Una mano suave me acaricia la mejilla y abro los párpados de golpe. Mi cuarto está tan oscuro que
no distingo la cara de la persona que hay junto a la cama. Normalmente, en una situación como ésta,
me
asustaría y pensaría que es un apocalipsis
zombi o que hay un
Dementor flotando en
mi
habitación. Pero aquí me siento tan tranquilo que asusta. Es como si estuviera flotando, mi colchón es
una nube. Me restriego los ojos e intento que se adapten a la oscuridad.
Los dedos suaves rozan mi mejilla, descienden por mi cuello y se detienen para acariciar el vello
de mis mejillas.
—¿Quién está ahí? —pregunto en la oscuridad. La caricia no cesa, se vuelve aún más suave, las
punta de los dedos descienden por mi cuello. Mi piel se calienta bajo la misteriosa caricia y extiendo
la mano en busca de una pista para saber de quién se trata. Mis dedos no atrapan más que aire y me
tumbo de nuevo, decidido a volver a preguntarlo.
—¿Quién
eres? —digo en voz baja.
Siento como si debiera sentir
al menos un ligero pánico
porque,
al fin
y al
cabo, hay una extraña en
mi dormitorio. Pero no. No
puedo explicar el
denso
manto de relajación que cubre mi cuerpo.
—Shhh —susurra una voz dulce muy cerca de mi oído.
Obedezco, deseando que mi mente se sienta tan en calma como mi cuerpo. Asiento y las yemas de
los dedos me hacen cosquillas por el pecho, hacia la piel tersa que cubre mis abdominales tensos. La
intrusa parece disfrutar con sus delicadas caricias. Las yemas de los dedos suben y bajan al ritmo de
mi respiración. Siento cómo se me acelera el pulso y cómo la polla se me pone dura por la sombra.
La mano roza levemente mis calzoncillos y me tenso cuando la caricia más ligera roza la punta
de
mi polla a través de
la tela. Se retuerce y
cosquillea y encorvo los dedos
de los
pies cuando la
pequeña mano me la coge. La menea arriba y abajo, me provoca y yo cierro los ojos y disfruto de la
sensación que me pone la piel de gallina.
Vuelvo a extender la mano, necesito tocar algo, y siento el tejido sedoso de su camisón. La mano
libre de la figura coge la mía y me guía hacia abajo, hacia el bajo del camisón. Es muy suave y noto
el
encaje en las puntas de
los dedos. Me abre la
mano y
la tela
que separa mi piel de la suya
desaparece. Me lleva hacia arriba, hacia sus muslos, y no se detiene hasta que vuelvo a rozar encaje.
Este encaje está húmedo y gotea a través de las hebras trenzadas. El tejido parece mucho más delicado
cuando lo acaricio y baña de rocío las yemas temblorosas de mis dedos.
Un gemido escapa de mis labios y de los suyos a la vez. Me la menea con fuerza y la tensión se
acumula en mi vientre y en mi espalda. Tiro de su mano para que se acerque más. No se mueve de su
sitio
al borde de mi cama y retiro
la mano
de sus
bragas empapadas. Suspira,
un sonido de
frustración muy tentador, y me suelta la polla.
—Ven aquí —le digo a la desconocida.
Me
sorprende la falta de preguntas
en mi
mente. No podría darle mil
vueltas a esto ni aun
queriendo.
Emite un gemido grave de protesta. Hay algo conocido en él que asoma por un resquicio de mi
mente. Siento su rodilla en la cama, a un costado, luego la otra rodilla en el otro. Se acomoda encima
de mí, con un muslo a cada lado. Ahora la veo mejor. Veo el arco carnoso de sus labios, la maraña de
pelo oscuro ondulado. Es una larga melena que le cae por los hombros desnudos. Es ella. Lo sabía
antes de poder verla.
Su cuerpo es aún más dulce que su voz:
—No podía dormir.
