarle la tarta? No sé qué clase de bicho raro será, pero no tengo ningún problema en comérmela yo por ella. 

A pesar de que detesta la mayoría de las cosas, ha disfrutado de nuestra compañía. Aunque intentaba no sonreír, no lo ha conseguido, y los tres lo hemos pasado bien. 

 Pau     ha cambiado el cartel de ABIERTO a CERRADO y le hemos cantado el Cumpleaños feliz. Hemos descubierto que soy un cantante pésimo. Aun desafinando y sin velas, nos hemos asegurado de hacerle saber que nos importaba que fuera su cumpleaños. Pau         ha sintonizado una emisora de música pop en la radio de su móvil y Ellen ha hablado más con ella que conmigo en todo el tiempo que la conozco. Nuestra fiesta improvisada sólo ha durado una media hora. A Ellen la ponía nerviosa que la tienda estuviera cerrada, y yo tenía la sensación de que estaba cansada de hablar de sí misma. Para mi desgracia. He comprobado con demasiada frecuencia que las personas que no quieren hablar de sí mismas son con las que más quiero hablar yo. 

—Más para nosotros —digo, y cojo otro tenedor de la encimera de la cocina y lo hundo en una esquina de la tarta. Pau        está sentada en la silla que hay a mi lado, con una rodilla apoyada en el asiento. Las pequeñas porciones de pizza de sus calcetines son estrafalarias y adorables a partes iguales. Alargo la mano y le toco la parte superior del pie con la punta del dedo. 

—¿Y esto? —le pregunto. Se lame los labios. 

—La vida es demasiado corta como para vestir calcetines aburridos. —Se encoge de hombros y se lleva el tenedor lleno de tarta a la boca. Observo mis propios calcetines, con los talones y las puntas de los dedos grises. Uf. Qué aburridos. Y encima de tubo. Ya nadie lleva calcetines de tubo. 

—¿Es el lema de tu vida? —pregunto. Ella asiente en respuesta. 

—Uno de ellos —dice con la boca llena. Se ha manchado los labios de cobertura, y desearía que estuviéramos en una comedia romántica para poder alargar la mano y limpiársela con el dedo. Ella se pondría toda sentimental, los dos sentiríamos mariposas en el estómago, y entonces se inclinaría hacia mí. 

—Tienes cobertura en los labios —digo, haciendo precisamente lo opuesto a un gesto romántico. Ella se pasa el pulgar para limpiarse, pero se le escapa precisamente esa parte. 

—¿No vas a limpiármela tú? En las películas, ésta sería la ocasión perfecta para darse un beso.

Ha pensado lo mismo que yo y, por algún motivo, me gusta el consuelo que eso me hace sentir. 

—Estaba pensando en eso. Si esto fuera una película, me inclinaría y te la limpiaría —digo sonriendo. Pau     sonríe también, con los labios aún manchados. 

—Y después te lamerías el dedo, y yo me quedaría observando cómo se separan tus labios. 

—Y yo no dejaría de mirarte —digo. 

—Yo suspiraría mientras tú te lames el dedo, sin interrumpir el contacto visual. Siento un cosquilleo en el estómago. 

—Tú tendrías mariposas en el estómago. 

—Unas mariposas furiosas y salvajes que me harían sentir que me estoy volviendo loca. —Pau me mira a los ojos. Está sonriendo, y es, sencillamente, preciosa.

 —Yo te diría que aún tienes un poco y me inclinaría de nuevo. Tu corazón latiría muy deprisa. 

—Tan deprisa que podrías oírlo. Repito sus palabras, perdido en ellas: 

—Tan deprisa que podría oírlo. Y te acariciaría la mejilla. El pecho de Pau     se hincha y se deshincha despacio. 

—Yo te lo permitiría. —Cerrarías los ojos como lo haces cada vez que te toco. Pau         parece sorprenderse cuando le digo esto, como si no fuera consciente de que lo hace. Me quedo mirando su boca mientras habla, preguntándome qué estará pensando.

—Entonces tiraría de ti hacia mí y me lamería los labios —añade a nuestro pequeño relato. Mi corazón bombea de manera tan frenética que oigo la sangre que corre por detrás de mis orejas. Inspiro hondo. Pau     se ha aproximado. Creo que ni siquiera es consciente de ello. 

—Y yo te rozaría los labios con los míos. Al principio lo haría con tanta suavidad que ni siquiera lo notarías. Después, mi lengua se abriría paso entre los tuyos y te besaría. Pau   tiene los ojos entornados y fijos en mi boca. 

—Me besarías como si nunca me hubieran besado, y probablemente nunca lo hayan hecho, no como tú lo harías. Sería como si fuera mi primer beso, aunque no lo fuese —dice con un hilo de voz, y no puedo no besarla. Me inclino más hacia ella. Apenas nos separan unos centímetros. 

—Nunca te han besado. —Ahora la tengo tan cerca que noto su aliento en mis mejillas—. No como te besaría yo. Olvidarías todos los besos anteriores al mío. Absolutamente todos. Inspiro hondo y sus labios se pegan a los míos antes de que me dé tiempo a exhalar. 

Saben a cobertura. Siento su lengua caliente en mi boca y sus manos se hunden en mi pelo con avidez. Tirándome de las raíces, me estrecha contra sí con fuerza. Con los dos pies apoyados en el suelo, rodeo su cuerpo con los brazos y la traslado de su silla a la mía. Se sienta a horcajadas sobre mi regazo. Me está besando como si nunca me hubieran besado y quiero olvidar absolutamente todos los besos anteriores a ella. Su cuerpo suave se mece contra el mío mientras me muerde el labio. Noto que se me pone dura debajo de ella, y me sorprende no sentir ni la más mínima vergüenza. Capto el momento exacto en que lo nota. Saboreo su gemido mientras rodea mi cuello con los brazos. Corrige su postura sobre mí para sentir mi roce contra ella. Sus pantalones son muy finos, y mi pantalón de chándal difícilmente oculta nada. Cuando se mece contra mí y noto cómo restriega su sexo contra mi erección, no puedo evitar
gruñir de placer. 

 Su tacto es maravilloso, incluso estando vestidos del todo. Joder, me estoy volviendo loco. Ahora me está besando el cuello. Su boca sabe muy bien dónde tiene que besar, dónde tiene que lamer, y conoce el punto exacto de mi nuca donde tiene que chupar. La agarro de las caderas y se las aprieto con suavidad, guiándola para que me roce justo donde necesito que lo haga. Se mueve de una manera tremendamente sexi. Es una diosa, simple y llanamente. Es una diosa, y yo soy un cabrón con suerte por estar aquí con ella en este mismo momento. 

