miércoles, 12 de abril de 2017

After Ahora y Siempre Cap 3



En mi dormitorio impera el silencio. De repente, el cuarto se me hace muy pequeño. ¿O quizá soy yo el que se siente pequeño después de otro momento embarazoso con Pau? Esta vez ha sido algo mejor, porque ambos hemos compartido la escena incómoda. 

La hemos provocado. Todavía siento su cuerpo contra el mío, moviéndose con necesidad, con determinación. Oigo sus gemidos en mi oído y noto su cálido aliento en mi piel. Ahora hace calor en la habitación. Demasiado. Me aparto de la puerta y me dirijo a la ventana. Mi escritorio está hecho un desastre, con pilas de libros y post-it por toda la superficie de madera. Bueno, es de IKEA y cuesta menos de cien pavos, así que lo más probable es que no sea «madera» de verdad. Doy unos golpecitos con el dedo sobre la oscura supuesta madera y suena hueco. Sabía que no era auténtica. 

Me tiemblan los dedos cuando cuelo la mano por debajo de la persiana para abrir la ventana. El alféizar está cubierto de pintura desconchada y de polvo. Hay incluso una mosca muerta. Tessa se horrorizaría si lo viera. Me anoto mentalmente que tengo que limpiarlo esta semana. Tiro de la testaruda madera y, por fin, se abre. La levanto más y dejo que los tranquilos sonidos de la ciudad inunden mi dormitorio. Me encanta el nivel de ruido de Brooklyn. 


Se oyen coches y, por lo general, las voces de los viandantes, pero nada demasiado exagerado. Alguna vez se oye el claxon de algún taxi, pero nada comparado con el ruido de Manhattan. Nunca entenderé por qué pitan tanto. ¿De verdad cree la gente que pitando va a mejorar en algo el tráfico? Lo único que consiguen con ese gesto tan grosero es cabrear a los demás y generar más tensión. 

Estos pensamientos aleatorios están consiguiendo alejar mi mente de lo que Pau     y yo acabamos de hacer. Bueno, no ahora que estoy pensando en ello de nuevo. ¿Cómo hemos pasado de idear una escena de película a montárnoslo en una silla? Me quito los pantalones y los calzoncillos y los meto en la cesta de la ropa sucia, que está junto a la puerta del armario. Me cambio de ropa y me siento en el borde de la cama, cerca de la ventana. Tengo el teléfono cargando en la mesilla de noche. Lo cojo. Hardin responde al segundo tono. 

Es demasiado tarde para convencerme de que no vaya. Estaré allí este viernes —son las primeras palabras que salen de su boca. Pongo los ojos en blanco. 

—Hola, estoy bien —digo—. Gracias por preguntar. 

—Vale. ¿En qué puedo ayudarte en esta noche tan agradable? —pregunta él gritando por encima del estridente alarido de la alarma de un coche que suena de fondo.

—En nada. Me está pasando algo muy raro... —No sé cómo explicar lo que sucede ni por qué he llamado a Hardin para hablar de ello. Se echa a reír. 

—Vas a tener que explicarme mucho más que eso. Suspiro al teléfono y escucho a mi alrededor. Oigo levemente las voces de Tessa y de Pau     en la cocina. 

Bien, ¿te acuerdas de Pau, la amiga de Tessa? Bueno, cuando tú la conociste se llamaba Sophia, pero Tessa dice que le gusta que sus amigos la llamen Pau. Bueno, supongo que ninguno de los dos nombres te dirá nada así, de primeras. Hardin guarda silencio durante un instante. Me pregunto si habré hablado demasiado alto. No distingo nada de lo que están diciendo las chicas, así que espero que ellas me oigan todavía menos a mí. 

—Sí, creo que sí. 

—Vale, pues acabamos de hacerlo. —Tiro de la correa de la persiana para subirla—. Bueno, supongo que no lo hemos hecho exactamente. Pero hemos hecho algo muy muy parecido. 

¿Y? Cómo no, no esperaba otra respuesta por su parte. Me aseguro de que mi voz sea sólo un poco más alta que un susurro cuando añado: 

Pues que Pau     me ha dicho un montón de veces que debemos ser sólo amigos, y sólo estábamos hablando, como de costumbre, pero dos segundos después la tenía a horcajadas encima de mí y teniendo un orgasmo, y Tessa ha entrado justo después, y ahora estoy en mi cuarto, y estoy hecho un manojo de nervios porque no sé qué hacer ni qué decir. 