Con
manos tímidas, me
permito explorar sus
muslos. Piel carnosa y cálida
que me
monta, tan
suave que noto cómo se le eriza el vello con el roce de mis dedos. Se mueve un poco, lo justo para
que la fricción entre nuestros cuerpos me vuelva loco. Maldigo en voz baja y me aferro a sus muslos
cuando
noto lo
mojada que está a través
del bóxer. Está perfectamente colocada
sobre mi tranca y
quiero que vuelva a moverse. Lo necesito.
Con un ronroneo dice:
—Te deseo desde la primera vez que te vi.
Asiento,
incapaz de articular palabra. Se coloca bien
y balancea su cuerpo sobre
el mío
lo más
despacio posible. Es una tortura, una tortura dulce y ansiada.
Lleva
las manos a mi pecho
para equilibrar su peso sobre
mí mientras continúa restregándose
contra mi entrepierna.
Abandono
sus muslos y asciendo por
su pecho. Me detengo en
los tirantes que penden de
sus
hombros.
Mis dedos se clavan bajo
la delgada seda y los
bajo, poco a poco, dejando
que la
tela le
acaricie la piel en su descenso. Le masajeo los hombros con suavidad, y cuando echa la cabeza atrás
las puntas de su pelo rozan la parte alta de mis muslos.
De sus hombros desnudos voy a su nuca y le tomo el pulso con el pulgar mientras admiro el flujo
acelerado de su sangre. Se está moviendo más rápido y empiezo a marearme, ebrio de euforia y de
necesidad. Le acaricio la clavícula y los pechos henchidos. La torturo arrastrando las yemas de los
dedos arriba y abajo por su piel, acariciándola bajo la curva de un pecho, luego del otro. Gime y su
respiración es fuerte, sonora y ronca, casi visible en el aire palpable entre nosotros.
Llevo los índices a sus pezones y siento cómo se endurecen con mi caricia. Se los pellizco entre
los dedos y los retuerzo, y ella me obsequia un profundo gemido.
—Landon... —Mi nombre suena a caramelo en sus labios y quiero saborearla.
Uso las piernas para incorporarme y ella se echa hacia adelante, con sus tetas en mi cara. Estrujo
una de ellas y me llevo la otra a la boca. Su piel sabe a sal y a azúcar y está deliciosa.
—Dios mío —dice hundiendo los dedos en mi pelo. Me da un tirón cuando la muerdo.
Chupo con fuerza y llevo la boca al otro pecho. Ella sigue restregándose contra mí y sé que va a
correrse. Si se corre así no voy a poder contenerme y quiero estar dentro de ella.
Alzo la vista con la lengua deslizándose sobre un pezón.
—Quiero follarte.
Baja la mirada, sus ojos brillan en la oscuridad.
—¿De verdad?
Pone las manos entre nuestros cuerpos y suelta un grito quedo.
—Estás empapada —digo expresando en voz alta sus pensamientos. Se baja las bragas y su mano
permanece
en su
entrepierna un instante.
Noto que
mueve el brazo, que se
está tocando. Me está
volviendo
loco, muero de deseo por
esta mujer. Está increíble mientras
se acaricia, con la espalda
arqueada hacia atrás y la boca abierta. Se agacha hacia mí y la sujeto de las caderas.
Antes de que acabe, la levanto e interrumpo su placer. Me lanza una mirada asesina y disfruto al
ver la expresión de su cara. Es de pura desesperación y hace que me sienta muy bien conmigo mismo.
—Necesito estar dentro de ti. —He pasado del deseo a la necesidad.
Mi cuerpo va a estallar como no me dé lo que necesito. Intento imaginar cómo se siente, cómo
será notar su calor envolviéndome la polla, llevándome al orgasmo.
Se apoya en mis manos y se encarama de nuevo encima de mí, sin dejar que me resista, sin dejar
que me apetezca siquiera.