 En definitiva, esta cocina tiene algo que nos vuelve locos el uno por el otro. Jamás habría pensado que la noche iba a dar este giro. Pero, desde luego, no me quejo. Pau      aparta la boca de mi cuello, deslizando todavía su sexo contra mi polla. 

—Joder, ojalá no fueras el compañero de piso de Tessa. Me chupa de nuevo la piel, y entonces se detiene. Le aprieto las caderas y habla de nuevo: —Te follaría, joder, si no fueras su compañero de piso te follaría ahora mismo. El familiar cosquilleo de un orgasmo asciende por mi espalda al oír sus palabras. Es tan sexi, y está tan abierta... Me vuelve loco. Estoy absolutamente loco por ella. 

—Podemos fingir que no lo soy —digo, medio en broma. Ella se ríe y se restriega contra mí. 

—Voy a correrme, joder, Pedro. Esto... no... cuenta... —dice con una voz gutural y sensual, y yo apenas puedo respirar mientras me monta y empuja sus caderas contra mi cuerpo. Traslado las manos a su espalda para estabilizar sus rápidos movimientos. Y , antes de poder evitarlo, me encuentro también a punto. No quiero pensar en ello, no quiero que mi mente me fastidie este momento. Sólo quiero sentirla. Sólo quiero hacer que se corra y unirme a ella en su éxtasis. 

—Yo también, yo también voy a correrme —digo contra su cuello. 

Ojalá se me diesen tan bien las palabras como a ella. La beso donde el cuello se une al hombro, sin saber muy bien qué es lo que estoy haciendo, pero el sonido que emite mientras se corre contra mí me indica que he hecho algo bien. Mi mente se queda en blanco. Ahora sólo hay sensaciones. Soy un mar de sensaciones, y a ella se le da fantásticamente bien silenciar mi cabeza, y esta sensación es maravillosa. Pau     es maravillosa, sobre mi cuerpo, y en mi mente frenética.

Cuando desciende, su cuerpo se ralentiza y su respiración se relaja. Apoya la cabeza sobre mi hombro y siento la humedad entre nuestros cuerpos, pero a ninguno de los dos parece importarnos. 

—Eso ha sido... —empieza—. Yo... De repente, el ruido de la puerta de entrada interrumpe sus palabras.

 —¿Pedro? —La voz de Tessa llega desde el otro lado del pasillo, atraviesa nuestra respiración agitada y corta de cuajo nuestros eufóricos pensamientos. 

—Mierda —masculla Paula     mientras se aparta de encima de mí de un salto y pierde el equilibrio. La agarro del codo y evito que se caiga al suelo. Me levanto, y la mirada de Paula     se dirige a mi entrepierna. Concretamente, a la mancha de humedad que hay en mi pantalón. 

—Corre —me dice, y me apresuro a ir hacia el cuarto de baño. Tessa entra en la cocina justo cuando llego al umbral y trato de salir corriendo, pero me detiene. Al menos, estoy de espaldas a ella. 

—Oye, he intentado llamarte —dice. No quiero volverme. No puedo volverme. —Era para preguntarte si podías traerme mis otros zapatos al trabajo. A alguien se le ha caído un recipiente con aderezo de ensalada sobre mis zapatos, y esta noche cierro —dice Tessa con voz tensa. No necesito mirarla para saber que está estresada, pero no me encuentro en posición de consolarla, ni a ella ni a nadie, en estos momentos. Echo un vistazo a mi alrededor en busca de algo que pueda coger para taparme y darme la vuelta, pero no hay nada aparte de una caja de cereales Lucky Charms. 

—Bueno —añade con voz más calmada—. ¿Qué hacíais? 

Cojo la caja de cereales, me cubro la entrepierna con ella y me vuelvo hacia Tessa. Su mirada se dirige directamente a la caja. La sostengo con fuerza. 

—Estábamos... —Intento buscar las excusas y las palabras adecuadas, y procuro que mis dedos nerviosos no suelten el cartón. Tessa mira a Pau     y luego vuelve a mirarme a mí. 

—Uy, vaya, ¿qué hacéis en la cocina? —pregunta con inocencia. Busco la ayuda de Pau, pero ella no dice nada. Me hundo con este barco que naufraga, y mi único aliado es el duende de la caja de cereales. 

—Pues... —empiezo, todavía sin tener ni idea de qué diablos voy a decirle. Tessa está de pie en la puerta, con unos pegotes de salsa blanca en los zapatos. No es la única que tiene manchas blancas... —Estábamos cocinando —digo, y agradezco mentalmente a Tessa que comprase la caja de tamaño familiar de Lucky Charms. 

—¿Cocinando? —Ella mira a Pau     con una expresión inescrutable. Pau         da un paso hacia adelante. 

—Sí, pollo con... —Pau me mira—. ¿Lucky Charms? —Lo dice con un tono tan vacilante que estoy convencido de que Tessa se va a dar cuenta—. Para el rebozado. ¿Como las pechugas de pollo que rebozamos con Frosties de Kellogg’s en el trabajo? Quería probar a hacerlas con Lucky Charms —explica Pau. Suena tan convincente que casi la creo y, lo que es más importante, Tessa parece hacerlo también. Pau continúa: —¿Tienes que volver al trabajo? Venga, vamos a por tus zapatos —dice, y distrae a Tessa. 

—Ahora vuelvo —les digo a las dos. Qué incómodo. ¿Por qué tiene que ser tan incómodo todo en mi vida? Agradecido de que Pau mienta mejor que yo, desaparezco por el pasillo, sin soltar la caja de cereales. 

—¿Qué le pasa? —oigo que Tessa le pregunta a Pau. No me quedo para escuchar la respuesta.

After Ahora y Siempre Cap 1

PEDRO

Sostengo en los brazos la tarta de cumpleaños de Ellen, listo para llevarla abajo. Paula está junto a la puerta, despidiéndose con la mano de Posey y de Lila. Observo cómo introduce los pies, cubiertos con sus calcetines de pizzas, en un par de deportivas blancas sencillas. 

—¿Ya estás? —le pregunto. Apoyo la tarta en la mesa roja del recibidor y ella asiente. Ha estado muy callada desde nuestra charla en el cuarto de baño, y ahora no sé cómo empezar una conversación con ella. Accedí a no intentar «arreglarla», a no presionarla para conocer sus secretos ni ayudarla a soportar su carga. Me ha advertido una y mil veces que no es buena para mí, que no puede ser lo que yo necesito que sea. ¿Cómo es eso posible, si no tengo ni idea de lo que necesito? Lo único que sé es que disfruto de su compañía y que quiero conocerla más. Me parece bien que vayamos despacio; los mejores regalos suelen ser aquellos que más se tarda en abrir.

Recojo la tarta y, sin hablar, sigo el camino hasta el ascensor y pulso el botón. El sonido del elevador mientras sube las plantas es lo único que se oye en el silencioso descansillo. 