Vaya. Y ¿Tessa os ha pillado? ¿La tía estaba montándote en una silla? En ese caso, no tiene sentido que niegues nada. Espera, ¿te la has follado en la silla de la cocina o sólo te ha montado hasta que se ha corrido? —pregunta Hardin en un tono normal y corriente, como si sus palabras no fueran tan sucias como un baño público. 

—Eh..., lo segundo. No hemos practicado el sexo, bueno, no la clase de sexo en la que algo entra dentro de algo... 

—¿En serio? —Su voz es tranquila, con cierto aire divertido—. ¿De verdad acabas de decir eso? ¿Por qué no me enseñas en una muñeca dónde te ha tocado? 

—No sé por qué te he llamado —digo, y suspiro. Me inclino hacia atrás y me quedo mirando el ventilador del techo de colores extraños. Hardin parece percibir algo en mi voz y entonces suaviza el tono. 

—Y ¿te gusta esa tía? Me refiero a que, ¿por qué, si no, iba a ser un problema que te lo hayas montado con ella? Estás soltero y ella también, ¿no? Lo medito durante un momento. ¿Estoy soltero? Sí. Dakota y yo rompimos hace meses. Pero no puedo dejar de pensar en que precisamente anoche estuvo aquí. Joder, soy un capullo. Debería decirle a Pau     que Dakota estuvo aquí. Es lo más justo. Eso es lo que haría un buen tío, y yo soy un buen tío. 

—Los dos estamos solteros. Pero Dakota estuvo aquí anoche —digo. Detesto admitirlo. No soy esa clase de tío. De verdad que no. 

—Uf. ¿Delilah también? ¿Qué cojones está pasando por ahí?
No me molesto en corregirlo respecto al nombre de Dakota. 

No lo sé, pero no se lo cuentes a Tessa. En serio, bastante tiene ya, y Pau     no quiere que Tessa se entere por nada del mundo. Lo digo de verdad. Me da igual que se desnude ante ti y te pida que se lo cuentes..., más te vale fingir que no sabes nada. 

—Si está desnuda, no te prometo nada. 

Hardin... 

—Vale, vale. No diré nada. ¿Ya has hablado con ella sobre su horario? No. Porque soy un cobarde de mierda. 

—Todavía no. Ha estado trabajando mucho últimamente. Ah, y tengo que advertirte sobre algo, pero no puedes perder los estribos. —Hago una pausa—. En serio, no puedes hacerlo. Prométeme que no los vas a perder. Prométemelo —digo en voz baja. No quiero que Tessa y Pau               me oigan marujeando sobre ellas con Hardin. 

—¿Qué? ¿Qué pasa? —pregunta él. Sé que está pensando lo peor. 

—Prométemelo —repito. Resopla con impaciencia y frustración. 

—Bien, vale, lo prometo. 

—¿Te acuerdas del camarero del lago de aquel fin de semana? ¿Cuando Tessa y tú no parabais de pelearos? 

—No nos peleábamos tanto —dice un poco a la defensiva—. Pero, sí; ¿qué pasa con él? 

—Está aquí. 

—¿En tu apartamento? —Hardin eleva la voz y empiezo a pensar que tal vez no haya sido muy buena idea contárselo ahora mismo, así. 

—No. En Nueva York. Trabajan juntos. Lo oigo suspirar, y puedo imaginarme su expresión en estos momentos. 

—¿Han estado..., ya sabes, saliendo o algo? Sacudo la cabeza, aunque él no puede verme. 

—No, qué va. Sólo quería decírtelo porque creo que, por tu bien, sería mejor que no le dieras demasiada importancia y le demostraras a Tessa que estás madurando y todo eso —sugiero. 

También porque no quiero que mi apartamento arda hasta los cimientos en la guerra entre estos dos. Aunque, por otro lado, si ardiera, lo que sucede entre Pau     y yo cada vez que estamos en la cocina dejaría de existir. 