Su mano se mueve entre sus muslos una vez más y aparta el delicado encaje de sus bragas a un
lado. Sus dedos juegan con su coño un instante y le cojo la mano. Me la llevo a la boca, mi lengua se
muere por probarla.
Entiende lo que quiero y me mete dos dedos entre los labios. Los encuentro con la lengua y chupo
las yemas, saboreando su dulzor.
Sin vacilar, vuelvo a cogerla de las caderas y le mordisqueo los dedos antes de tumbarla sobre la
cama. Grita cuando su cuerpo cae encima del colchón. Llevo mis manos a sus rodillas y la abro de
piernas. Me coloco entre sus muslos y bajo la cara hacia su entrepierna. La huelo; el perfume de su
deseo es fuerte y llena la habitación. Se revuelve, ansiosa y excitada, y siento que nunca he deseado
nada tanto en mi vida. Mis dedos tiran del encaje que la cubre y le bajo las bragas.
Le doy un lametón y siento su clítoris hinchado palpitando contra mi lengua. Me agarra del pelo y
tira con fuerza. Rodeo sus caderas con los brazos y me la acerco más.
Su voz es una bocanada que brota del mohín de sus labios.
—Por favor, Landon. Por favor...
Acaricio con el dedo allí donde ella desea tener mi boca. Le soplo la piel sedosa y se estremece.
Sus piernas tiemblan en mis brazos.
—No puedo soportarlo más —gime tirándome del pelo.
Me baja la cabeza y abro la boca, chupándole el clítoris mientras ella me tira del pelo y me clava
las uñas en los hombros.
A los pocos segundos su cuerpo se tensa. Estira las piernas y los pies mientras repite mi nombre.
No quiero que pare.
Gime y jadea y me empapa la boca.
—Ha sido... uau... —no puede ni hablar.
Levanto la cabeza y con ternura la beso justo debajo del ombligo. Apoyo la cabeza en su vientre y
espero que su respiración vuelva a la normalidad.
Cuando se ha recuperado un poco, tira de mis brazos, me incorporo y me arrodillo delante de ella
en la cama. Se levanta; con la mirada salvaje y el camisón colgando de los hombros deja sus pechos
al descubierto para mí. La habitación sigue a oscuras, pero la veo cada vez mejor...
Sus manos empujan mi pecho y me tumbo hacia atrás. Mi cabeza descansa en los almohadones del
cabezal. Tiene las manos calientes cuando me baja el bóxer y se arrodilla entre mis muslos. La tengo
tan dura que no puedo pensar en otra cosa que no sea meterle la polla en la boca.
Se
agacha y casi me corro
cuando la veo relamerse mientras
mira mi
tranca. Es preciosa. Tan
bonita que todavía tengo su sabor en mi lengua. Sopla para torturarme y me río con dulzura. Me callo
en cuanto su lengua me toca el glande y lame las gotitas que se han acumulado en él.
—Sigue —le suplico, igual que ella ha hecho antes. Sin aliento. Expectante.
Su
cálida boca y sus labios
suaves me envuelven. Observo fascinado
cómo desaparezco en su
garganta. Emite un sonido similar a una arcada y le acaricio el hombro, pero no se detiene. Se la mete
más en la boca, sus labios apretados contra mí.
A
los pocos segundos siento la
tensión acumulándose en
mi espina dorsal. Es mucho
más que
placentero. Nunca había sentido nada parecido.
—Me
corro —susurro entre
dientes. Mis dedos se aferran
a las sábanas y ella
le da
pequeños
besos a mi polla cuando se la saca de la boca.
—Te quiero dentro de mí —exige con ternura mirándome a los ojos.
Me doy cuenta de que no la he besado desde que me ha despertado en mitad de la noche.
