miércoles, 12 de abril de 2017

After Ahora y Siempre Cap 1

PEDRO

Sostengo en los brazos la tarta de cumpleaños de Ellen, listo para llevarla abajo. Paula está junto a la puerta, despidiéndose con la mano de Posey y de Lila. Observo cómo introduce los pies, cubiertos con sus calcetines de pizzas, en un par de deportivas blancas sencillas. 

—¿Ya estás? —le pregunto. Apoyo la tarta en la mesa roja del recibidor y ella asiente. Ha estado muy callada desde nuestra charla en el cuarto de baño, y ahora no sé cómo empezar una conversación con ella. Accedí a no intentar «arreglarla», a no presionarla para conocer sus secretos ni ayudarla a soportar su carga. Me ha advertido una y mil veces que no es buena para mí, que no puede ser lo que yo necesito que sea. ¿Cómo es eso posible, si no tengo ni idea de lo que necesito? Lo único que sé es que disfruto de su compañía y que quiero conocerla más. Me parece bien que vayamos despacio; los mejores regalos suelen ser aquellos que más se tarda en abrir.

Recojo la tarta y, sin hablar, sigo el camino hasta el ascensor y pulso el botón. El sonido del elevador mientras sube las plantas es lo único que se oye en el silencioso descansillo. 

Cuando entramos en el reducido habitáculo, Paula se sitúa lo más lejos posible de mí. Le permito que tenga su espacio e intento no mirarla mientras ella me observa. Noto sus ojos fijos en mí, pero está claro que hoy no tiene ganas de hablar. A pesar de estar sosteniendo la tarta, noto un vacío en mis brazos; es como si les faltara algo. ¿Paula, tal vez? 

Cada segundo que paso con ella tengo la sensación de estar perdiendo el control de mi propio cuerpo. Paula se lleva los dedos a la punta de la trenza y mi mirada se encuentra con la suya. El ascensor no se ha movido desde que entramos en él. Ni siquiera sabría decir cuánto tiempo hemos estado aquí de pie; parecen minutos, pero probablemente hayan sido sólo unos segundos. Me sostiene la mirada, estudiándome, intentando descifrar algo. 

«No soy yo el que tiene secretos», quiero decirle. Pienso en Dakota y en el tiempo que pasamos juntos anoche. Pienso en lo avergonzado y lo culpable que me sentí cuando fui incapaz de... cumplir. Pienso en lo mal que me sentí cuando me encontré el cuarto de baño vacío. Mi ex se había marchado por la escalera de incendios. Sólo ha pasado una noche, y aquí estoy, con Pau, deseando estar cerca de ella. Supongo que yo también tengo secretos. 

—¿Se ha averiado? —pregunta Pau, y vivo un instante de pánico al pensar que está hablando de mi polla. Cuando me doy cuenta de que se refiere al ascensor, me dan ganas de echarme a reír. 

—No lo sé. —Pulso el botón del bajo una vez más. Acto seguido, se oye un timbre y la puerta se abre y se cierra. El habitáculo empieza a moverse, y me encojo de hombros. ¿Había olvidado pulsar el botón? No lo sé.

 Cuando llegamos a la planta baja, dejo que Pau salga del ascensor primero. Su codo me roza el brazo, y me aparto para darle espacio. Siento su calor en mi piel, y, por un momento, me gustaría vivir en otra realidad. En una dimensión en la que puedo tocar y abrazar a Pau. En ese mundo, ella confía en mí y comparte conmigo partes de sí misma que nadie más ve. Ríe sin vacilar y no intenta esconder nada. Pero ese mundo imaginario perfecto se desvanece con cada silencioso paso que avanzamos por el edificio de mi apartamento. 

—No le he comprado a Ellen ningún otro regalo —recuerdo en voz alta. Pau se vuelve y reduce el paso hasta que llego a su lado. 

—Seguro que esta tarta casera y tu tiempo son un regalo más que suficiente. —Inspira—. A mí me encantaría que me hicieran un regalo así —añade, y continúa caminando. Cuando dice ese tipo de cosas, llena mi mente ya aturullada de confusión. 

—Pero ¿no decías que no te gustan los cumpleaños? —pregunto, sin esperar, pero deseando, que me dé algún tipo de explicación. Su cumpleaños es la semana que viene, pero me ha hecho prometerle que no haría nada para ella. Me está haciendo prometerle muchas cosas últimamente. Sólo la conozco desde hace unas semanas y ya le he prometido demasiado. 

—Y no me gustan. Pau abre la puerta de la calle y la sujeta para que pase. En lugar de preguntarle por qué, decido hablar de mi recuerdo de cumpleaños favorito. 

—Cuando era pequeño, mi madre siempre hacía de mi cumpleaños un gran acontecimiento. Lo celebrábamos durante toda la semana. Me preparaba mis comidas favoritas y nos quedábamos despiertos hasta tarde todas las noches. Paula me mira. Nos estamos acercando a la puerta de la tienda de la esquina. Una pareja cogida de la mano pasa por nuestro lado, y eso me lleva a preguntarme si Paula habrá tenido algún novio formal. Me saca de quicio no saber nada de esta mujer. Tiene veinticinco años. Debe de haber salido con alguien en el pasado. 

—Me preparaba cupcakes en conos de helado y los llevaba al colegio. Creía que así les caería bien a los otros niños, pero sólo hacía que se burlaran aún más de mí —le digo al recordar mi primer año de instituto, cuando nadie de mi clase tocó siquiera sus pasteles cubiertos de coloridos fideos de azúcar. Nadie excepto Dakota y Carter. De modo que los tres intentamos comernos todos los que pudimos de camino a casa para que mi madre creyera que a toda la clase le había encantado su regalo y había celebrado mi cumpleaños conmigo. 

Cuando llegamos a nuestra manzana, aún nos quedaban cinco en la bandeja. Acabamos dejándolos en un madero que había a la entrada del Territorio, una zona boscosa habitada por drogadictos y personas sin hogar; gente con estómagos vacíos y vidas vacías, y nos gustaba pensar que aquel día, al menos, habíamos alimentado a cinco de ellos. 

—Yo me habría comido uno —me dice Pau con la mirada perdida. No me da ninguna explicación de por qué detesta su propio cumpleaños, y tampoco espero que lo haga. No es por eso por lo que he compartido una parte de mi pasado con ella. Abre la puerta de la tienda haciendo sonar la campanilla. 

La sigo adentro y río cuando Ellen nos ve, tarta en mano, y se esfuerza por contener una sonrisa.

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