—¿Madurando? Yo soy muy maduro. Capullo. 

—Sí, tu extenso vocabulario es una buena muestra de ello, capullo —bromeo. 

—Oye, tío, estoy orgulloso de que digas palabrotas y de que te hayas medio follado a Paomi, o Sarah, o como quiera que se vaya a llamar la semana que viene, pero espero una llamada dentro de un minuto —dice Hardin. No puedo evitar echarme a reír ante su facilidad de palabra. 

—Gracias por la ayuda —replico. Guarda silencio durante unos segundos antes de añadir: 

—Puedo llamarte después, si de verdad quieres hablar de ello. Su voz suena totalmente sincera, y me incorporo. Esto no me lo esperaba. 

—No, tranquilo. Lo que tengo que hacer es salir y dar la cara, a ver cómo está el ambiente. 

—Huele a tormenta. 

—Calla —digo, y se hace el silencio en la línea.

After Ahora y Siempre Cap 2



—Ha sobrado un montón de tarta —dice Pau     mientras se lleva un tenedor de plástico lleno a la boca. Unas migas de bizcocho y de cobertura verde caen sobre la mesa. Resulta que a Ellen no le gustan mucho los dulces. Cuando me he lamentado por no haberle llevado un ramo de flores en lugar de la tarta, ha señalado que es una adolescente y que no le gustan las flores. Pero, en serio, ¿cómo puede no gustarle la tarta? No sé qué clase de bicho raro será, pero no tengo ningún problema en comérmela yo por ella. 

A pesar de que detesta la mayoría de las cosas, ha disfrutado de nuestra compañía. Aunque intentaba no sonreír, no lo ha conseguido, y los tres lo hemos pasado bien. 

 Pau     ha cambiado el cartel de ABIERTO a CERRADO y le hemos cantado el Cumpleaños feliz. Hemos descubierto que soy un cantante pésimo. Aun desafinando y sin velas, nos hemos asegurado de hacerle saber que nos importaba que fuera su cumpleaños. Pau         ha sintonizado una emisora de música pop en la radio de su móvil y Ellen ha hablado más con ella que conmigo en todo el tiempo que la conozco. Nuestra fiesta improvisada sólo ha durado una media hora. A Ellen la ponía nerviosa que la tienda estuviera cerrada, y yo tenía la sensación de que estaba cansada de hablar de sí misma. Para mi desgracia. He comprobado con demasiada frecuencia que las personas que no quieren hablar de sí mismas son con las que más quiero hablar yo. 

—Más para nosotros —digo, y cojo otro tenedor de la encimera de la cocina y lo hundo en una esquina de la tarta. Pau        está sentada en la silla que hay a mi lado, con una rodilla apoyada en el asiento. Las pequeñas porciones de pizza de sus calcetines son estrafalarias y adorables a partes iguales. Alargo la mano y le toco la parte superior del pie con la punta del dedo. 

—¿Y esto? —le pregunto. Se lame los labios. 

—La vida es demasiado corta como para vestir calcetines aburridos. —Se encoge de hombros y se lleva el tenedor lleno de tarta a la boca. Observo mis propios calcetines, con los talones y las puntas de los dedos grises. Uf. Qué aburridos. Y encima de tubo. Ya nadie lleva calcetines de tubo. 

—¿Es el lema de tu vida? —pregunto. Ella asiente en respuesta. 

—Uno de ellos —dice con la boca llena. Se ha manchado los labios de cobertura, y desearía que estuviéramos en una comedia romántica para poder alargar la mano y limpiársela con el dedo. Ella se pondría toda sentimental, los dos sentiríamos mariposas en el estómago, y entonces se inclinaría hacia mí. 

—Tienes cobertura en los labios —digo, haciendo precisamente lo opuesto a un gesto romántico. Ella se pasa el pulgar para limpiarse, pero se le escapa precisamente esa parte. 

—¿No vas a limpiármela tú? En las películas, ésta sería la ocasión perfecta para darse un beso.

Ha pensado lo mismo que yo y, por algún motivo, me gusta el consuelo que eso me hace sentir. 

—Estaba pensando en eso. Si esto fuera una película, me inclinaría y te la limpiaría —digo sonriendo. Pau     sonríe también, con los labios aún manchados. 