Cuando entramos en el reducido habitáculo, Paula se sitúa lo más lejos posible de mí. Le permito que tenga su espacio e intento no mirarla mientras ella me observa. Noto sus ojos fijos en mí, pero está claro que hoy no tiene ganas de hablar. A pesar de estar sosteniendo la tarta, noto un vacío en mis brazos; es como si les faltara algo. ¿Paula, tal vez? 

Cada segundo que paso con ella tengo la sensación de estar perdiendo el control de mi propio cuerpo. Paula se lleva los dedos a la punta de la trenza y mi mirada se encuentra con la suya. El ascensor no se ha movido desde que entramos en él. Ni siquiera sabría decir cuánto tiempo hemos estado aquí de pie; parecen minutos, pero probablemente hayan sido sólo unos segundos. Me sostiene la mirada, estudiándome, intentando descifrar algo. 

«No soy yo el que tiene secretos», quiero decirle. Pienso en Dakota y en el tiempo que pasamos juntos anoche. Pienso en lo avergonzado y lo culpable que me sentí cuando fui incapaz de... cumplir. Pienso en lo mal que me sentí cuando me encontré el cuarto de baño vacío. Mi ex se había marchado por la escalera de incendios. Sólo ha pasado una noche, y aquí estoy, con Pau, deseando estar cerca de ella. Supongo que yo también tengo secretos. 

—¿Se ha averiado? —pregunta Pau, y vivo un instante de pánico al pensar que está hablando de mi polla. Cuando me doy cuenta de que se refiere al ascensor, me dan ganas de echarme a reír. 

—No lo sé. —Pulso el botón del bajo una vez más. Acto seguido, se oye un timbre y la puerta se abre y se cierra. El habitáculo empieza a moverse, y me encojo de hombros. ¿Había olvidado pulsar el botón? No lo sé.

 Cuando llegamos a la planta baja, dejo que Pau salga del ascensor primero. Su codo me roza el brazo, y me aparto para darle espacio. Siento su calor en mi piel, y, por un momento, me gustaría vivir en otra realidad. En una dimensión en la que puedo tocar y abrazar a Pau. En ese mundo, ella confía en mí y comparte conmigo partes de sí misma que nadie más ve. Ríe sin vacilar y no intenta esconder nada. Pero ese mundo imaginario perfecto se desvanece con cada silencioso paso que avanzamos por el edificio de mi apartamento. 

—No le he comprado a Ellen ningún otro regalo —recuerdo en voz alta. Pau se vuelve y reduce el paso hasta que llego a su lado. 

—Seguro que esta tarta casera y tu tiempo son un regalo más que suficiente. —Inspira—. A mí me encantaría que me hicieran un regalo así —añade, y continúa caminando. Cuando dice ese tipo de cosas, llena mi mente ya aturullada de confusión. 

—Pero ¿no decías que no te gustan los cumpleaños? —pregunto, sin esperar, pero deseando, que me dé algún tipo de explicación. Su cumpleaños es la semana que viene, pero me ha hecho prometerle que no haría nada para ella. Me está haciendo prometerle muchas cosas últimamente. Sólo la conozco desde hace unas semanas y ya le he prometido demasiado. 

—Y no me gustan. Pau abre la puerta de la calle y la sujeta para que pase. En lugar de preguntarle por qué, decido hablar de mi recuerdo de cumpleaños favorito. 

—Cuando era pequeño, mi madre siempre hacía de mi cumpleaños un gran acontecimiento. Lo celebrábamos durante toda la semana. Me preparaba mis comidas favoritas y nos quedábamos despiertos hasta tarde todas las noches. Paula me mira. Nos estamos acercando a la puerta de la tienda de la esquina. Una pareja cogida de la mano pasa por nuestro lado, y eso me lleva a preguntarme si Paula habrá tenido algún novio formal. Me saca de quicio no saber nada de esta mujer. Tiene veinticinco años. Debe de haber salido con alguien en el pasado. 

—Me preparaba cupcakes en conos de helado y los llevaba al colegio. Creía que así les caería bien a los otros niños, pero sólo hacía que se burlaran aún más de mí —le digo al recordar mi primer año de instituto, cuando nadie de mi clase tocó siquiera sus pasteles cubiertos de coloridos fideos de azúcar. Nadie excepto Dakota y Carter. De modo que los tres intentamos comernos todos los que pudimos de camino a casa para que mi madre creyera que a toda la clase le había encantado su regalo y había celebrado mi cumpleaños conmigo. 

Cuando llegamos a nuestra manzana, aún nos quedaban cinco en la bandeja. Acabamos dejándolos en un madero que había a la entrada del Territorio, una zona boscosa habitada por drogadictos y personas sin hogar; gente con estómagos vacíos y vidas vacías, y nos gustaba pensar que aquel día, al menos, habíamos alimentado a cinco de ellos. 

—Yo me habría comido uno —me dice Pau con la mirada perdida. No me da ninguna explicación de por qué detesta su propio cumpleaños, y tampoco espero que lo haga. No es por eso por lo que he compartido una parte de mi pasado con ella. Abre la puerta de la tienda haciendo sonar la campanilla. 

La sigo adentro y río cuando Ellen nos ve, tarta en mano, y se esfuerza por contener una sonrisa.

After Ahora y Siempre

PRÓLOGO
En un futuro no muy lejano...



—¿Papi? —dice una vocecita en la oscuridad de mi dormitorio. Enciendo la lámpara de noche, y mis ojos se adaptan a la repentina luz que inunda la habitación. 


—¿Qué pasa, Olivia? 

Me incorporo y, al recordar que no llevo nada puesto, me cubro con la sábana hasta el pecho. Me vuelvo para observar a mi mujer. Tiene la espalda descubierta y está durmiendo boca abajo, desparramada, como de costumbre. Olivia      se frota sus ojitos marrones con la mano. 

—No puedo dormir. 

Un inmenso alivio me invade.

 —¿Has contado ovejitas? —pregunto. Últimamente le cuesta dormir, pero intento no preocuparme mucho al respecto. El pediatra dice que no es nada, sólo que no es capaz de desconectar su mente salvaje por las noches, cosa bastante normal a su edad. Olivia   asiente. 

—Y ponis. También he contado ponis. Uno azul, uno rojo y uno amarillo muy malo.

 Intento no echarme a reír. 

—¿Un poni amarillo malo? 

—Sí. Le ha robado la galleta al poni azul. 