Acorto la distancia entre nosotros y le cubro la boca con la mía. Traga saliva y su pecho sube y
baja a tal velocidad que da la impresión de que va a correrse otra vez sin que la toque siquiera. Cojo
sus labios con los míos y la siento en mi regazo. Me monta a horcajadas de nuevo y yo busco la tela
de su camisón, se lo quito y lo tiro al suelo.
La densa melena oscura cae sobre sus hombros. La coloco encima de mí. Me preparo y siento lo
mojada
que está. No lo dudo
un segundo, la necesito y
la necesito ya. Mi polla
se desliza en su
interior y los dos exhalamos una bocanada de aire que parece llevar mil años esperando salir.
Está tan prieta que me tiemblan las manos cuando la abrazo y la acerco más a mí. Se levanta, lo
justo
para volver a caerme encima.
Vuelve a levantarse y a
dejarse caer, con la cabeza
hacia atrás
mientras me monta. Le aprieto el culo y la atraigo hacia mí, ayudándola a subir y a bajar.
Tiene la boca abierta y le muerdo el labio interior. Me lame la boca y sus manos se aferran a mi
nuca.
Me besa
como si
fuera su primera vez. Al
principio es lenta y tímida,
pero se
vuelve más
atrevida y apasionada con cada una de mis embestidas. Me chupa, me muerde, me besa y me lame.
—Eres increíble —digo dentro de su boca.
Sonríe sin separar sus labios de los míos.
—Voy a correrme, voy... —No puedo ni acabar la frase.
La presión va en aumento y ella se mueve cada vez más rápido. Su cuerpo se funde con el mío
con cada movimiento. Busco su entrepierna y la acaricio imitando el movimiento de sus dedos que
tanto parecía gustarle.
Abre la boca del todo y mis labios descienden a su barbilla. Trazo un sendero de besos en su piel
húmeda. Tengo el pecho bañado en sudor y siento sus suaves tetas entre nosotros.
Le beso el cuello y lo chupo hasta llegar a la base de su garganta. Podría pasarme el día entero
besándola. Tiene un cuerpazo increíble, suave y precioso.
Cuando me corro, se me pone la mente en blanco, me mareo y floto y tengo los pies en la tierra,
todo a la vez. La oigo pronunciar mi nombre, es un suave gemido que llena la habitación y sus manos
aprietan mis bíceps en cuanto se corre en mi polla.
Termino
dentro de ella, apretando sus
muslos con las manos, sin
aire en
los pulmones. Está
jadeando y deja caer la cabeza y los brazos laxos sobre mis hombros. Me vuelvo para besarla en el
hombro. Mis dedos dibujan la curva de su columna y ella suspira y hunde la cabeza en mi cuello.
Los
segundos se tornan minutos y
creo que
podría quedarme así
horas, incluso años. Con ella
desnuda y sudorosa pegada a mi cuerpo, con la cabeza escondida en mi cuello.
Alza levemente la cabeza y lleva la boca a mi oído:
—Vas
a llegar tarde. —Sus labios
capturan el lóbulo de mi
oreja y me lo mordisquea
con
cuidado.
El placer recorre mi cuerpo.
—No
ha sonado tu despertador. —Me
hace cosquillas al hablar y
la aparto un poco para
poder
mirarla.
Acabamos de echar un polvazo de aúpa. ¿Por qué me está hablando del despertador y de que llego
tarde? ¿Tarde a qué? Estamos en mitad de la noche, no tengo nada que hacer a estas horas.
—Landon —dice y debo de estar volviéndome loco porque juraría que su cuerpo pesa cada vez
menos entre mis brazos.
Me aparto de la figura que se desvanece...
Y cuando abro los ojos de nuevo, mi habitación está llena de luz. En mi cuarto brilla la luz del sol
y Pau está junto a mi cama, con una mano en mi hombro.
—Llevo
por lo
menos dos minutos intentando despertarte
—dice a toda velocidad—. Estaba
a
punto de echarte un vaso de agua en la cara.
Con los dedos coge un pellizco imaginario de aire para indicarme lo poco que le ha faltado.