—Y después te lamerías el dedo, y yo me quedaría observando cómo se separan tus labios. 

—Y yo no dejaría de mirarte —digo. 

—Yo suspiraría mientras tú te lames el dedo, sin interrumpir el contacto visual. Siento un cosquilleo en el estómago. 

—Tú tendrías mariposas en el estómago. 

—Unas mariposas furiosas y salvajes que me harían sentir que me estoy volviendo loca. —Pau me mira a los ojos. Está sonriendo, y es, sencillamente, preciosa.

 —Yo te diría que aún tienes un poco y me inclinaría de nuevo. Tu corazón latiría muy deprisa. 

—Tan deprisa que podrías oírlo. Repito sus palabras, perdido en ellas: 

—Tan deprisa que podría oírlo. Y te acariciaría la mejilla. El pecho de Pau     se hincha y se deshincha despacio. 

—Yo te lo permitiría. —Cerrarías los ojos como lo haces cada vez que te toco. Pau         parece sorprenderse cuando le digo esto, como si no fuera consciente de que lo hace. Me quedo mirando su boca mientras habla, preguntándome qué estará pensando.

—Entonces tiraría de ti hacia mí y me lamería los labios —añade a nuestro pequeño relato. Mi corazón bombea de manera tan frenética que oigo la sangre que corre por detrás de mis orejas. Inspiro hondo. Pau     se ha aproximado. Creo que ni siquiera es consciente de ello. 

—Y yo te rozaría los labios con los míos. Al principio lo haría con tanta suavidad que ni siquiera lo notarías. Después, mi lengua se abriría paso entre los tuyos y te besaría. Pau   tiene los ojos entornados y fijos en mi boca. 

—Me besarías como si nunca me hubieran besado, y probablemente nunca lo hayan hecho, no como tú lo harías. Sería como si fuera mi primer beso, aunque no lo fuese —dice con un hilo de voz, y no puedo no besarla. Me inclino más hacia ella. Apenas nos separan unos centímetros. 

—Nunca te han besado. —Ahora la tengo tan cerca que noto su aliento en mis mejillas—. No como te besaría yo. Olvidarías todos los besos anteriores al mío. Absolutamente todos. Inspiro hondo y sus labios se pegan a los míos antes de que me dé tiempo a exhalar. 

Saben a cobertura. Siento su lengua caliente en mi boca y sus manos se hunden en mi pelo con avidez. Tirándome de las raíces, me estrecha contra sí con fuerza. Con los dos pies apoyados en el suelo, rodeo su cuerpo con los brazos y la traslado de su silla a la mía. Se sienta a horcajadas sobre mi regazo. Me está besando como si nunca me hubieran besado y quiero olvidar absolutamente todos los besos anteriores a ella. Su cuerpo suave se mece contra el mío mientras me muerde el labio. Noto que se me pone dura debajo de ella, y me sorprende no sentir ni la más mínima vergüenza. Capto el momento exacto en que lo nota. Saboreo su gemido mientras rodea mi cuello con los brazos. Corrige su postura sobre mí para sentir mi roce contra ella. Sus pantalones son muy finos, y mi pantalón de chándal difícilmente oculta nada. Cuando se mece contra mí y noto cómo restriega su sexo contra mi erección, no puedo evitar
gruñir de placer. 

 Su tacto es maravilloso, incluso estando vestidos del todo. Joder, me estoy volviendo loco. Ahora me está besando el cuello. Su boca sabe muy bien dónde tiene que besar, dónde tiene que lamer, y conoce el punto exacto de mi nuca donde tiene que chupar. La agarro de las caderas y se las aprieto con suavidad, guiándola para que me roce justo donde necesito que lo haga. Se mueve de una manera tremendamente sexi. Es una diosa, simple y llanamente. Es una diosa, y yo soy un cabrón con suerte por estar aquí con ella en este mismo momento. 

 En definitiva, esta cocina tiene algo que nos vuelve locos el uno por el otro. Jamás habría pensado que la noche iba a dar este giro. Pero, desde luego, no me quejo. Pau      aparta la boca de mi cuello, deslizando todavía su sexo contra mi polla. 