La madre de mi hija se mueve en sueños, pero no se despierta. Le cubro la espalda con la manta por si se diera la vuelta. Miro a mi niña, cuyos ojos son igualitos que los míos, y soy incapaz de ocultar la gracia que me hace que tenga tanta imaginación. Es muy creativa para su edad; siempre está contando historias de princesas, duendes y otros seres fantásticos. Sonriendo, alargo la mano hacia ella, que se pasa el osito de peluche al otro brazo, y me la agarra. El pobre está hecho polvo ya. Menos a la escuela, lo lleva consigo a todas partes. Algunos días incluso me lo encuentro dentro del maletín cuando llego al colegio. 

—¿Y si nos reunimos en la cocina y me cuentas qué más ha pasado? —sugiero. Asiente, y le beso la mano antes de que la deje caer a un lado. —Voy dentro de un momentito, cielo —añado para poder ponerme unos pantalones. Olivia     mira a su madre, me mira otra vez a mí y se dirige hacia la puerta. Se vuelve. 

—¿Podemos comernos una galleta mientras hablamos? —pregunta mi pequeña negociadora. Es igual que yo, le encantan los dulces. 

Miro el despertador en la mesilla de noche. Son las doce y media, y mañana tiene colegio. Como profesor suyo de primero de primaria que soy, no tendría que permitirle tomar azúcar de noche...

—Porfi, papi... 

Sé que debería ser responsable, y que no debería acceder a un subidón de azúcar seis horas antes de que tenga que despertarse para ir al colegio. Su madre me va a matar, pero sé perfectamente que ella también cedería. Esos enormes ojos marrones y el osito de peluche en el brazo me recuerdan que no será una niña eternamente. Olivia aguarda con impaciencia. 

—Cógeme una a mí también. Voy enseguida. Pero elige las dos más pequeñas del tarro —le digo. Ella sonríee, como si no hubiese dudado ni por un momento que iba a decirle que sí. —Las más pequeñas, ¿vale? —añado sonriendo a mi vez. Olivia     asiente y sale del cuarto. Me levanto y agarro mi pantalón de chándal del suelo. 

—Blandengue —dice mi mujer con voz adormilada desde la cama. Me subo los pantalones por las piernas. 

—¿Estás despierta? —pregunto con fingida sorpresa. Se da la vuelta y se coloca los brazos detrás de la cabeza, con la sábana a la altura de la cintura.

 —Claro —responde, y una sonrisa adormilada se dibuja en su preciosa cara. 

—Cobarde —la provoco. 

—Pelele. —Sonríe, y yo intento no apartar los ojos de su rostro. Si me permito admirar el pecho desnudo de mi mujer, jamás saldré de este cuarto. Una vez vestido, apoyo la rodilla en el borde de la cama, me inclino y le beso la frente con suavidad. Cuando me aparto, tiene los ojos cerrados, y sus labios forman una plácida sonrisa. Salgo del dormitorio y, cuando llego a la cocina, sorprendo a Olivia con el osito de peluche colgando de una mano y una galleta enorme en la otra. 

—Ésa no parece la galleta más pequeña. —Abro la nevera y saco la jarra de leche. Ella sonríe, y su lengua asoma entre los huecos de los dientes que se le han caído ya. Crece demasiado rápido. 

—Creía que habías dicho las más grandes —me suelta con todo el descaro del mundo.



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y el otro libro que le prometí llego .... Gracias Mariiii ...
ahora paso a aclarar algo .. en esta adaptacion, 
Landon es PEDRO y
Nora es PAULA ... 

(y en la historia anterior 
Pau es ahora Tessa y Pedro es Handrin )

una nueva historia de amor aparece, esta muy buena,,, 

domingo, 23 de octubre de 2016

After Todo por ti Cap 31



Una   mano  suave me    acaricia    la    mejilla     y     abro  los   párpados    de      golpe.      Mi    cuarto      está  tan   oscuro      que
no    distingo    la    cara  de    la    persona     que   hay   junto a     la    cama.      Normalmente,      en    una   situación   como  ésta,
me    asustaría  y    pensaría   que  es   un   apocalipsis      zombi      o    que      hay  un   Dementor   flotando   en   mi
habitación. Pero  aquí  me    siento      tan   tranquilo   que   asusta.     Es    como  si      estuviera   flotando,   mi    colchón     es
una   nube. Me    restriego   los   ojos  e     intento     que   se    adapten     a     la      oscuridad.

Los   dedos suaves      rozan mi    mejilla,    descienden  por   mi    cuello      y     se      detienen    para  acariciar   el    vello
de    mis   mejillas.

—¿Quién     está  ahí?  —pregunto   en    la    oscuridad.  La    caricia     no    cesa, se      vuelve      aún   más   suave,      las
punta de    los   dedos descienden  por   mi    cuello.     Mi    piel  se    calienta    bajo      la    misteriosa  caricia     y     extiendo
la    mano  en    busca de    una   pista para  saber de    quién se    trata.      Mis   dedos      no    atrapan     más   que   aire  y     me
tumbo de    nuevo,      decidido    a     volver      a     preguntarlo.

—¿Quién     eres?      —digo      en   voz  baja.      Siento     como si   debiera      sentir     al   menos      un   ligero     pánico
porque,     al   fin  y    al   cabo,      hay  una  extraña    en   mi   dormitorio. Pero no.  No   puedo      explicar   el   denso
manto de    relajación  que   cubre mi    cuerpo.

—Shhh —susurra    una   voz   dulce muy   cerca de    mi    oído.

Obedezco,   deseando    que   mi    mente se    sienta      tan   en    calma como  mi      cuerpo.     Asiento     y     las   yemas de
los   dedos me    hacen cosquillas  por   el    pecho,      hacia la    piel  tersa que   cubre      mis   abdominales tensos.     La
intrusa     parece      disfrutar   con   sus   delicadas   caricias.   Las   yemas de    los      dedos suben y     bajan al    ritmo de
mi    respiración.      Siento      cómo  se    me    acelera     el    pulso y     cómo  la      polla se    me    pone  dura  por   la    sombra.

La    mano  roza  levemente   mis   calzoncillos      y     me    tenso cuando      la      caricia     más   ligera      roza  la    punta
de    mi   polla      a    través     de   la   tela.      Se   retuerce   y    cosquillea  y    encorvo    los  dedos      de   los  pies cuando     la
pequeña     mano  me    la    coge. La    menea arriba      y     abajo,      me    provoca      y     yo    cierro      los   ojos  y     disfruto    de    la
sensación   que   me    pone  la    piel  de    gallina.

Vuelvo      a     extender    la    mano, necesito    tocar algo, y     siento      el      tejido      sedoso      de    su    camisón.    La    mano
libre de    la    figura      coge  la    mía   y     me    guía  hacia abajo,      hacia el      bajo  del   camisón.    Es    muy   suave y     noto
el    encaje     en   las  puntas     de   los  dedos.     Me   abre la   mano y      la   tela que  separa     mi   piel de   la   suya
desaparece. Me    lleva hacia arriba,     hacia sus   muslos,     y     no    se    detiene      hasta que   vuelvo      a     rozar encaje.