Miro a mi alrededor, sin saber dónde estoy. Es por la mañana y mi cama está vacía, lo único que
hay en ella son las almohadas y una manta de La guerra de las galaxias que me regaló mi tía Reese
las
navidades pasadas. No
sé cómo
explicarle que por mucho que
me guste leer y me
interesen las
frikadas, no estoy obsesionado con La guerra de las galaxias. Lo cierto es que ni siquiera la he visto.
Siempre he querido hacerlo, sólo que no he tenido tiempo. No soy de ésos a quienes puede gustarles
una cosa sin obsesionarse. Necesito poder dedicarle tiempo y energía a la vida de La
guerra de las
galaxias y no creo que eso vaya a pasar, por lo menos no en los próximos meses.
Si ni siquiera he visto Juego de Tronos. Me avergüenza admitirlo, pero trabajo mucho y estudio
aún más. Repito: necesito estar cien por cien seguro de que voy a poder dedicarme a la serie antes de
ver el primer episodio.
—¿Dónde está Nora? —No quería preguntarlo, pero lo pregunto.
Pau me mira con cara de sospecha y confusión.
—¿Qué?
Meneo la cabeza.
—Nada. No sé por qué... —Dejo colgando la frase antes de ponerme aún más en evidencia.
—Está en la cocina —contesta Pau y da media vuelta. Veo la sonrisa burlona que se le dibuja en
la cara antes de salir de la habitación.
Me
tumbo en la cama, entre
humillado y confuso. Joder, el
sueño parecía tan real... Quería
que
fuera real. Nora ha estado... Dios, ha sido la perfección hecha mujer. La sensación de su cuerpo en el
mío, su sabor... Mi nombre deslizándose por su lengua bastaba para hacerme enloquecer, para hacer
enloquecer a cualquiera.
¿Cómo
es posible que un sueño
parezca tan real? Me quito
la manta y me siento
en la
cama.
Tengo el bóxer húmedo. Ay, no. Vuelvo a coger la manta para tapar el desastre.
¿Qué
clase de hechizo me ha
hecho esa mujer? No sé
cómo he podido correrme en
sueños,
imaginarme algo que parecía tan real, cuando la verdad es que ha sido todo cosa de mi mente, que se
burlaba de mí.
Oigo risas en la cocina y me pongo de pie con la manta enrollada alrededor de la cintura. Llevo
el
pecho al descubierto y juro
que puedo sentir las manos
de Nora
explorando mi torso, igual que
mis sentidos juran que eso es justo lo que ha pasado.
Sólo que no ha pasado. Mi mente me odia y disfruta torturándome. Cierro la puerta de mi cuarto,
me quito el bóxer y lo tiro a la cesta de la ropa sucia. Tomo nota mental de que no debo dejar que
Pau
me lave
la ropa
esta noche. Recuerdo las palabras
de Pau
en boca de Nora, esas
que han
atravesado mi sueño:
—Vas a llegar tarde —ha dicho.
«¿Tarde a qué? ¿Qué día es hoy?»
Madre mía, el sueño me ha dejado tonto. La realidad da asco.
Cojo un bóxer limpio del primer cajón de la cómoda y me lo pongo. Busco una camiseta en el
cajón de al lado. El cuerpo desnudo de Nora se va borrando de mi mente e intento aferrarme a cada
uno de los detalles de mi sueño. Empiezo a olvidarlos, mucho más rápido de lo que me gustaría.
La realidad da mucho mucho asco.
Miro la hora en el móvil. Son las ocho y veinte. Hoy es... ¿Qué día es hoy? Deslizo el dedo por la
pantalla para buscar el calendario. Es sábado. Abro ese día para ver si hay algo anotado.
La palabra trabajo aparece de nueve a tres.