—Joder, ojalá no fueras el compañero de piso de Tessa. Me chupa de nuevo la piel, y entonces se detiene. Le aprieto las caderas y habla de nuevo: —Te follaría, joder, si no fueras su compañero de piso te follaría ahora mismo. El familiar cosquilleo de un orgasmo asciende por mi espalda al oír sus palabras. Es tan sexi, y está tan abierta... Me vuelve loco. Estoy absolutamente loco por ella. 

—Podemos fingir que no lo soy —digo, medio en broma. Ella se ríe y se restriega contra mí. 

—Voy a correrme, joder, Pedro. Esto... no... cuenta... —dice con una voz gutural y sensual, y yo apenas puedo respirar mientras me monta y empuja sus caderas contra mi cuerpo. Traslado las manos a su espalda para estabilizar sus rápidos movimientos. Y , antes de poder evitarlo, me encuentro también a punto. No quiero pensar en ello, no quiero que mi mente me fastidie este momento. Sólo quiero sentirla. Sólo quiero hacer que se corra y unirme a ella en su éxtasis. 

—Yo también, yo también voy a correrme —digo contra su cuello. 

Ojalá se me diesen tan bien las palabras como a ella. La beso donde el cuello se une al hombro, sin saber muy bien qué es lo que estoy haciendo, pero el sonido que emite mientras se corre contra mí me indica que he hecho algo bien. Mi mente se queda en blanco. Ahora sólo hay sensaciones. Soy un mar de sensaciones, y a ella se le da fantásticamente bien silenciar mi cabeza, y esta sensación es maravillosa. Pau     es maravillosa, sobre mi cuerpo, y en mi mente frenética.

Cuando desciende, su cuerpo se ralentiza y su respiración se relaja. Apoya la cabeza sobre mi hombro y siento la humedad entre nuestros cuerpos, pero a ninguno de los dos parece importarnos. 

—Eso ha sido... —empieza—. Yo... De repente, el ruido de la puerta de entrada interrumpe sus palabras.

 —¿Pedro? —La voz de Tessa llega desde el otro lado del pasillo, atraviesa nuestra respiración agitada y corta de cuajo nuestros eufóricos pensamientos. 

—Mierda —masculla Paula     mientras se aparta de encima de mí de un salto y pierde el equilibrio. La agarro del codo y evito que se caiga al suelo. Me levanto, y la mirada de Paula     se dirige a mi entrepierna. Concretamente, a la mancha de humedad que hay en mi pantalón. 

—Corre —me dice, y me apresuro a ir hacia el cuarto de baño. Tessa entra en la cocina justo cuando llego al umbral y trato de salir corriendo, pero me detiene. Al menos, estoy de espaldas a ella. 

—Oye, he intentado llamarte —dice. No quiero volverme. No puedo volverme. —Era para preguntarte si podías traerme mis otros zapatos al trabajo. A alguien se le ha caído un recipiente con aderezo de ensalada sobre mis zapatos, y esta noche cierro —dice Tessa con voz tensa. No necesito mirarla para saber que está estresada, pero no me encuentro en posición de consolarla, ni a ella ni a nadie, en estos momentos. Echo un vistazo a mi alrededor en busca de algo que pueda coger para taparme y darme la vuelta, pero no hay nada aparte de una caja de cereales Lucky Charms. 

—Bueno —añade con voz más calmada—. ¿Qué hacíais? 

Cojo la caja de cereales, me cubro la entrepierna con ella y me vuelvo hacia Tessa. Su mirada se dirige directamente a la caja. La sostengo con fuerza. 

—Estábamos... —Intento buscar las excusas y las palabras adecuadas, y procuro que mis dedos nerviosos no suelten el cartón. Tessa mira a Pau     y luego vuelve a mirarme a mí. 

—Uy, vaya, ¿qué hacéis en la cocina? —pregunta con inocencia. Busco la ayuda de Pau, pero ella no dice nada. Me hundo con este barco que naufraga, y mi único aliado es el duende de la caja de cereales. 

—Pues... —empiezo, todavía sin tener ni idea de qué diablos voy a decirle. Tessa está de pie en la puerta, con unos pegotes de salsa blanca en los zapatos. No es la única que tiene manchas blancas... —Estábamos cocinando —digo, y agradezco mentalmente a Tessa que comprase la caja de tamaño familiar de Lucky Charms. 