Este  encaje      está  húmedo      y     gotea a     través      de    las   hebras      trenzadas.  El    tejido      parece      mucho más   delicado
cuando      lo    acaricio    y     baña  de    rocío las   yemas temblorosas de    mis      dedos.

Un    gemido      escapa      de    mis   labios      y     de    los   suyos a     la    vez.      Me    la    menea con   fuerza      y     la    tensión     se
acumula     en    mi    vientre     y     en    mi    espalda.    Tiro  de    su    mano  para      que   se    acerque     más.  No    se    mueve de    su
sitio al   borde      de   mi   cama y    retiro     la   mano de   sus  bragas      empapadas. Suspira,   un   sonido     de
frustración muy   tentador,   y     me    suelta      la    polla.

—Ven  aquí  —le   digo  a     la    desconocida.

Me    sorprende  la   falta      de   preguntas  en   mi   mente.     No   podría      darle      mil  vueltas    a    esto ni   aun
queriendo.

Emite un    gemido      grave de    protesta.   Hay   algo  conocido    en    él    que   asoma      por   un    resquicio   de    mi
mente.      Siento      su    rodilla     en    la    cama, a     un    costado,    luego la      otra  rodilla     en    el    otro. Se    acomoda     encima
de    mí,   con   un    muslo a     cada  lado. Ahora la    veo   mejor.      Veo   el    arco      carnoso     de    sus   labios,     la    maraña      de
pelo  oscuro      ondulado.   Es    una   larga melena      que   le    cae   por   los      hombros     desnudos.   Es    ella. Lo    sabía
antes de    poder verla.

Su    cuerpo      es    aún   más   dulce que   su    voz:

—No   podía dormir.

Con   manos      tímidas,   me   permito    explorar   sus  muslos.    Piel carnosa      y    cálida     que  me   monta,     tan
suave que   noto  cómo  se    le    eriza el    vello con   el    roce  de    mis   dedos.      Se    mueve un    poco, lo    justo para
que   la    fricción    entre nuestros    cuerpos     me    vuelva      loco. Maldigo     en      voz   baja  y     me    aferro      a     sus   muslos
cuando      noto lo   mojada     que  está a    través     del  bóxer.     Está perfectamente     colocada   sobre      mi   tranca     y
quiero      que   vuelva      a     moverse.    Lo    necesito.

Con   un    ronroneo    dice:
—Te   deseo desde la    primera     vez   que   te    vi.

Asiento,    incapaz    de   articular  palabra.   Se   coloca     bien y    balancea      su   cuerpo     sobre      el   mío  lo   más
despacio    posible.    Es    una   tortura,    una   tortura     dulce y     ansiada.

Lleva las  manos      a    mi   pecho      para equilibrar su   peso sobre      mí      mientras   continúa   restregándose
contra      mi    entrepierna.

Abandono    sus  muslos     y    asciendo   por  su   pecho.     Me   detengo    en      los  tirantes   que  penden     de   sus
hombros.    Mis  dedos      se   clavan     bajo la   delgada    seda y    los  bajo, poco a    poco,      dejando    que  la   tela le
acaricie    la    piel  en    su    descenso.   Le    masajeo     los   hombros     con      suavidad,   y     cuando      echa  la    cabeza      atrás
las   puntas      de    su    pelo  rozan la    parte alta  de    mis   muslos.

De    sus   hombros     desnudos    voy   a     su    nuca  y     le    tomo  el    pulso con      el    pulgar      mientras    admiro      el    flujo
acelerado   de    su    sangre.     Se    está  moviendo    más   rápido      y     empiezo      a     marearme,   ebrio de    euforia     y     de
necesidad.  Le    acaricio    la    clavícula   y     los   pechos      henchidos.  La      torturo     arrastrando las   yemas de    los
dedos arriba      y     abajo por   su    piel, acariciándola     bajo  la    curva de    un      pecho,      luego del   otro. Gime  y     su
respiración es    fuerte,     sonora      y     ronca,      casi  visible     en    el    aire      palpable    entre nosotros.

Llevo los   índices     a     sus   pezones     y     siento      cómo  se    endurecen   con      mi    caricia.    Se    los   pellizco    entre
los   dedos y     los   retuerzo,   y     ella  me    obsequia    un    profundo    gemido.

—Landon...  —Mi   nombre      suena a     caramelo    en    sus   labios      y     quiero      saborearla.

Uso   las   piernas     para  incorporarme      y     ella  se    echa  hacia adelante,   con      sus   tetas en    mi    cara. Estrujo
una   de    ellas y     me    llevo la    otra  a     la    boca. Su    piel  sabe  a     sal      y     a     azúcar      y     está  deliciosa.

—Dios mío   —dice hundiendo   los   dedos en    mi    pelo. Me    da    un    tirón cuando      la    muerdo.

Chupo con   fuerza      y     llevo la    boca  al    otro  pecho.      Ella  sigue      restregándose     contra      mí    y     sé    que   va    a
correrse.   Si    se    corre así   no    voy   a     poder contenerme  y     quiero      estar      dentro      de    ella.

Alzo  la    vista con   la    lengua      deslizándose      sobre un    pezón.

—Quiero     follarte.

Baja  la    mirada,     sus   ojos  brillan     en    la    oscuridad.

—¿De  verdad?

Pone  las   manos entre nuestros    cuerpos     y     suelta      un    grito quedo.

—Estás      empapada    —digo expresando  en    voz   alta  sus   pensamientos.     Se    baja      las   bragas      y     su    mano
permanece   en   su   entrepierna      un   instante.  Noto que  mueve      el   brazo,      que  se   está tocando.   Me   está
volviendo   loco,      muero      de   deseo      por  esta mujer.     Está increíble      mientras   se   acaricia,  con  la   espalda
arqueada    hacia atrás y     la    boca  abierta.    Se    agacha      hacia mí    y     la      sujeto      de    las   caderas.

Antes de    que   acabe,      la    levanto     e     interrumpo  su    placer.     Me    lanza      una   mirada      asesina     y     disfruto    al
ver   la    expresión   de    su    cara. Es    de    pura  desesperación     y     hace  que      me    sienta      muy   bien  conmigo     mismo.

—Necesito   estar dentro      de    ti.   —He   pasado      del   deseo a     la    necesidad.

Mi    cuerpo      va    a     estallar    como  no    me    dé    lo    que   necesito.      Intento     imaginar    cómo  se    siente,     cómo
será  notar su    calor envolviéndome     la    polla,      llevándome  al    orgasmo.