Por primera vez desde que empecé a trabajar en Grind, no me apetece ir. Podría llamar y decir
que estoy enfermo, o inventarme una larga lista de detalladas mentiras, como hace Aiden cuando está
de resaca. Me lo quito de la cabeza al instante. Posey o Jan tendrían que ir a trabajar para cubrirme. Sé
que Aiden no es capaz de aguantar un turno en solitario y no podría vivir con mi conciencia si me
escaqueara del trabajo. ¿Qué excusa iba a ponerles?
«Chicos, lo siento, he tenido un sueño húmedo sobre una amiga de mi compañera de piso y no
puedo salir de la cama porque quiero pasarme el día haciéndome pajas.»
Creo que no se lo tomarían bien. Me pongo unos pantalones cortos antes de salir al pasillo. Ya
apenas recuerdo el cuerpo desnudo de Nora en mi sueño, pero jamás olvidaré lo que me ha hecho
sentir, fuera o no fuera real.
Cuando cierro la puerta de mi habitación, mi hombro tropieza con algo. Con alguien.
—Lo
siento —espeto, la
vista fija en Nora, que
está de
pie en el pasillo. Noto
el calor que se
acumula en mis mejillas y no puedo mirarla a la cara.
—No es nada, aunque has estado a punto de tirarme al suelo. —Sonríe e imágenes de sus labios
entreabiertos de placer mientras me montaba llenan mi mente.
«Despierta, Landon.»
Se me está poniendo dura y llevo pantalones cortos. Coloco las manos con disimulo sobre mis
partes, rezando para que no se dé cuenta.
—Sólo venía a ver cómo estabas. Pau dice que normalmente te despiertas antes de las ocho los
sábados. —Se lame los labios y no sé si quiero reírme o llorar.
Qué tortura. Me muero sólo con ver cómo mueve la boca.
—Cierto. Gracias —dice mi estúpida boca.
Ladea la cabeza y estudia mi cara.
—¿Estás bien? —me pregunta.
Asiento como un poseso.
—Sí, sí. Estoy bien. ¡He de irme! —exclamo con voz aguda y ella frunce el ceño con expresión
divertida.
—Vale... —dice arrastrando la última vocal. Está claro que cree que me falta un tornillo.
—Sí.
En fin,
te sueño luego —digo al
pasar junto a ella, tieso
como un
palo, para poder ir al
baño.
«Mierda.»
—Es decir, te veo luego. No te sueño...
Mi boca traicionera está que se sale.
Nora se vuelve y me mira fijamente y yo no consigo cerrar el pico.
—¿Te sueño luego? —Me echo a reír—. No sé ni lo que me digo.
Hago una pausa que se me antoja una eternidad y, por alguna razón, no soporto el silencio entre
ella y yo.
Para mi espanto y horror, sigo soltando perlas sin sentido.
—No significa nada. Nada de nada.
Recorro
su cuerpo con la mirada.
Lleva unos pantalones de deporte
que no
podrían ser ni más
cortos
ni más
ajustados y una camiseta negra
con la
cabeza de un gatito estampada
y debajo, en
amarillo, la frase «MAÚLLAME». La camiseta es muy mona, pero yo sólo puedo pensar en que su voz
sonaba como un dulce ronroneo mientras me la tiraba en mi cama.
«En mi sueño», tengo que obligarme a recordar.
—¿Seguro que estás bien? —me pregunta Nora intentando establecer contacto visual conmigo.
Asiento otra vez, mientras trato de calcular desesperadamente cuánto me queda para estar a salvo
en el baño.
—Sí, sí. —Vuelvo a pasar junto a ella y abro la puerta del cuarto de baño. Una vez dentro, apoyo
la espalda en la puerta y me tomo un segundo para recobrar el aliento.
Necesito una ducha fría. Ahora mismo.
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hasta aca llego este libro. en breve esta saliendo la segunda parte. a tener paciencia
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hasta aca llego este libro. en breve esta saliendo la segunda parte. a tener paciencia