—¿Cocinando? —Ella mira a Pau     con una expresión inescrutable. Pau         da un paso hacia adelante. 

—Sí, pollo con... —Pau me mira—. ¿Lucky Charms? —Lo dice con un tono tan vacilante que estoy convencido de que Tessa se va a dar cuenta—. Para el rebozado. ¿Como las pechugas de pollo que rebozamos con Frosties de Kellogg’s en el trabajo? Quería probar a hacerlas con Lucky Charms —explica Pau. Suena tan convincente que casi la creo y, lo que es más importante, Tessa parece hacerlo también. Pau continúa: —¿Tienes que volver al trabajo? Venga, vamos a por tus zapatos —dice, y distrae a Tessa. 

—Ahora vuelvo —les digo a las dos. Qué incómodo. ¿Por qué tiene que ser tan incómodo todo en mi vida? Agradecido de que Pau mienta mejor que yo, desaparezco por el pasillo, sin soltar la caja de cereales. 

—¿Qué le pasa? —oigo que Tessa le pregunta a Pau. No me quedo para escuchar la respuesta.

After Ahora y Siempre Cap 1

PEDRO

Sostengo en los brazos la tarta de cumpleaños de Ellen, listo para llevarla abajo. Paula está junto a la puerta, despidiéndose con la mano de Posey y de Lila. Observo cómo introduce los pies, cubiertos con sus calcetines de pizzas, en un par de deportivas blancas sencillas. 

—¿Ya estás? —le pregunto. Apoyo la tarta en la mesa roja del recibidor y ella asiente. Ha estado muy callada desde nuestra charla en el cuarto de baño, y ahora no sé cómo empezar una conversación con ella. Accedí a no intentar «arreglarla», a no presionarla para conocer sus secretos ni ayudarla a soportar su carga. Me ha advertido una y mil veces que no es buena para mí, que no puede ser lo que yo necesito que sea. ¿Cómo es eso posible, si no tengo ni idea de lo que necesito? Lo único que sé es que disfruto de su compañía y que quiero conocerla más. Me parece bien que vayamos despacio; los mejores regalos suelen ser aquellos que más se tarda en abrir.

Recojo la tarta y, sin hablar, sigo el camino hasta el ascensor y pulso el botón. El sonido del elevador mientras sube las plantas es lo único que se oye en el silencioso descansillo. 

Cuando entramos en el reducido habitáculo, Paula se sitúa lo más lejos posible de mí. Le permito que tenga su espacio e intento no mirarla mientras ella me observa. Noto sus ojos fijos en mí, pero está claro que hoy no tiene ganas de hablar. A pesar de estar sosteniendo la tarta, noto un vacío en mis brazos; es como si les faltara algo. ¿Paula, tal vez? 

Cada segundo que paso con ella tengo la sensación de estar perdiendo el control de mi propio cuerpo. Paula se lleva los dedos a la punta de la trenza y mi mirada se encuentra con la suya. El ascensor no se ha movido desde que entramos en él. Ni siquiera sabría decir cuánto tiempo hemos estado aquí de pie; parecen minutos, pero probablemente hayan sido sólo unos segundos. Me sostiene la mirada, estudiándome, intentando descifrar algo. 

«No soy yo el que tiene secretos», quiero decirle. Pienso en Dakota y en el tiempo que pasamos juntos anoche. Pienso en lo avergonzado y lo culpable que me sentí cuando fui incapaz de... cumplir. Pienso en lo mal que me sentí cuando me encontré el cuarto de baño vacío. Mi ex se había marchado por la escalera de incendios. Sólo ha pasado una noche, y aquí estoy, con Pau, deseando estar cerca de ella. Supongo que yo también tengo secretos. 

—¿Se ha averiado? —pregunta Pau, y vivo un instante de pánico al pensar que está hablando de mi polla. Cuando me doy cuenta de que se refiere al ascensor, me dan ganas de echarme a reír. 

—No lo sé. —Pulso el botón del bajo una vez más. Acto seguido, se oye un timbre y la puerta se abre y se cierra. El habitáculo empieza a moverse, y me encojo de hombros. ¿Había olvidado pulsar el botón? No lo sé.