Se    apoya en    mis   manos y     se    encarama    de    nuevo encima      de    mí,   sin      dejar que   me    resista,    sin   dejar
que   me    apetezca    siquiera.

Su    mano  se    mueve entre sus   muslos      una   vez   más   y     aparta      el      delicado    encaje      de    sus   bragas      a     un
lado. Sus   dedos juegan      con   su    coño  un    instante    y     le    cojo  la    mano.      Me    la    llevo a     la    boca, mi    lengua      se
muere por   probarla.

Entiende    lo    que   quiero      y     me    mete  dos   dedos entre los   labios.     Los      encuentro   con   la    lengua      y     chupo
las   yemas,      saboreando  su    dulzor.

Sin   vacilar,    vuelvo      a     cogerla     de    las   caderas     y     le    mordisqueo      los   dedos antes de    tumbarla    sobre la
cama. Grita cuando      su    cuerpo      cae   encima      del   colchón.    Llevo mis   manos      a     sus   rodillas    y     la    abro  de
piernas.    Me    coloco      entre sus   muslos      y     bajo  la    cara  hacia su      entrepierna.      La    huelo;      el    perfume     de    su
deseo es    fuerte      y     llena la    habitación. Se    revuelve,   ansiosa     y      excitada,   y     siento      que   nunca he    deseado
nada  tanto en    mi    vida. Mis   dedos tiran del   encaje      que   la    cubre y     le      bajo  las   bragas.
Le    doy   un    lametón     y     siento      su    clítoris    hinchado    palpitando      contra      mi    lengua.     Me    agarra      del   pelo  y
tira  con   fuerza.     Rodeo sus   caderas     con   los   brazos      y     me    la      acerco      más.

Su    voz   es    una   bocanada    que   brota del   mohín de    sus   labios.

—Por  favor,      Landon.     Por   favor...

Acaricio    con   el    dedo  allí  donde ella  desea tener mi    boca. Le    soplo la    piel      sedosa      y     se    estremece.

Sus   piernas     tiemblan    en    mis   brazos.

—No   puedo soportarlo  más   —gime tirándome   del   pelo.

Me    baja  la    cabeza      y     abro  la    boca, chupándole  el    clítoris    mientras      ella  me    tira  del   pelo  y     me    clava
las   uñas  en    los   hombros.

A     los   pocos segundos    su    cuerpo      se    tensa.      Estira      las   piernas      y     los   pies  mientras    repite      mi    nombre.

No    quiero      que   pare.

Gime  y     jadea y     me    empapa      la    boca.

—Ha   sido...     uau...      —no   puede ni    hablar.

Levanto     la    cabeza      y     con   ternura     la    beso  justo debajo      del      ombligo.    Apoyo la    cabeza      en    su    vientre     y
espero      que   su    respiración vuelva      a     la    normalidad.

Cuando      se    ha    recuperado  un    poco, tira  de    mis   brazos,     me    incorporo      y     me    arrodillo   delante     de    ella
en    la    cama. Se    levanta;    con   la    mirada      salvaje     y     el    camisón      colgando    de    los   hombros     deja  sus   pechos
al    descubierto para  mí.   La    habitación  sigue a     oscuras,    pero  la    veo   cada      vez   mejor...

Sus   manos empujan     mi    pecho y     me    tumbo hacia atrás.      Mi    cabeza      descansa    en    los   almohadones del
cabezal.    Tiene las   manos calientes   cuando      me    baja  el    bóxer y     se      arrodilla   entre mis   muslos.     La    tengo
tan   dura  que   no    puedo pensar      en    otra  cosa  que   no    sea   meterle     la      polla en    la    boca.

Se    agacha     y    casi me   corro      cuando     la   veo  relamerse  mientras      mira mi   tranca.    Es   preciosa.  Tan
bonita      que   todavía     tengo su    sabor en    mi    lengua.     Sopla para  torturarme      y     me    río   con   dulzura.    Me    callo
en    cuanto      su    lengua      me    toca  el    glande      y     lame  las   gotitas      que   se    han   acumulado   en    él.

—Sigue      —le   suplico,    igual que   ella  ha    hecho antes.      Sin   aliento.      Expectante.

Su    cálida     boca y    sus  labios     suaves     me   envuelven. Observo    fascinado   cómo desaparezco      en   su
garganta.   Emite un    sonido      similar     a     una   arcada      y     le    acaricio      el    hombro,     pero  no    se    detiene.    Se    la    mete
más   en    la    boca, sus   labios      apretados   contra      mí.

A     los  pocos      segundos   siento     la   tensión    acumulándose     en   mi      espina     dorsal.    Es   mucho      más  que
placentero. Nunca había sentido     nada  parecido.

—Me   corro      —susurro   entre      dientes.   Mis  dedos      se   aferran    a      las  sábanas    y    ella le   da   pequeños
besos a     mi    polla cuando      se    la    saca  de    la    boca.

—Te   quiero      dentro      de    mí    —exige      con   ternura     mirándome   a     los      ojos.

Me    doy   cuenta      de    que   no    la    he    besado      desde que   me    ha      despertado  en    mitad de    la    noche.

Acorto      la    distancia   entre nosotros    y     le    cubro la    boca  con   la    mía.      Traga saliva      y     su    pecho sube  y
baja  a     tal   velocidad   que   da    la    impresión   de    que   va    a     correrse      otra  vez   sin   que   la    toque siquiera.   Cojo
sus   labios      con   los   míos  y     la    siento      en    mi    regazo.     Me    monta      a     horcajadas  de    nuevo y     yo    busco la    tela
de    su    camisón,    se    lo    quito y     lo    tiro  al    suelo.

La    densa melena      oscura      cae   sobre sus   hombros.    La    coloco      encima      de    mí.   Me    preparo     y     siento      lo
mojada      que  está.      No   lo   dudo un   segundo,   la   necesito   y    la      necesito   ya.  Mi   polla      se   desliza    en   su
interior    y     los   dos   exhalamos   una   bocanada    de    aire  que   parece      llevar      mil   años  esperando   salir.

Está  tan   prieta      que   me    tiemblan    las   manos cuando      la    abrazo      y      la    acerco      más   a     mí.   Se    levanta,    lo
justo para volver     a    caerme     encima.    Vuelve     a    levantarse y    a      dejarse    caer,      con  la   cabeza     hacia      atrás
mientras    me    monta.      Le    aprieto     el    culo  y     la    atraigo     hacia mí,      ayudándola  a     subir y     a     bajar.

Tiene la    boca  abierta     y     le    muerdo      el    labio interior.   Me    lame  la      boca  y     sus   manos se    aferran     a     mi
nuca. Me   besa como si   fuera      su   primera    vez. Al   principio  es   lenta y    tímida,    pero se   vuelve     más
atrevida    y     apasionada  con   cada  una   de    mis   embestidas. Me    chupa,      me      muerde,     me    besa  y     me    lame.