 Cuando llegamos a la planta baja, dejo que Pau salga del ascensor primero. Su codo me roza el brazo, y me aparto para darle espacio. Siento su calor en mi piel, y, por un momento, me gustaría vivir en otra realidad. En una dimensión en la que puedo tocar y abrazar a Pau. En ese mundo, ella confía en mí y comparte conmigo partes de sí misma que nadie más ve. Ríe sin vacilar y no intenta esconder nada. Pero ese mundo imaginario perfecto se desvanece con cada silencioso paso que avanzamos por el edificio de mi apartamento. 

—No le he comprado a Ellen ningún otro regalo —recuerdo en voz alta. Pau se vuelve y reduce el paso hasta que llego a su lado. 

—Seguro que esta tarta casera y tu tiempo son un regalo más que suficiente. —Inspira—. A mí me encantaría que me hicieran un regalo así —añade, y continúa caminando. Cuando dice ese tipo de cosas, llena mi mente ya aturullada de confusión. 

—Pero ¿no decías que no te gustan los cumpleaños? —pregunto, sin esperar, pero deseando, que me dé algún tipo de explicación. Su cumpleaños es la semana que viene, pero me ha hecho prometerle que no haría nada para ella. Me está haciendo prometerle muchas cosas últimamente. Sólo la conozco desde hace unas semanas y ya le he prometido demasiado. 

—Y no me gustan. Pau abre la puerta de la calle y la sujeta para que pase. En lugar de preguntarle por qué, decido hablar de mi recuerdo de cumpleaños favorito. 

—Cuando era pequeño, mi madre siempre hacía de mi cumpleaños un gran acontecimiento. Lo celebrábamos durante toda la semana. Me preparaba mis comidas favoritas y nos quedábamos despiertos hasta tarde todas las noches. Paula me mira. Nos estamos acercando a la puerta de la tienda de la esquina. Una pareja cogida de la mano pasa por nuestro lado, y eso me lleva a preguntarme si Paula habrá tenido algún novio formal. Me saca de quicio no saber nada de esta mujer. Tiene veinticinco años. Debe de haber salido con alguien en el pasado. 

—Me preparaba cupcakes en conos de helado y los llevaba al colegio. Creía que así les caería bien a los otros niños, pero sólo hacía que se burlaran aún más de mí —le digo al recordar mi primer año de instituto, cuando nadie de mi clase tocó siquiera sus pasteles cubiertos de coloridos fideos de azúcar. Nadie excepto Dakota y Carter. De modo que los tres intentamos comernos todos los que pudimos de camino a casa para que mi madre creyera que a toda la clase le había encantado su regalo y había celebrado mi cumpleaños conmigo. 

Cuando llegamos a nuestra manzana, aún nos quedaban cinco en la bandeja. Acabamos dejándolos en un madero que había a la entrada del Territorio, una zona boscosa habitada por drogadictos y personas sin hogar; gente con estómagos vacíos y vidas vacías, y nos gustaba pensar que aquel día, al menos, habíamos alimentado a cinco de ellos. 

—Yo me habría comido uno —me dice Pau con la mirada perdida. No me da ninguna explicación de por qué detesta su propio cumpleaños, y tampoco espero que lo haga. No es por eso por lo que he compartido una parte de mi pasado con ella. Abre la puerta de la tienda haciendo sonar la campanilla. 

La sigo adentro y río cuando Ellen nos ve, tarta en mano, y se esfuerza por contener una sonrisa.

After Ahora y Siempre

PRÓLOGO
En un futuro no muy lejano...



—¿Papi? —dice una vocecita en la oscuridad de mi dormitorio. Enciendo la lámpara de noche, y mis ojos se adaptan a la repentina luz que inunda la habitación. 


—¿Qué pasa, Olivia? 

Me incorporo y, al recordar que no llevo nada puesto, me cubro con la sábana hasta el pecho. Me vuelvo para observar a mi mujer. Tiene la espalda descubierta y está durmiendo boca abajo, desparramada, como de costumbre. Olivia      se frota sus ojitos marrones con la mano. 

—No puedo dormir. 

Un inmenso alivio me invade.

 —¿Has contado ovejitas? —pregunto. Últimamente le cuesta dormir, pero intento no preocuparme mucho al respecto. El pediatra dice que no es nada, sólo que no es capaz de desconectar su mente salvaje por las noches, cosa bastante normal a su edad. Olivia   asiente. 

—Y ponis. También he contado ponis. Uno azul, uno rojo y uno amarillo muy malo.

 Intento no echarme a reír. 

—¿Un poni amarillo malo? 

—Sí. Le ha robado la galleta al poni azul. 

La madre de mi hija se mueve en sueños, pero no se despierta. Le cubro la espalda con la manta por si se diera la vuelta. Miro a mi niña, cuyos ojos son igualitos que los míos, y soy incapaz de ocultar la gracia que me hace que tenga tanta imaginación. Es muy creativa para su edad; siempre está contando historias de princesas, duendes y otros seres fantásticos. Sonriendo, alargo la mano hacia ella, que se pasa el osito de peluche al otro brazo, y me la agarra. El pobre está hecho polvo ya. Menos a la escuela, lo lleva consigo a todas partes. Algunos días incluso me lo encuentro dentro del maletín cuando llego al colegio. 

—¿Y si nos reunimos en la cocina y me cuentas qué más ha pasado? —sugiero. Asiente, y le beso la mano antes de que la deje caer a un lado. —Voy dentro de un momentito, cielo —añado para poder ponerme unos pantalones. Olivia     mira a su madre, me mira otra vez a mí y se dirige hacia la puerta. Se vuelve. 

—¿Podemos comernos una galleta mientras hablamos? —pregunta mi pequeña negociadora. Es igual que yo, le encantan los dulces. 

Miro el despertador en la mesilla de noche. Son las doce y media, y mañana tiene colegio. Como profesor suyo de primero de primaria que soy, no tendría que permitirle tomar azúcar de noche...

—Porfi, papi... 

Sé que debería ser responsable, y que no debería acceder a un subidón de azúcar seis horas antes de que tenga que despertarse para ir al colegio. Su madre me va a matar, pero sé perfectamente que ella también cedería. Esos enormes ojos marrones y el osito de peluche en el brazo me recuerdan que no será una niña eternamente. Olivia aguarda con impaciencia. 

—Cógeme una a mí también. Voy enseguida. Pero elige las dos más pequeñas del tarro —le digo. Ella sonríee, como si no hubiese dudado ni por un momento que iba a decirle que sí. —Las más pequeñas, ¿vale? —añado sonriendo a mi vez. Olivia     asiente y sale del cuarto. Me levanto y agarro mi pantalón de chándal del suelo. 

—Blandengue —dice mi mujer con voz adormilada desde la cama. Me subo los pantalones por las piernas. 

—¿Estás despierta? —pregunto con fingida sorpresa. Se da la vuelta y se coloca los brazos detrás de la cabeza, con la sábana a la altura de la cintura.

 —Claro —responde, y una sonrisa adormilada se dibuja en su preciosa cara. 

—Cobarde —la provoco. 

—Pelele. —Sonríe, y yo intento no apartar los ojos de su rostro. Si me permito admirar el pecho desnudo de mi mujer, jamás saldré de este cuarto. Una vez vestido, apoyo la rodilla en el borde de la cama, me inclino y le beso la frente con suavidad. Cuando me aparto, tiene los ojos cerrados, y sus labios forman una plácida sonrisa. Salgo del dormitorio y, cuando llego a la cocina, sorprendo a Olivia con el osito de peluche colgando de una mano y una galleta enorme en la otra. 

—Ésa no parece la galleta más pequeña. —Abro la nevera y saco la jarra de leche. Ella sonríe, y su lengua asoma entre los huecos de los dientes que se le han caído ya. Crece demasiado rápido. 

—Creía que habías dicho las más grandes —me suelta con todo el descaro del mundo.



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y el otro libro que le prometí llego .... Gracias Mariiii ...
ahora paso a aclarar algo .. en esta adaptacion, 
Landon es PEDRO y
Nora es PAULA ... 

(y en la historia anterior 
Pau es ahora Tessa y Pedro es Handrin )

una nueva historia de amor aparece, esta muy buena,,,