—Eres increíble   —digo dentro      de    su    boca.

Sonríe      sin   separar     sus   labios      de    los   míos.

—Voy  a     correrme,   voy...      —No   puedo ni    acabar      la    frase.

La    presión     va    en    aumento     y     ella  se    mueve cada  vez   más   rápido.      Su    cuerpo      se    funde con   el    mío
con   cada  movimiento. Busco su    entrepierna y     la    acaricio    imitando    el      movimiento  de    sus   dedos que
tanto parecía     gustarle.

Abre  la    boca  del   todo  y     mis   labios      descienden  a     su    barbilla.   Trazo      un    sendero     de    besos en    su    piel
húmeda.     Tengo el    pecho bañado      en    sudor y     siento      sus   suaves      tetas      entre nosotros.

Le    beso  el    cuello      y     lo    chupo hasta llegar      a     la    base  de    su      garganta.   Podría      pasarme     el    día   entero
besándola.  Tiene un    cuerpazo    increíble,  suave y     precioso.

Cuando      me    corro,      se    me    pone  la    mente en    blanco,     me    mareo y      floto y     tengo los   pies  en    la    tierra,
todo  a     la    vez.  La    oigo  pronunciar  mi    nombre,     es    un    suave gemido      que   llena la    habitación  y     sus   manos
aprietan    mis   bíceps      en    cuanto      se    corre en    mi    polla.

Termino     dentro     de   ella,      apretando  sus  muslos     con  las  manos,      sin  aire en   los  pulmones.  Está
jadeando    y     deja  caer  la    cabeza      y     los   brazos      laxos sobre mis      hombros.    Me    vuelvo      para  besarla     en    el
hombro.     Mis   dedos dibujan     la    curva de    su    columna     y     ella  suspira      y     hunde la    cabeza      en    mi    cuello.

Los   segundos   se   tornan     minutos    y    creo que  podría     quedarme   así      horas,     incluso    años.      Con  ella
desnuda     y     sudorosa    pegada      a     mi    cuerpo,     con   la    cabeza      escondida   en    mi    cuello.

Alza  levemente   la    cabeza      y     lleva la    boca  a     mi    oído:

—Vas  a    llegar     tarde.     —Sus labios     capturan   el   lóbulo     de   mi      oreja      y    me   lo   mordisquea con
cuidado.

El    placer      recorre     mi    cuerpo.

—No   ha   sonado     tu   despertador.     —Me  hace cosquillas al   hablar     y      la   aparto     un   poco para poder
mirarla.
Acabamos    de    echar un    polvazo     de    aúpa. ¿Por  qué   me    está  hablando    del      despertador y     de    que   llego
tarde?      ¿Tarde      a     qué?  Estamos     en    mitad de    la    noche,      no    tengo      nada  que   hacer a     estas horas.

—Landon     —dice y     debo  de    estar volviéndome loco  porque      juraría     que   su      cuerpo      pesa  cada  vez
menos entre mis   brazos.

Me    aparto      de    la    figura      que   se    desvanece...


Y     cuando      abro  los   ojos  de    nuevo,      mi    habitación  está  llena de    luz.      En    mi    cuarto      brilla      la    luz   del   sol
y     Pau   está  junto a     mi    cama, con   una   mano  en    mi    hombro.

—Llevo      por  lo   menos      dos  minutos    intentando despertarte      —dice      a    toda velocidad—.      Estaba     a
punto de    echarte     un    vaso  de    agua  en    la    cara.

Con   los   dedos coge  un    pellizco    imaginario  de    aire  para  indicarme   lo    poco      que   le    ha    faltado.

Miro  a     mi    alrededor,  sin   saber dónde estoy.      Es    por   la    mañana      y      mi    cama  está  vacía,      lo    único que
hay   en    ella  son   las   almohadas   y     una   manta de    La    guerra      de    las      galaxias    que   me    regaló      mi    tía   Reese
las   navidades  pasadas.   No   sé   cómo explicarle que  por  mucho      que  me      guste      leer y    me   interesen  las
frikadas,   no    estoy obsesionado con   La    guerra      de    las   galaxias.   Lo      cierto      es    que   ni    siquiera    la    he    visto.

Siempre     he    querido     hacerlo,    sólo  que   no    he    tenido      tiempo.     No      soy   de    ésos  a     quienes     puede gustarles
una   cosa  sin   obsesionarse.     Necesito    poder dedicarle   tiempo      y     energía      a     la    vida  de    La    guerra     de   las
galaxias    y     no    creo  que   eso   vaya  a     pasar,      por   lo    menos no    en      los   próximos    meses.

Si    ni    siquiera    he    visto Juego de    Tronos.     Me    avergüenza  admitirlo,  pero      trabajo     mucho y     estudio
aún   más.  Repito:     necesito    estar cien  por   cien  seguro      de    que   voy   a      poder dedicarme   a     la    serie antes de
ver   el    primer      episodio.

—¿Dónde     está  Nora? —No   quería      preguntarlo,      pero  lo    pregunto.

Pau   me    mira  con   cara  de    sospecha    y     confusión.

—¿Qué?

Meneo la    cabeza.
—Nada.      No    sé    por   qué...      —Dejo colgando    la    frase antes de    ponerme      aún   más   en    evidencia.

—Está en    la    cocina      —contesta   Pau   y     da    media vuelta.     Veo   la      sonrisa     burlona     que   se    le    dibuja      en
la    cara  antes de    salir de    la    habitación.

Me    tumbo      en   la   cama,      entre      humillado  y    confuso.   Joder,      el   sueño      parecía    tan  real...    Quería     que
fuera real. Nora  ha    estado...   Dios, ha    sido  la    perfección  hecha mujer.      La      sensación   de    su    cuerpo      en    el
mío,  su    sabor...    Mi    nombre      deslizándose      por   su    lengua      bastaba      para  hacerme     enloquecer, para  hacer
enloquecer  a     cualquiera.

¿Cómo es   posible    que  un   sueño      parezca    tan  real?      Me   quito      la   manta      y    me   siento     en   la   cama.

Tengo el    bóxer húmedo.     Ay,   no.   Vuelvo      a     coger la    manta para  tapar el      desastre.

¿Qué  clase      de   hechizo    me   ha   hecho      esa  mujer?     No   sé   cómo      he   podido     correrme   en   sueños,
imaginarme  algo  que   parecía     tan   real, cuando      la    verdad      es    que   ha      sido  todo  cosa  de    mi    mente,      que   se
burlaba     de    mí.

Oigo  risas en    la    cocina      y     me    pongo de    pie   con   la    manta enrollada      alrededor   de    la    cintura.    Llevo
el    pecho      al   descubierto      y    juro que  puedo      sentir     las  manos de   Nora explorando mi   torso,     igual      que
mis   sentidos    juran que   eso   es    justo lo    que   ha    pasado.

Sólo  que   no    ha    pasado.     Mi    mente me    odia  y     disfruta    torturándome.      Cierro      la    puerta      de    mi    cuarto,
me    quito el    bóxer y     lo    tiro  a     la    cesta de    la    ropa  sucia.      Tomo      nota  mental      de    que   no    debo  dejar que
Pau   me   lave la   ropa esta noche.     Recuerdo   las  palabras   de   Pau  en      boca de   Nora,      esas que  han
atravesado  mi    sueño:

—Vas  a     llegar      tarde —ha   dicho.

«¿Tarde     a     qué?  ¿Qué  día   es    hoy?»

Madre mía,  el    sueño me    ha    dejado      tonto.      La    realidad    da    asco.

Cojo  un    bóxer limpio      del   primer      cajón de    la    cómoda      y     me    lo      pongo.      Busco una   camiseta    en    el
cajón de    al    lado. El    cuerpo      desnudo     de    Nora  se    va    borrando    de      mi    mente e     intento     aferrarme   a     cada
uno   de    los   detalles    de    mi    sueño.      Empiezo     a     olvidarlos, mucho más      rápido      de    lo    que   me    gustaría.

La    realidad    da    mucho mucho asco.

Miro  la    hora  en    el    móvil.      Son   las   ocho  y     veinte.     Hoy   es... ¿Qué      día   es    hoy?  Deslizo     el    dedo  por   la
pantalla    para  buscar      el    calendario. Es    sábado.     Abro  ese   día   para  ver      si    hay   algo  anotado.

La    palabra     trabajo     aparece     de    nueve a     tres.

Por   primera     vez   desde que   empecé      a     trabajar    en    Grind,      no    me      apetece     ir.   Podría      llamar      y     decir
que   estoy enfermo,    o     inventarme  una   larga lista de    detalladas  mentiras,   como      hace  Aiden cuando      está
de    resaca.     Me    lo    quito de    la    cabeza      al    instante.   Posey o     Jan      tendrían    que   ir    a     trabajar    para  cubrirme.   Sé
que   Aiden no    es    capaz de    aguantar    un    turno en    solitario   y     no      podría      vivir con   mi    conciencia  si    me
escaqueara  del   trabajo.    ¿Qué  excusa      iba   a     ponerles?

«Chicos,    lo    siento,     he    tenido      un    sueño húmedo      sobre una   amiga de      mi    compañera   de    piso  y     no
puedo salir de    la    cama  porque      quiero      pasarme     el    día   haciéndome      pajas.»

Creo  que   no    se    lo    tomarían    bien. Me    pongo unos  pantalones  cortos      antes      de    salir al    pasillo.    Ya
apenas      recuerdo    el    cuerpo      desnudo     de    Nora  en    mi    sueño,      pero      jamás olvidaré    lo    que   me    ha    hecho
sentir,     fuera o     no    fuera real.

Cuando      cierro      la    puerta      de    mi    habitación, mi    hombro      tropieza      con   algo. Con   alguien.

—Lo   siento     —espeto,   la   vista      fija en   Nora,      que  está de   pie      en   el   pasillo.   Noto el   calor      que  se
acumula     en    mis   mejillas    y     no    puedo mirarla     a     la    cara.

—No   es    nada, aunque      has   estado      a     punto de    tirarme     al    suelo.      —Sonríe     e     imágenes    de    sus   labios
entreabiertos     de    placer      mientras    me    montaba     llenan      mi    mente.

«Despierta, Landon.»

Se    me    está  poniendo    dura  y     llevo pantalones  cortos.     Coloco      las   manos      con   disimulo    sobre mis
partes,     rezando     para  que   no    se    dé    cuenta.

—Sólo venía a     ver   cómo  estabas.    Pau   dice  que   normalmente te    despiertas  antes      de    las   ocho  los
sábados.    —Se   lame  los   labios      y     no    sé    si    quiero      reírme      o      llorar.

Qué   tortura.    Me    muero sólo  con   ver   cómo  mueve la    boca.

—Cierto.    Gracias     —dice mi    estúpida    boca.

Ladea la    cabeza      y     estudia     mi    cara.

—¿Estás     bien? —me   pregunta.

Asiento     como  un    poseso.

—Sí,  sí.   Estoy bien. ¡He   de    irme! —exclamo    con   voz   aguda y     ella  frunce      el    ceño  con   expresión
divertida.

—Vale...    —dice arrastrando la    última      vocal.      Está  claro que   cree  que   me      falta un    tornillo.

—Sí.  En   fin, te   sueño      luego      —digo      al   pasar      junto      a      ella,      tieso      como un   palo,      para poder      ir   al
baño.

«Mierda.»

—Es   decir,      te    veo   luego.      No    te    sueño...

Mi    boca  traicionera está  que   se    sale.

Nora  se    vuelve      y     me    mira  fijamente   y     yo    no    consigo     cerrar      el    pico.

—¿Te  sueño luego?      —Me   echo  a     reír—.      No    sé    ni    lo    que   me    digo.

Hago  una   pausa que   se    me    antoja      una   eternidad   y,    por   alguna      razón,      no    soporto     el    silencio    entre
ella  y     yo.

Para  mi    espanto     y     horror,     sigo  soltando    perlas      sin   sentido.

—No   significa   nada. Nada  de    nada.

Recorro     su   cuerpo     con  la   mirada.    Lleva      unos pantalones de   deporte     que  no   podrían    ser  ni   más
cortos      ni   más  ajustados  y    una  camiseta   negra      con  la   cabeza      de   un   gatito     estampada  y    debajo,    en
amarillo,   la    frase «MAÚLLAME». La    camiseta    es    muy   mona, pero  yo    sólo  puedo      pensar      en    que   su    voz
sonaba      como  un    dulce ronroneo    mientras    me    la    tiraba      en    mi    cama.

«En   mi    sueño»,     tengo que   obligarme   a     recordar.

—¿Seguro    que   estás bien? —me   pregunta    Nora  intentando  establecer  contacto      visual      conmigo.

Asiento     otra  vez,  mientras    trato de    calcular    desesperadamente  cuánto      me      queda para  estar a     salvo
en    el    baño.

—Sí,  sí.   —Vuelvo     a     pasar junto a     ella  y     abro  la    puerta      del      cuarto      de    baño. Una   vez   dentro,     apoyo
la    espalda     en    la    puerta      y     me    tomo  un    segundo     para  recobrar      el    aliento.

Necesito    una   ducha fría. Ahora mismo.




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hasta aca llego este libro. en breve esta saliendo la segunda parte. a tener paciencia